Sentado
en el jardín, a la sombra de la verde parra, D. Lucio contemplaba el bullicioso
juguetear de sus queridos hijos.
Era
aquél un rincón adorable en que, a los encantos de la naturaleza, uníanse las
dulces expansiones de una familia poco menos que patriarcal.
El
abuelito dormitaba tendido plácidamente sobre una silla de tijera; la madre,
joven aún, repasaba la ropa blanca y, sin interrumpirse en su labor, dirigía
continuamente amorosas miradas a todos aquellos seres predilectos de su
corazón; tres niños rubios, sonrosados, sanotes, corrían por los enarenados
andenes, alegrándolo todo con sus gritos; las rosas, los nardos, las clavelinas
y las flores de azahar perfumaban aquel ambiente de paraíso.
De
pronto, el mayor de los niños, Ricardo, muchachote recio, de mirada
inteligente, de ojos vivos y perspicaces, se dirigió a D. lucio y preguntóle
con graciosa curiosidad:
-Papá:
las bestias no hablan, como nosotros; pero he observado que hay hombres que no
tienen tanto talento como alguno de esos animalillos.
-¿Y
en qué te fundas, querido Ricardín?- Respondió D. Lucio.
-Te lo diré. A mí me parece que nuestro
perro Sultán sabe más cosas que Ruperto, el mozo de la cuadra. Ruperto mira al
suelo cuando le hablas, y no entiendo nunca lo que dice: parece que gruñe.
Sultán acude siempre saltando y con la cabeza alta. Casi me figuro que adivina
cuanto queremos. Sultán lo aprende todo y hace muchas monadas; en cambio,
Ruperto no hace más que tonterías, y tú mismo le llamas torpe.
-¡A
ver, a ver-dijo, admirado, el padre.- Me gusta ese espíritu de observación:
¿Qué más?
-Pues,
Sultán juega con Avelina y con Eudaldo, y, siendo tan chiquitines, se ve que
procura no hacerles daño. Ya ves, ellos le pegan, le tiran de las orejas o del
rabo, y él no hace más que exhalar un quejido, y luego, cuando le sueltan, les
lame las manos y, a veces, el rostro. Ruperto se dirige a las mulas casi
siempre enfadado, y a menudo les da
azotes ¿No te parece que Ruperto debería ser Sultán y el perro mozo de cuadra?
-No,
hijo mío, porque entonces Sultán trataría a tus hermanitos como el mozo a sus
mulas; pero a pesar de esa diferencia que notas, Ruperto es superior a tu
perro. Ciertamente, hay muchos hombres como nuestro mozo, que parecen
inferiores a los animales; pero es porque no se han educado, porque no se han
instruido; tiene el alma aletargada, dormida. Para evitar este peligro, los
niños han de trabajar desde pequeños; de lo contrario, cuando hombres, son
ignorantes, rudos y desagradables.
-Ya
lo comprendo, papá: he ahí por qué mis hermanitos hacen daño a Sultán: no saben
lo que hacen. Ruperto es como un niño aún, porque no le han enseñado a ser
hombre. Bueno, y ¿Cómo se aprende a ser hombre?
D.
Lucio, contestó sonriente:
-A
tu edad, yendo a la escuela; aplicándose en el estudio de las lecciones, y
prestando atención a las enseñanzas del maestro.
Ricardo
meditó un instante, y, abrazando a su papá añadió:
-Perdóname;
desde hoy no volveré a pedirte que me dispenses de ir a clase y me lleves a
pasear contigo. No quiero parecerme a Ruperto, que, siendo hombre, parece menos
inteligente que nuestro perro Sultán.
El
hombre debe educarse e instruirse, para evitar que se le confunda con los
animales irracionales.
El
trabajo asiduo, la aplicación constante y la obediencia a nuestros padres y
maestros, son los medios de alcanzar la perfección.
¿Qué
cuadro presentaba el jardín de D. Lucio? Explíquese que se veía allí.
-Ricardo
era un espíritu observador: ¿Por qué?
¿Qué
quiere decir espíritu observador?
¿Qué
dijo Ricardo a su papá haber observado?
¿Le
complació a D. Lucio que su hijo se fijase en estas cosas?
¿Por
qué es conveniente observar siempre?
¿Qué
más dijo Ricardo haber observado?
¿Eran
acertadas las razones de Ricardo? ¿Por qué?
¿Cómo
aprenden los niños a ser hombres?
¿Qué
resolución hizo Ricardo?
¿Qué
os parece este niño?
¿Llegará
a ser hombre de provecho? ¿Por qué lo será?
¿Próvido?
¿Dormitar?
¿Predilecto?
¿Lo
contrario de predilecto?
¿Andén?
¿Azahar?
¿Muchacho
recio?
¿Exhalar?
¿Aletargado?
¿Rudo?
¿Lo
contrario de rudo?
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