lunes, 8 de julio de 2013

Luisito, el primo de Amparito.



Amparito tenía un Tío, el Tío Pedro, que era hermano de su mamá. El Tío Pedro tenía un hijo de nueve años. Llamado Luisito, el cual, por consiguiente, era primo de Amparito. Hubiera sido muy buen muchacho si no tuviera el defecto de ser un poco caprichoso. Pero su padre procuraba corregirle, como veréis.

Los niños nada deben pedir en la mesa.

        Un día el Tío Pedro invitó a su sobrina Amparito a comer en su casa. Una vez en la mesa, empezó el Tío a repartir la humeante sopa. Puso primero a Amparito, que le dio: gracias. Tomó después el plato de Luisito, que dijo: <<Poca, papá, y con mucho caldo>>. El Tío Pedro calló  puso el plato del niño casi lleno de sopa, más espesa que clara. Nada dijo Luisito; pero se mostraba muy descontento, y poco después llamó a la cridada y le dijo: <<Tráeme la salsa>>. Su padre le corrigió diciendo: << No se dice eso: se dice Hazme el favor. Los niños, además, nada deben pedir en la mesa, porque sus papás cuidan de darles todo lo que necesitan. Ahora, para comer la sopa, no te hace falta la salsa>>. Diciendo esto cogió la salsera, y no quiso servir salsa a Luisito. Este empezó a comer la sopa de mala gana, y a los pocos momentos dejó la cuchara en el plato.

-¿Por qué haces eso, Luisito?-le pregunto su padre.

-Porque ya he comido bastante-respondió.

-Bien-dijo el papá. -Muchacha: lleva a la despensa la sopa que Luis se ha dejado, y cuando tenga gana de comer, vuelve a dársela. Ahora, quien no tiene gana de sopa no puede tenerla de ninguna otra cosa, y, por consiguiente, Luisito ha concluido ya de comer.

        El niño iba a levantarse de la mesa; pero el papá se lo prohibió.

        -Debes estarte aquí hasta que hayamos concluido: eso es lo que hacen los niños bien educados.

        Luisito hubo de seguir sentado a la mesa, y vio pasar platos que le gustaban mucho y a los cuales no podía tocar. Sufrió silenciosamente por algún tiempo; mas cuando vio pasar la gallina en pepitoria, y luego el arroz con leche, no pudo contenerse y rompió a llorar dando gritos. El padre entonces le hizo encerrar en el cuarto.

        Amparito, que estaba ya muy conmovida, dijo:

        -¡Tío, perdone usted a Luisito!

        -Si-dijo el Tio;-cuando él me pida perdón.

        -Poco después fue Luisito llorando a pedir perdón a su papá.

        -Te perdono-le dijo éste;-pero que no se repita más la escena de hoy. Ahora siéntate, y come la sopa.

        Y Luisito tuvo que comer la sopa fría.

        Al volver a su casa Amparito contó lo ocurrido a su mamá, la cual dijo:

        -El Tío ha hecho muy bien, porque de ese modo Luisito cuidará en adelante de portarse bien en la mesa.

        Así sucedió. Amparito fue invitada a comer otra vez en casa de su tío, y pudo observar que el primo Luisito se había enmendado por completo.

        El padre que a sus hijos de veras quiere, cuando son  pequeñitos duro reprende. Pues con los años se torna incurables los malos hábitos. Y es muy fácil encontrar a personas que consientan cualquier tipo de conductas a pesar del daño que reciban. Lo importante para este tipo de personas que permiten, que estos individuos se salgan con la suya, es porque no tienen dignidad ni identidad personal ni colectiva. Están buscando ser aceptados a cualquier precio en un entorno individual o colectivo dentro de un grupo. Porque en sociedad ninguno de los dos pueden convivir. El vivir no hay que confundirlo con, convivir. Son dos palabras totalmente definidas específicamente.



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