Amparito
tenía un Tío, el Tío Pedro, que era hermano de su mamá. El Tío Pedro tenía un
hijo de nueve años. Llamado Luisito, el cual, por consiguiente, era primo de Amparito.
Hubiera sido muy buen muchacho si no tuviera el defecto de ser un poco
caprichoso. Pero su padre procuraba corregirle, como veréis.
Los niños
nada deben pedir en la mesa.
Un día el Tío Pedro invitó a su sobrina Amparito
a comer en su casa. Una vez en la mesa, empezó el Tío a repartir la humeante
sopa. Puso primero a Amparito, que le dio: gracias. Tomó después el plato de
Luisito, que dijo: <<Poca, papá, y con mucho caldo>>. El Tío Pedro
calló puso el plato del niño casi lleno
de sopa, más espesa que clara. Nada dijo Luisito; pero se mostraba muy
descontento, y poco después llamó a la cridada y le dijo: <<Tráeme la
salsa>>. Su padre le corrigió diciendo: << No se dice eso: se dice
Hazme el favor. Los niños, además, nada deben pedir en la mesa, porque sus
papás cuidan de darles todo lo que necesitan. Ahora, para comer la sopa, no te
hace falta la salsa>>. Diciendo esto cogió la salsera, y no quiso servir
salsa a Luisito. Este empezó a comer la sopa de mala gana, y a los pocos
momentos dejó la cuchara en el plato.
-¿Por qué
haces eso, Luisito?-le pregunto su padre.
-Porque
ya he comido bastante-respondió.
-Bien-dijo
el papá. -Muchacha: lleva a la despensa la sopa que Luis se ha dejado, y cuando
tenga gana de comer, vuelve a dársela. Ahora, quien no tiene gana de sopa no
puede tenerla de ninguna otra cosa, y, por consiguiente, Luisito ha concluido
ya de comer.
El niño iba a levantarse de la mesa;
pero el papá se lo prohibió.
-Debes estarte aquí hasta que hayamos
concluido: eso es lo que hacen los niños bien educados.
Luisito hubo de seguir sentado a la
mesa, y vio pasar platos que le gustaban mucho y a los cuales no podía tocar.
Sufrió silenciosamente por algún tiempo; mas cuando vio pasar la gallina en
pepitoria, y luego el arroz con leche, no pudo contenerse y rompió a llorar
dando gritos. El padre entonces le hizo encerrar en el cuarto.
Amparito, que estaba ya muy conmovida,
dijo:
-¡Tío, perdone usted a Luisito!
-Si-dijo el Tio;-cuando él me pida
perdón.
-Poco después fue Luisito llorando a
pedir perdón a su papá.
-Te perdono-le dijo éste;-pero que no se
repita más la escena de hoy. Ahora siéntate, y come la sopa.
Y Luisito tuvo que comer la sopa fría.
Al volver a su casa Amparito contó lo
ocurrido a su mamá, la cual dijo:
-El Tío ha hecho muy bien, porque de ese
modo Luisito cuidará en adelante de portarse bien en la mesa.
Así sucedió. Amparito fue invitada a
comer otra vez en casa de su tío, y pudo observar que el primo Luisito se había
enmendado por completo.
El padre que a sus hijos de veras
quiere, cuando son pequeñitos duro
reprende. Pues con los años se torna incurables los malos hábitos. Y es muy
fácil encontrar a personas que consientan cualquier tipo de conductas a pesar
del daño que reciban. Lo importante para este tipo de personas que permiten,
que estos individuos se salgan con la suya, es porque no tienen dignidad ni
identidad personal ni colectiva. Están buscando ser aceptados a cualquier
precio en un entorno individual o colectivo dentro de un grupo. Porque en
sociedad ninguno de los dos pueden convivir. El vivir no hay que confundirlo
con, convivir. Son dos palabras totalmente definidas específicamente.
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