Una niña tenía la mala costumbre de
jugar con los tenedores y volverlos de modo que estuvieran las puntas hacía
arriba.
Su
mamá le había advertido una porción de veces que no pusiera el tenedor así,
porque se exponía a hacerse daño. La niña obedecía por el pronto; pero en
seguida olvidaba el consejo de su mamá.
Al
fin sufrió el castigo de su desobediencia. Un día, cuando estaba comiendo, alzó
el tenedor y empezó a jugar con las puntas. De pronto le saltó el gato a los
hombros; inclinó ella la cabeza, y el tenedor se le metió por el ojo derecho.
Estuvo
en cama muchos días, y perdió aquel ojo para siempre.
No
desprecies los consejos cariñosos de tus padres, familia, conocidos, si quieres
de mil escollos en esta vida librarte. ¿Dónde irás, pobre barquilla, sin
prudente y gobernalle? Porque escuchar es de sabio y hacerlo de valientes.
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