Una señora tenía dos niñas, llamadas Elisa
y Paquita. Elisa era un modelo de belleza; sus cabellos parecían de oro; su
rostro era blanco; sus ojos, bellísimos, y el cuerpo, esbelto. Paquita era muy
diferente, y aunque era feílla, se llevaba las caricias de todos, mientras casi
nadie ponía buena cara a la otra hermana. ¿Por qué? Porque Elisa era muy sucia:
se se lavaba, estaba siempre desgreñada y con el vestido lleno de manchas. Por
el contrario, Paquita estaba siempre aseada, limpia, y llevaba su traje bien
cuidado.
Así
crecieron las dos y llegaron a mujeres, sin que Elisa quisiera enmendarse. ¿Y
qué sucedió? Paquita fue el consuelo de su familia y vivió muy feliz.
Elisa
fue siempre desgraciadísima y concluyó su vida miserablemente, haciendo
desgraciados a cuantos vivieron con ella.
La
niña limpia derrama la dicha en su alrededor, y de la sucia se alejan todos por
su mal olor. Porque el olor viene del alma y quien es sucio por fuera, lo es
también por dentro.
Existen
seres humanos que se rebajan vilmente para lograr salvar a una niña sucia. Fingen
lo que haga falta y el teatro se lo creen ellos mismo. Cuando conocen la
realidad de su teatro se ofuscan y se esconden bajo la ira para seguir
adentrándose a sus profundas frustraciones.
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