Tres
meses hacía que el padre de Mariano se
hallaba postrado en cama.
Durante
este tiempo, el chiquillo pasaba las horas muertas enredando en la calle.
Muchos
días dejaba de ir a la escuela, y, cuando iba, siempre debía ser amonestado y
reprendido por el maestro.
-¿No
comprendes- decíale D. Pablo- que, si tu padre se entera, va a tener un gran
disgusto y puedes ser causa de que se agrave? Solamente hacen eso los malos
hijos, que no tienen amor ni respeto a sus mayores.
Mariano
prometía enmendarse, y cumplía regularmente durante algún tiempo; pero no
tardaba en volver a su reprensible conducta.
D.
Pablo se vio precisado a expulsarle de la escuela.
El
padre de Mariano falleció, y, como la enfermedad había agotado todos los
ahorros, la infeliz viuda no tuvo más remedio que ponerse a trabajar.
La
mala conducta del niño aumentaba las penas de la desgraciada mujer, que vivía
muriendo de pesadumbre.
Cierto
día, D. Pablo encontró a Mariano y le dijo:
-¿No
te avergüenza que tu pobre madre se esté matando por ti? Los disgustos que le
das y las penalidades que sufre no tardarán en llevarla a la sepultura. Y
entonces ¿Qué será de ti? ¿Quién te dará el pan que ahora comes?
La
dulzura con que D. Pablo hizo la reprensión, emocionó al muchacho, y aquel día,
en vez de irse a jugar, erró pensativo por el pueblo.
A
la mañana siguiente, se fue a un taller mecánico donde se solicitaban
aprendices, y entró resuelto en él.
Gustóle
al dueño el despejo del niño, y le tomó por su cuenta.
Nada
dijo Mariano en casa: tenía su idea.
La
madre, que estaba fuera todo el día, y que ya no amonestaba a su hijo porque
creía que todo aviso hubiera sido infructuoso, no había reparado en el cambio
de Mariano.
Nada
cobró éste la primera semana; pero a la segunda, señaláronle jornal, y guardóse
aquellas tres monedas haciendo un nudo en el pañuelo.
Entonces
Mariano se presentó al Maestro, y le habló así:
-D.
Pablo, aquí tiene usted esto, lo primero que he cobrado, para que me compre
libros. No podré venir de día; pero si usted quiere enseñarme, no faltaré un
ratito todas las noches.
Admirado
D. Pablo, hízose explicar aquel fenómeno, y cundo supo toda la verdad, abrazó a
Mariano y le dijo:
-Guarda
ese dinero y llévalo a tu madre. Bien chico, bien; continúa así, y serás
hombre. No sabes la alegría que me das.
Al
cabo de un mes, Mariano ganaba una moneda diaria.
Un
años después, su madre no tenía que trabajar, y, pasado algún tiempo, poníase
Mariano al frente de aquel taller en calidad de mayordomo.
Han
pasado seis años. El dueño del taller, ha fallecido, y sus herederos han
traspasado la casa a Mariano, al honrado mayordomo, que no piensa más que en el
cumplimiento de su deber y en proporcionar a su madre una vejez tranquila.
Procura
escuchar siempre el buen consejo.
Se
laborioso, que el trabajo dignifica y enriquece.
¿Qué
vida llevaba Mariano?
¿Quién
le amonestaba y reprendía?
¿A
qué se vio obligado D. Pablo?
¿Qué
desgracia experimento Mariano? ¿Vario, por esto, de conducta?
¿A
qué se vio obligada la madre de Mariano?
¿Qué
dijo un día D. Pablo a Mariano? ¿Qué efecto produjeron las palabras del buen
maestro?
¿Qué
hizo Mariano al cobrar su trabajo por vez primera? ¿Cuál fue su conducta en lo
sucesivo?
¿Cómo
vio recompensado su noble proceder?
¿Hallarse
postrado en cama?
¿Las
horas muertas?
¿Agravarse?
¿Quiénes
son nuestros mayores?
¿Pesar…pesadumbre?
¿Emoción…emocionar…emocionado?
¿Adolescente?
¿Fenómeno?
¿Mayordomo?
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