Luisito
había roto un hermoso cuchillo de marfil que tenía su padre para cortar las
hojas de los libros nuevos. Luisito lo cogió para jugar, lo dejó caer al suelo,
y lo partió en dos. Nadie le había visto. No dijo una palabra, y volvió a
colocar el cuchillo de marfil en la escribanía, como si tal cosa hubiera
sucedido.
Pasaron
los días, y nadie sospechaba la fechoría de Luisito, más el corazón de éste
había perdido la calma. Si veía enfadado a su papá, creía que había descubierto
el desastre; si le sentía venir, temía que fuese para castigarle; y si le oía
hablar en alta voz, le latía el corazón con violencia. Vivía en continuo temor.
Un
día entró el papá en casa diciendo:
-He
encontrado roto…
El
niño se ruborizo, cayó de rodillas, y
dijo temblando:
-¡Perdóneme,
papá; lo he roto yo!
-¡Cómo!
¿Has roto tú el canalillo del jardín? ¡Yo creí que había sido el agua!
-No,
papá; lo que yo he roto es el cuchillo de marfil.
-¡Ah,
bribón!- contestó el padre.-Yo no sabía nada, y tú mismo, sin quererlo, has
confesado tu delito. Te perdono, porque bastante castigado estás con el miedo
en que has vivido tantos días. Pero no olvides el proverbio: <<Quien lo
hace la paga>>.
Es
censor tan severo nuestra conciencia, que apelamos en vano su sentencia; Juez y
testigo, nos acusan y aplica justo castigo.
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