¡Dios mío, a vos se eleva mi espíritu
desde que la luz del día comienza a alumbrar mis ojos! ¡Oh mi amado Jesús! Yo
os doy mi corazón; quiero ser enteramente vuestra. Desde el amanecer me ocuparé
en la consideración de vuestras bondades. Poned en mi boca palabras de alabanza
para que emplee este santo día en cantar la grandeza de vuestra gloria. ¡Oh luz
verdadera! Enseñadme a detestar las obras de las tinieblas, cubridme con las
armas de la luz, para que durante el día camine por la senda de las virtudes. ¡Ojalá
que todos mis caminos se dirijan a la observancia de vuestros mandamientos!
Mientras que con los vestidos cubro mi cuerpo, adorna, Señor, mi alma con el
vestido de la inocencia, de la misericordia, de la humildad, de la paciencia,
de la modestia, de la caridad y de todas las demás virtudes.
Después
de la plegaria.
Terminadas estas devociones y rezada la
oración, Amparito se dispone a vestirse. No es de esas niñas que acostumbran
murmurar cuando su mamá les
manda a levantarse, porque son perezosas y les gusta estar al calorcito de la cama. Al contrario, salta del lecho enseguida, y nunca ha dado motivo para que su mamá vuelva a llamarla.
manda a levantarse, porque son perezosas y les gusta estar al calorcito de la cama. Al contrario, salta del lecho enseguida, y nunca ha dado motivo para que su mamá vuelva a llamarla.
Después se viste, y se lava con agua
fría, que es la más sana y la que da colores más hermosos. No tiene miedo al
agua, como otras personas cobardes y lloronas. Se lava muy bien las manos, la
cara, el cuello y las orejas. Por eso tiene siempre muy limpios los ojos y los
oídos y no cría roña en el cuello, en la manos ni en las uñas. Sabe bien que
las niñas deben ser muy amantes de la limpieza, si quieren librarse de muchas
enfermedades.
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