Alberto
tenía muy disgustado a su padre, porque en vano se esforzaba éste en corregirle
dos vicios muy feos y perniciosos. Habéis de saber que el díscolo no abría la
boca sino para soltar embuste sobre embuste. Además, era insoportable por sus
chismes, hasta el punto de que nadie quisiera tratos con el acusón.
Para
colmo y mayor pesadumbre el padre, no tardó Alberto en adquirir un defecto más
reprensible; se acostumbró al hurto, merodeando en los rincones de su casa y en
los huertos del vecino, y lo hacía con tal astucia que tardaron a descubrirse
estas nuevas mañas. Pero se descubrieron al final, porque nunca las malas
acciones quedan impunes.
Ello
ocurrió como debía ocurrir, delatándose Alberto a sí mismo, víctima de sus
propias trapacerías. Usted lo que hizo y con cuánta torpeza:
Había
observado un hortelano que alguien entraba diariamente en su propiedad y que,
no sólo hacía provisión de frutas, sino que le echaba a perder las plantas. No
tardó en convencerse de que aquello era obra de algún chiquillo desmañado y
goloso.
-¡Ya te
daré yo para tus gustos, glotón!-díjole el buen hombre.
Y cogió
unas cuantas manzanas, las más gordas, frescas y apetecibles, y con un punzón
fino, bien empapado en acíbar, saturólas de amargo sabor. Los agujeritos casi
no se distinguían, pareciendo, a lo sumo, picotazos de gorrioncillos. Después
las dejo junto a la cerca, por la parte del camino, como si acabaran de caer
del árbol.
Efectivamente,
Alberto no tardó a pasar por allí, y excusado es decir si echaría mano a las
manzanas. ¡Qué bien iba a regalarse! ¡Qué grandes! ¡Qué finas! ¡Y qué envidia
la de su hermano Sebastián viéndoselas devorar! Precisamente aquella mañana
habían reñido, y así se vengaría. Cruzó entonces una idea diabólica por su
imaginación. ¿Vengarse? Bueno, pero de otra manera más cruel.
Ya en
casa, escondió tres manzanas en el cuartito de Sebastián, y guardó dos para sí.
Enseguida, se dirigió a su padre y le dijo:
-Mira,
papá: Sebastián, tiene unas manzanas en su habitación. No sé si las habrá
cogido de la alacena o de algún cercado próximo.
Jamás
había hecho Alberto, en sus soplos, acusaciones de aquella índole. Tan grave le
parecía al buen señor la denuncia, que ni siquiera pensó en que se tratara de
un nuevo embuste. Era posible que Sebastián, en un momento de gula, hubiese
cometido aquella falta, y quiso cerciorarse por sus propios ojos.
Entretanto,
Alberto comenzó a devorar apresuradamente, con glotonería, las manzanas que
guardaba en uno de sus bolsillos. Sí que sintió un gusto raro, bien contrario
del que suele ofrecer al paladar el sabroso fruto; más no por ello dejó de
tragarlo. Pero entre las prisas con que devoró y lo amarga que se le puso la boca,
entráronle tales náuseas que, cuando el padre volvía de su requisa, hallóle
pálido, lloroso y como a punto de morir.
-¡Son las
manzanas, papá!- exclamó Alberto.
-¡Perdóname!
¡Tienen veneno! Estaban en tierra, en el huerto de tío Roque…¡Ay! ¡Ay! ¡Qué retortijones…!
Alarmado
el padre, iba a disponer que llamasen al médico, cuando se presento el tío
Roque, que le tranquilizó diciéndole:
-No se
alarme: es cuestión de una purga.
Hacía
tiempo que andaba al acecho y no podía dar con el que entraba a estropearme el
sembrado y comérseme la siembra. Para castigarle, ya que no le podía coger,
impregné de acíbar las manzanas. Por casualidad, seguramente, pasó a poco su
hijo, y, pensando lo que ocurriría, vine a tranquilizar a usted.
El padre
dio las gracias al tío Roque. Cuando estuvo solo con su hijo, ya calmado éste,
le habló con severa represión:
-Has
pretendido echar sobre tu hermano la culpa de tus maldades; a esa infamia te ha
arrastrado el hábito de la mentira. Por ti pude castigar al inocente. El
embustero y soplón es materia dispuesta para todas la bajezas y rastrerías, y
así como ahora has sido castigado por la mano de Dios, también lo serás mañana.
Ahora no
has tenido más que un susto: más tarde, siendo hombre, tu conducta te abrirá de
par en par las puertas del presidio.
-Papá-contesto
Alberto-te he rogado que me perdones. ¡Perdóname! ¡No mentiré jamás!
Y así
fue. Alberto no olvido, en el transcurso de su vida, que el embustero se expone
a amargarse el paladar con el mismo veneno de su mentira.
Debemos
ser veraces. El mentiroso es aborrecido y despreciado.
La
costumbre de mentir es un hábito pernicioso que rebaja todos los buenos
sentimientos, incluso el de la propia dignidad.
-Decid
cualidades de Alberto.
¿Qué
opinas de éste niño?
¿Qué hizo
el hortelano? ¿Para qué lo hizo? ¿Obro bien? ¿Por qué?
¿Qué
resultado produjo lo que hizo el hortelano?
¿Qué
maquino la maldad de Alberto? ¿Qué ocurrió?
¿Quién
castigo la perversidad de éste niño?
¿Qué hizo
el tío Roque?
¿Cómo
procedió el padre de Alberto al conocer la verdad?
¿Qué
efecto produjo en el niño la lección recibida?
¿Díscolo?
¿Lo
contrario de díscolo?
¿Acusón?
¿Merodear?
¿Impune…impunidad?
¿Delatarse?
¿Qué
diferencia hay entre un árbol, un arbusto y una hierba?
¿Desmañado?
¿Lo
contrario de desmañado?
¿Acíbar?
¿Idea
diabólica?
¿Alacena?
¿Acechar…andar
al acecho?
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