lunes, 8 de julio de 2013

La plegaria de la niña al levantarse.



        ¡Dios mío, a vos se eleva mi espíritu desde que la luz del día comienza a alumbrar mis ojos! ¡Oh mi amado Jesús! Yo os doy mi corazón; quiero ser enteramente vuestra. Desde el amanecer me ocuparé en la consideración de vuestras bondades. Poned en mi boca palabras de alabanza para que emplee este santo día en cantar la grandeza de vuestra gloria. ¡Oh luz verdadera! Enseñadme a detestar las obras de las tinieblas, cubridme con las armas de la luz, para que durante el día camine por la senda de las virtudes. ¡Ojalá que todos mis caminos se dirijan a la observancia de vuestros mandamientos! Mientras que con los vestidos cubro mi cuerpo, adorna, Señor, mi alma con el vestido de la inocencia, de la misericordia, de la humildad, de la paciencia, de la modestia, de la caridad y de todas las demás virtudes.



Después de la plegaria.

        Terminadas estas devociones y rezada la oración, Amparito se dispone a vestirse. No es de esas niñas que acostumbran murmurar cuando su mamá les
 manda a levantarse, porque son perezosas y les gusta estar al calorcito de la cama. Al contrario, salta del lecho enseguida, y nunca ha dado motivo para que su mamá vuelva a llamarla.

        Después se viste, y se lava con agua fría, que es la más sana y la que da colores más hermosos. No tiene miedo al agua, como otras personas cobardes y lloronas. Se lava muy bien las manos, la cara, el cuello y las orejas. Por eso tiene siempre muy limpios los ojos y los oídos y no cría roña en el cuello, en la manos ni en las uñas. Sabe bien que las niñas deben ser muy amantes de la limpieza, si quieren librarse de muchas enfermedades.

        Si te quieres librar de la pobreza y del vicio grosero, que desdora, haz guerra sin cuartel a la pereza y el lecho deja al despuntar la aurora.



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