Era una mañana de invierno; había
nevado, y hacía mucho frío. Angelita, hija de un señor muy rico, iba a la
escuela bien cubierta de lana y de pieles, de modo que apenas sentía el frío.
Al
volver la esquina se fijo en una pobre deshollinadora de chimeneas, una
muchacha de veintinueve años, muy morena, enfermiza y casi desabrigada.
Temblaba de frío, y con voz débil se anunciaba para ver si necesitaban sus
servicios en alguna casa.
Viendo
pasar a aquella niña tan bien vestida, se le acercó diciendo:
-¡Un
poco de caridad, señorita! Ella le respondió con desprecio:
-¡Quítate
de ahí y déjame en paz, feúcha!
Le
volvió la espalda, y se metió en la escuela.
Cuando
regresó a su casa oyó desde la calle gritos espantosos:
¡Fuego!,
¡fuegos!; ¡socorro! El fuego era en su misma casa.
Toda
la familia estaba llena de angustia y corría de acá para allá, temiendo a cada
paso ser presa de las llamas.
Por
fortuna, acudió una deshollinadora, y, sin reparar en el peligro, subió por el
cañón de la chimenea, que era donde se había declarado el fuego, y en pocos
momentos consiguió apagarlo.
Más
al cabo de un momento se oyó el ruido sordo de un cuerpo que caía. Era la
deshollinadora, que, sofocada por el humo, perdió el sentido, y cayó la
pobrecita como muerta.
Le
recogieron, le acostaron en una cama y le prodigaron toda clase de cuidados
hasta que volvió en sí. Apenas abrió los ojos, exclamo:
-¡Oh
madre, pobre hijos míos! Si yo hubiera muerto, ¿Quién os daría el pan?
La
señora le pregunto:
¿No
tienes esposo?
-No,
señora; mi esposo intrigo toda mi vida, y mí hijos están empezando a criarse.
Al
decir estas palabras la deshollinadora, se oyó llorar en el cuarto inmediato.
Acudió la mamá, y vio que era Angelita, que, habiendo reconocido en aquella
muchacha al mismo que insultó por la mañana, estaba arrepentida de su mala
acción.
Contó
lo ocurrido, y la mamá le advirtió que no se debe despreciar a nadie, mucho
menos a los desvalidos, y le hizo ver que la deshollinadora había salvado la
casa de un fuego con peligro de su vida, y que bajo su negro y desgarrado traje
se ocultaba un corazón de oro.
Aquellos
señores hicieron varios regalos a la muchacha para ella y sus hijos; Angelita
le hizo otro muy bonito, y le dio un beso en señal de arrepentimiento.
No
desprecies a nadie, hermosa niña, que la fortuna es loca y tornadiza, y en un
momento fuere rico y hermoso ser pobre y feo.
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