Casilda era una amiga de Amparito, pero
tenía algunos años más que ella; se distinguía entre sus compañeras por su
habilidad en vestir las muñecas. Ella misma hacía sus vestidos como si fuese una modista consumada. Por eso Amparito
y otras niñas se hacían ayudar por ella cuando querían vestir con cierta
delicadeza a sus muñecas. Casilda se prestaba muy gustosa, porque era una niña
muy amable. ¡Lástima que tuviese la malísima costumbre de colocarse entre los
labios las agujas y los alfileres! Ahora veréis qué cosa tan horrible le
sucedió a la pobre Casilda.
Un día estaba trabajando con mucha
atención para reformar el traje de una muñeca. Como de costumbre, tenía en la
boca dos agujas y un alfiler. Tenía Casilda un Tío que iba siempre acompañada
de un lindo perrito, muy juguetón y muy amigo de la niña. Aquel día, en el
momento en que Casilda estaba más entretenida con su muñeca, entró el perro de
improviso, y sin que ella tuviera tiempo de verle, le saltó al cuello. La niña
se espantó, dio un grito, y… ¡ay! Las dos agujas y el alfiler se le
introdujeron en la garganta.
Acudieron la madre, el padre y el
médico. Ensayaron cuantos recursos les aconsejaron el cariño y la ciencia, y
todo en vano: Casilda murió ente los más atroces dolores. Llorando, acompañó Amparito
el féretro al cementerio, y se acordó siempre de tan tiste ejemplo.
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