En casa de Rosita, y sobre el velador de la sala, había un vaso
de porcelana muy hermoso y de gran valor, pues era de trabajo finísimo. Lo
había comprado el papá de Rosita, pagando por el muchísimo dinero.
La
mamá decía siempre a Rosita: Las niñas deben ver, pero no tocar. La niña era
poco obediente, y nunca pudo acostumbrarse a dejar las cosas en su sitio.
Un
día entró en la sala en ocasión en que su mamá y su papá estaban fuera. Cogió el
precioso vaso de porcelana; pero pesaba mucho, y, resbalándose de sus manos,
cayó al suelo y se rompió.
Rosita
empezó a llorar. Llegaron sus papás, y la riñeron mucho. El papá tenía pensado
comprar a Rosa una bonita muñeca; pero, en castigo, se quedó sin ella. De este
modo aprendió la niña que las cosas se deben ver, pero no tocar.
Prudentes,
escarmentad en la pobre niña Rosita, y en su sitio cada cosa, ¡Oh niñas!,
siempre dejad las cosas tal cual. El respeto es algo íntimo y sagrado de cada
persona.
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