Ved
ahí cuán triste es la historia del ciego Lucas, ese pobre viejo que anda, a lo
mejor, sin lazarillo y sin perro por las calles.
Muchos
años atrás, muchos, pues pasa ahora de los sesenta, erase un muchacho como
vosotros.
Pertenecía
a una de las casas más ricas del lugarejo próximo.
Tenía
el entonces Luquitas, una abuela, anciana respetable, bondadosa si las hay
entre todas las abuelas que adoran a sus nietos; pero la buena señora, por su
mucha edad, caminaba penosamente y de poco le servía el báculo. Había menester
de un brazo en qué apoyarse.
A
Luquitas le encargaba su papá, muchas veces, que acompañara a la abuela a dar
un paseo: no sólo porque aquél tenía ocupaciones urgentes, sino para corregir
un defecto reprensivo en su hijo.
Y
sí lo era; reprensible y muy feo.
Obedecía
refunfuñando y hacía, de muy mala gana, aquella obra tan hermosa de prestar
fuerza a la ancianidad, de darle un reflejo de nuestras alegrías, que es como
darle un rayito de sol.
Los
viejos, niños míos, tienen tristezas y desconsuelos que vosotros no conocéis, y
le alegran los juegos inconscientes, las risas locas de los niños.
Por
otra parte, pocos son los abuelos que no quieren a sus nietos, con pasión más
grande de lo que quisieron a sus propios hijos.
Y
os digo esto, para que comprendáis cuánto respeto y cariño debéis al viejecito
de la casa.
Pues bien, volviendo al ciego
Lucas, ocurrió un día que, paseando por los alrededores de la quinta, dejó
abandonada a su abuela, y se puso a corretear.
-¡Muchacho
ven acá!- decía la anciana adelantando un paso tras otro, penosamente.
Lucas
no hacía caso.
-Luquitas,
hijo mío, no corras así que puedes caerte-continuaba la pobre vieja con
ternura.
Pero
no fue Lucas quién perdió el equilibrio, sino la anciana.
Como
veía poco, se enredó con una zarza próxima al camino, y dio de bruces.
Hubo
necesidad de que acudieran los de casa y la transportasen en una silla. El
resultado fue que la abuelita no pudiera moverse libremente, en el año escaso
que le resto de existencia.
Y
ved ahora que ese ciego, que antes tenía unos ojos muy grandes y abiertos, como
los tenéis vosotros, y no quería sustentar la endeblez de su abuela, necesita,
para ir de acá para allá, que le guíe un lazarillo, otro pequeño como él lo era
entonces.
Y
ved también que era rico y hoy es pobre, y no puede pagar lazarillo que le
acompañe.
¿Queréis
saber la causa de sus desdichas? Os la diré:
Su
falta de amor al trabajo le hicieron perder cuanto poseía, y sus vicios le
ocasionaron la ceguera.
¡Cuánto
sufre hoy el pobre Lucas, y cuán arrepentido debe de estar de la conducta que
observó con su infeliz abuela!
Porque
el viejo, viejo y achacoso, necesita quien le guíe y sostenga, como su abuelita
necesitaba de él, cuando Lucas era Luquillas. Luego debemos prestar todas
nuestras fuerzas a los abuelitos: lo uno, por sus años, que más tarde tendremos
nosotros, y además porque, amándoles entrañablemente, correspondemos a los
sacrificios que por nosotros hacen nuestros padres.
El
niño debe querer y respetar a su abuelo, que le consagra ternura de niño
grande.
Los
abuelos han sido nuestro sostén cuando nosotros éramos débiles: justo es que
les prestemos nuestras fuerzas cuando necesitan de nuestro apoyo.
Preceptos
morales:
¿Qué
sabemos del ciego Lucas?
¿Qué
conducta observaba con su abuelita? ¿Qué otros defectos tenía?
¿Qué
desgracia ocasionó el proceder del niño Lucas?
¿Faltaba
gravemente este muchacho? ¿Por qué?
¿Cuál
es hoy la situación de Lucas? ¿Por qué causa? ¿Debe sentir remordimiento?
Lenguaje:
¿Historia?
¿Lo contrario de historia?
¿Lazarillo?
¿Lugarejo?
¿Nieto?
¿Lo contrario de nieto?
¿Báculo?
¿Urgente?
¿Refunfuñar?
¿Quinta?
¿Endeblez?
¿Achaque?
¿Achacoso?
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