Enrique y Jacintín eran dos buenos
amiguitos. Pasaban juntos casi todas las horas del día, y tanta confianza
reinaba, además, entre sus padres, que habían convertido en jardín común los
huertos respectivos, derribando la tapia medianera.
Estaban,
en verdad, tan unidas las dos familias, que regalo que se hacía Enrique, regalo
que llegaba a Jacintín; tantos juguetes al uno como al otro; mimo para éste,
mimo para aquél.
Tenían,
mes arriba, mes abajo, la misma edad y dijérase que eran hermanos; éranlo, en
efecto, sino por parentesco, espiritualmente.
Pero si
los padres y deudos los confundían en el efecto, en el carácter bien se
diferenciaban los dos muchachos. Era dulce y sencillo Jacintín; era turbulento
e imperioso Enrique; no obstante lo cual, ¡Ved la rareza!, no reñían nunca.
Otra cosa
llamaba la atención en ellos: en las festividades, en cualquier solemnidad,
percibían, por partes iguales, las moneditas, que sus padres les regalaban.
Enrique gastaba todo el caudal en golosinas y tonterías, y cuando Jacintín
quería hacerse el espléndido, deteníale su amigo con un gesto desdeñoso,
diciéndole:
Yo soy el
viejo y tú, el joven: no puedo permitir que pagues.
Sonreíase
Jacintín, y, acariciando la moneda pronta a escurrirse entre sus dedos contestaba
afablemente:
-Bueno,
alguna vez me tocará a mí.
Pasó el
tiempo. Los dos muchachos eran ya mozalbetes y seguían, a la par, su carrera
con estudios similares.
Su
carácter había variado apenas, sobre todo en
cuanto a la esplendidez del uno y a la modestia del otro. Jacinto
procuraba no gastar sino lo necesario; Enrique diríase que tenía las manos agujereadas.
Llegó un
día en que Jacinto vio muy triste a Enrique. Como se querían mucho, no tardó el
último en declarar su pesadumbre.
Casualmente,
dijo he escuchado una conversación entre mi padre y mi madre. Estamos
arruinados. Se ha de pagar una cantidad crecida, y faltan una cantidad
importante.
-Pues yo
se lo diré a mi padre, y los dará esa cantidad.
-Es que
ocurre que ya tiene el mío todo lo que puede dar el tuyo, y sigue haciendo
falta.
-Yo guardo
un rinconcito; vamos a contarlo. En su habitación, tenía Jacinto una cajita
muy hermosa, cerrada con llave; en la tapa había una
hendedura por donde echaba el dinero.
-Desde
que me la regaló mi cariñoso abuelo, diciéndome que conservase en ella mis
ahorrillos, no la he abierto jamás. La primera moneda él me la dio, y recuerdo
que era una de oro.
Y
efectivamente, en aquel rinconcito, como había dicho Jacintín, hallaron más de
lo que necesitaba el padre de Enrique. Éste abrazó a su amigo emocionado.
-¿Cómo
podré recompensarte? Pregunto.
-Nada me
debes-repuso Jacinto.-Estos ahorros son tuyos y míos; pues mientras tú has
pagado por mí durante diez años, yo he podido, cómodamente, hacer la hucha. Y
ahora mi abuelo estará contento y me bendecirá, porque ha dado frutos su
consejo y no he podido hacer mejor uso de su regalo.
Debemos
ahorrar para salir, en momento difícil de un apuro inesperado.
Quien no
malgasta, ahorra; quien ahorra, va labrando fortuna.
¿Cómo vivían
Enrique y Jacinto?-Y ¿Los padres de ambos?
¿Qué
carácter tenía uno y otro?-¿Cómo procedían?
¿Conservaron
la amistad mucho tiempo?
¿Qué
revelación hizo un día Enrique a su amigo?-¿Cómo procedió Jacinto?
Discurrid
sobre lo hecho por Jacinto.
Discurrid
sobre el carácter de uno y de otro.
¿Qué
preceptos debemos recordar para poder hallarnos en el caso de Jacinto?
¿Qué es
una tapia?
¿Medianera?
¿Parentesco
espiritual?
¿Turbulento?
¿Lo
contrario de turbulento?
¿Imperioso?
¿Percibir?
¿Afable?
¿Estudios
similares?
¿Tener
las manos agujereadas?
¿Guardar
un rinconcito?
¿Emoción…emocionado?
¿Hacer la
hucha?
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