Periquito era un niño que tenia la mala
costumbre de mentir.
Una
mañana fue al huerto de su tío, y éste, después de haberle enseñado las plantas
que cultivaba en él, le dio dos melocotones, diciéndole:
-Uno
para ti, y otro para tú mamá.
El
niño se comió el suyo en el camino, y al volver a su casa entregó el otro a su
mamá, diciéndole que era el único melocotón que le había dado su tío.
La
mamá le dio la mitad del suyo y el hueso.
-¡Ya
tengo dos!-dijo Periquito.
Al
oír esto la mamá dijo:
-¿Tienes
otro hueso? ¿De modo que te has comido otro melocotón?
El
muchacho, viéndose descubierto, se puso colorado como una granada; y su mamá le dijo
muy seria:
-¡Periquito,
Periquito! Las mentiras tienen las piernas muy cortas, y se las alcanza en
seguida. En castigo de lo que acabas de decir, almorzarás hoy pan y agua.
Su
honor y conciencia empaña, ¡Oh niña!, todo el que miente. Y así mismo
neciamente el mentiroso se engaña. Lo importante es reconocer una mentira
cuando eres descubierto. El mundo no se caerá encima de ti. Cada unos sabe
porque fue motivada. No se justifica. Sin embargo, los motivos no empañan en
ciertas ocasiones cuando debes ayudar a sobrellevar el dolor de una causa justa
para el bien de los demás. Todo es relativo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario