No podéis
imaginaros una casa tan risueña y feliz como la casa de D. Manuel.
En ella,
todo es paz y armonía.
Las
costumbres de la familia son, verdaderamente, patriarcales.
Nada
falta en aquel cuadro hermoso: el abuelito; fuerte aún, de barbas blancas, en
que enredan sus dedos los chiquitines, mientras les entretiene contándoles
cuentos deliciosos; la madre hacendosa, en cuyo rostro están marcadas
suavemente la bondad y la ternura; la criada que cuidó de D. Manuel cuando éste
vino al mundo, y no salió nunca de allí.
En fin,
que aquello es un verdadero paraíso con todos sus encantos.
El único
ser que hace fruncir el ceño, de cuando en cuando, a D. Manuel, es el
primogénito, por ciertas manifestaciones de orgullo y crueldad que nota en su
carácter.
Si no
entretiene persiguiendo mariposas, coge gusarapos, atormenta lagartijas, pesca
al gato y lo tira sobre las narices del perro, ata una sartén a la cola de
éste, o da un baño ruso al felino. Manolito se goza martirizando a los
indefensos animales.
Además,
hace llorar a sus hermanos; es irrespetuoso con el abuelo y altanero y cruel
con la criada, a quien hace sentir, constantemente, su inferioridad y humilde
condición.
-¡Aquí no
hay criados!-díjole un día, indignado su papá. – Teresa me llevó en brazos y te
llevo a ti. Le debes agradecimiento por lo que te ha servido, y respeto por sus
años. El criado, por otra parte, es un individuo más de la familia, y como tal
debe tratársele.
Ha
transcurrido algún tiempo.
¿Qué
ocurre, ahora, en casa de D. Manuel, en aquella casa antes tan apacible?
Todo es
trastorno y angustia en ella. El abuelo está en un rincón con la cabeza baja;
la madre llora; D. Manuel se pasea dando zancadas por el piso.
¿Qué es
ello? ¿Cómo aquella casita blanca, tan alegre, tan llena de sol, está, ahora
tan triste y ennegrecida?
D. Manuel
ha experimentado grandes pérdidas en sus negocios; sólo le quedan la casita y
el predio, y habrá que vender la casa si no apronta una importante cantidad.
Hasta
Teresa, la buena y fiel Teresa, que conocía todos los secretos de la familia,
hacía dos días que faltaba de la casa, y este acontecimiento acrecentaba la
intranquilidad de todos.
En esto
se presentaba la criada y dice:
-Señorito,
perdone si me he ido sin pedirle permiso; es la primera vez en mi vida. Vengo
del pueblo y de casa del notario, donde yo tenía todos mis ahorros. Vea usted.
Y la
buena mujer entregó una nota del notario que importaba una gran cantidad.
Era la
salvación, más D. Manuel se negó a recibir el dinero.
-Pero, D.
Manuel: ¿Para qué me sirve? Si nos echan de esta casa, yo me moriré en seguida.
Ha sido siempre mi casa, y no podré vivir en otra.
D. Manuel
vacilaba todavía; más tuvo que ceder ante las súplicas y lágrimas de aquella
mujer bendita.
Entonces,
el buen señor cogiendo de la mano a Manolillo, le dijo, lleno de emoción:
-Ya lo
ves, hijo mío, como no podemos ser orgullosos con los que nos sirven. Besa los
pies a Teresa: es justo agradecer a los que trabajan por nosotros, los males
que nos evitan.
Y en
aquella casita blanca, sigue luciendo todavía el sol de la felicidad.
Los
tesoros pueden agotarse. Lo que no se agota nunca es la riqueza del corazón.
Sed nobles y generosos.
Debemos
tratar a los inferiores con cariño, pues todos somos, igualmente, hijos de
Dios.
Preceptos
morales:
¿Qué
pasaba en la casa de D. Manuel?
Describid
la dicha de aquella familia.
¿Qué
preocupaba solamente a D. Manuel?
¿Qué instintos
se descubrían en Manolillo? ¿Qué hacía? ¿Qué dijo cierto día su papá? ¿Qué ocurrió
tiempo después?
¿Cómo se
salvo la casa de la ruina?
¿Qué
lección dio D. Manuel a su hijo?
Lenguaje:
¿Casa
risueña? ¿Lo contrario de risueño?
¿Costumbres
patriarcales?
¿Hacendoso?
¿Fruncir
el ceño?
¿Primogénito?
¿Altanero?
¿Lo contrario de altanero?
¿Pasearse
dando zancadas?
¿Predio?
¿Notario?
¿Notaria? ¿Notariado?
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