Niño más
estudioso y modosito que Felipe, no lo buscareis en la clase de D. Facundo;
criatura más obediente, no la hallaríais en todas las casas de la población.
Pero
tenía una flaqueza Felipito: era blando de carácter con exceso, y esto hacía
que entre sus camaradas no tuviese voluntad propia; que siempre fuese
tiranizado por todos ellos y que en los juegos llevase la de perder, o sea la
más dura y peor parte. Sin embargo, no se quejaba nunca, pues sentía verdadera
pasión por los amigos.
D.
Facundo, que le quería como a todos sus discípulos, y a él señaladamente a
causa de esta debilidad, que podría acarrearle graves trastornos en el curso de
su vida, llevó le una tarde de paseo por las cercanías.
Dejó D.
Facundo que Felipe juguetease largo rato, y cuando vio que tomaba asiento junto
a él, le dijo cariñosamente el buen maestro:
-Ahora
que ya te has distraído saltando como una cabrita retozona hemos de hablar de algo, amigo mío. ¿Quieres
que vaya un cuento?
-¿Un
cuento?-exclamó Felipe con alegría y curiosidad.- ¡Oh! Sí, Don Facundo, y que
sea bonito.
Pues,
señor, (y aunque va de cuento no lo es, que cosas pasan en la vida que sólo lo
parecen) éste era que se era Juan el trabajador, así llamado por su incansable
laboriosidad. Porque has de saber que Juan poseía saneada fortuna en campos de
regadío, y a pesar de poderse dar vida descansada, vida de señor, veía sele
constantemente en sus tierras, confundiéndose entre sus trabajadores,
ayudándoles y animándoles con el ejemplo, tanto como con las muestras que les
daba de su bondad. Excuso decirte cómo le querían y respetaban todos.
Y sucedió
que, de repente, el buen Juan cambió de vida. Sólo de tarde en tarde daba un
vistazo por viñedos y plantíos, y siempre preocupado y presuroso.
-¿Qué le
ocurría?-decían los jornaleros.-Nadie sabía a qué atribuir un cambio tan
repentino e inesperado.
Pues, ya
verás.
Había
simpatizado con un joven de su misma edad, que, aunque hijo del pueblo, no
tenía en él deudos ni bienes. Ricardo, que así se llamaba, vivía desde
chiquillo, en la capital de provincia, y a la sazón pasaba en su pueblo natal
una larga temporada de verano. El tal Ricardo era muchacho fino, muy cuidadoso
de su persona, elegante, alegre y decidor. Lo que te enseñará, al final del
cuento, que no debemos fiar en apariencias.
Ello fue
que Ricardo y Juan entraron en íntimas relaciones; que Juan, poco a poco, fue
abandonando sus quehaceres por el trato del amigo, y que los consejos y el
ejemplo de éste lo pudieron todo.
Empezó
Juan a pasar largas temporadas en la ciudad sin otra ocupación que pasear,
divertirse y gastar dinero, y no le cayó la venda de los ojos hasta que, al año
o casi así, se vio envuelto en un negocio de Ricardo y además, en un proceso.
Del
proceso pudo salir bien, gracias a que se probaron su buena fe y su honrada
conducta; del negocio, vendiendo la mayor parte de sus fincas. Ricardo fue a
presido, y Juan estuvo a punto de perder su reputación y de quedarse en la
miseria.
Callo un
instante D. Facundo, y Felipe interrumpió el silencio diciendo.
¡Oh que
mal hombre y qué mal amigo debía ser el tal Ricardo!
-Sí, muy
malo. Por eso antes de confiarnos a un amigo, hemos de ver si es hombre bueno.
Tú no eres prudente y a todos te confías, sin pensar que el afecto que prodigas
puede perjudicarte. El hombre necesita la amistad, porque está creado por Dios
para el trato con sus semejantes; pero no olvides que no conviene entregar el
corazón y, con él, la fortuna y la reputación al primero que nos seduce y
acaricia.
Las
palabras de D. Facundo quedaron tan grabadas en la mente de Felipe, que, desde
entonces, sin ser huraño ni retraído, sólo considero como amigos verdaderos a
quienes, por sus virtudes y lealtad, les dieron repetidas pruebas de merecerlo.
Nada más
hermoso que la amistad, cuando es noble y verdadera.
Debemos
ser muy cuidadosos en la elección de amigos, pues de esta elección pueden
depender la honra y la fortuna.
¿Qué
buenas cualidades tenía Felipe? ¿Y qué defectos?
¿Qué hizo
su maestro para mejorarle?
¿Explíquese
la historia de D. Facundo relató a su discípulo?
¿Qué
consecuencia sacó el buen maestro de lo sucedido al confiado Juan?
¿Aprovechó
la lección a Felipe? ¿Por qué?
¿Modosito?
¿Tener
una flaqueza?
¿Blando
de carácter?
¿Lo
contrario de blando de carácter?
¿Presentir?
¿Retozar?
¿Fortuna
saneada?
¿Plantío?
¿Nuestros
deudos?
¿Caer la
venda de los ojos?
¿Verse
envuelto en un proceso?
¿Prodigar?
¿Prodigo?
¿Lo
contrario de prodigo?
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