martes, 23 de julio de 2013

Parte de la vida III-El grupo: Las manzanas.



Alberto tenía muy disgustado a su padre, porque en vano se esforzaba éste en corregirle dos vicios muy feos y perniciosos. Habéis de saber que el díscolo no abría la boca sino para soltar embuste sobre embuste. Además, era insoportable por sus chismes, hasta el punto de que nadie quisiera tratos con el acusón.

Para colmo y mayor pesadumbre el padre, no tardó Alberto en adquirir un defecto más reprensible; se acostumbró al hurto, merodeando en los rincones de su casa y en los huertos del vecino, y lo hacía con tal astucia que tardaron a descubrirse estas nuevas mañas. Pero se descubrieron al final, porque nunca las malas acciones quedan impunes.

Ello ocurrió como debía ocurrir, delatándose Alberto a sí mismo, víctima de sus propias trapacerías. Usted lo que hizo y con cuánta torpeza:

Había observado un hortelano que alguien entraba diariamente en su propiedad y que, no sólo hacía provisión de frutas, sino que le echaba a perder las plantas. No tardó en convencerse de que aquello era obra de algún chiquillo desmañado y goloso.

-¡Ya te daré yo para tus gustos, glotón!-díjole el buen hombre.

Y cogió unas cuantas manzanas, las más gordas, frescas y apetecibles, y con un punzón fino, bien empapado en acíbar, saturólas de amargo sabor. Los agujeritos casi no se distinguían, pareciendo, a lo sumo, picotazos de gorrioncillos. Después las dejo junto a la cerca, por la parte del camino, como si acabaran de caer del árbol.

Efectivamente, Alberto no tardó a pasar por allí, y excusado es decir si echaría mano a las manzanas. ¡Qué bien iba a regalarse! ¡Qué grandes! ¡Qué finas! ¡Y qué envidia la de su hermano Sebastián viéndoselas devorar! Precisamente aquella mañana habían reñido, y así se vengaría. Cruzó entonces una idea diabólica por su imaginación. ¿Vengarse? Bueno, pero de otra manera más cruel.

Ya en casa, escondió tres manzanas en el cuartito de Sebastián, y guardó dos para sí. Enseguida, se dirigió a su padre y le dijo:

-Mira, papá: Sebastián, tiene unas manzanas en su habitación. No sé si las habrá cogido de la alacena o de algún cercado próximo.

Jamás había hecho Alberto, en sus soplos, acusaciones de aquella índole. Tan grave le parecía al buen señor la denuncia, que ni siquiera pensó en que se tratara de un nuevo embuste. Era posible que Sebastián, en un momento de gula, hubiese cometido aquella falta, y quiso cerciorarse por sus propios ojos.

Entretanto, Alberto comenzó a devorar apresuradamente, con glotonería, las manzanas que guardaba en uno de sus bolsillos. Sí que sintió un gusto raro, bien contrario del que suele ofrecer al paladar el sabroso fruto; más no por ello dejó de tragarlo. Pero entre las prisas con que devoró y lo amarga que se le puso la boca, entráronle tales náuseas que, cuando el padre volvía de su requisa, hallóle pálido, lloroso y como a punto de morir.

-¡Son las manzanas, papá!- exclamó Alberto.

-¡Perdóname! ¡Tienen veneno! Estaban en tierra, en el huerto de tío Roque…¡Ay! ¡Ay! ¡Qué retortijones…!

Alarmado el padre, iba a disponer que llamasen al médico, cuando se presento el tío Roque, que le tranquilizó diciéndole:

-No se alarme: es cuestión de una purga.

Hacía tiempo que andaba al acecho y no podía dar con el que entraba a estropearme el sembrado y comérseme la siembra. Para castigarle, ya que no le podía coger, impregné de acíbar las manzanas. Por casualidad, seguramente, pasó a poco su hijo, y, pensando lo que ocurriría, vine a tranquilizar a usted.

El padre dio las gracias al tío Roque. Cuando estuvo solo con su hijo, ya calmado éste, le habló con severa represión:

-Has pretendido echar sobre tu hermano la culpa de tus maldades; a esa infamia te ha arrastrado el hábito de la mentira. Por ti pude castigar al inocente. El embustero y soplón es materia dispuesta para todas la bajezas y rastrerías, y así como ahora has sido castigado por la mano de Dios, también lo serás mañana.

Ahora no has tenido más que un susto: más tarde, siendo hombre, tu conducta te abrirá de par en par las puertas del presidio.

-Papá-contesto Alberto-te he rogado que me perdones. ¡Perdóname! ¡No mentiré jamás!

Y así fue. Alberto no olvido, en el transcurso de su vida, que el embustero se expone a amargarse el paladar con el mismo veneno de su mentira.

Debemos ser veraces. El mentiroso es aborrecido y despreciado.

La costumbre de mentir es un hábito pernicioso que rebaja todos los buenos sentimientos, incluso el de la propia dignidad.

-Decid cualidades de Alberto.

¿Qué opinas de éste niño?

¿Qué hizo el hortelano? ¿Para qué lo hizo? ¿Obro bien? ¿Por qué?

¿Qué resultado produjo lo que hizo el hortelano?

¿Qué maquino la maldad de Alberto? ¿Qué ocurrió?

¿Quién castigo la perversidad de éste niño?

¿Qué hizo el tío Roque?

¿Cómo procedió el padre de Alberto al conocer la verdad?

¿Qué efecto produjo en el niño la lección recibida?

¿Díscolo?

¿Lo contrario de díscolo?

¿Acusón?

¿Merodear?

¿Impune…impunidad?

¿Delatarse?

¿Qué diferencia hay entre un árbol, un arbusto y una hierba?

¿Desmañado?

¿Lo contrario de desmañado?

¿Acíbar?

¿Idea diabólica?

¿Alacena?

¿Acechar…andar al acecho?

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