Como todas las niñas de su edad, gustaba
Amparito de divertirse, ya sola, o ya con algunas amiguitas. Pero nunca se
entregó a juegos peligrosos que pudieran ser cauda de daños o de disgustos para
ello o para las otras niñas, sino a juegos consentidos por su mamá.
Amparito se divertía con sus juguetes, y
principalmente con su muñeca. La vestía, la desnudaba, la metía en la cama, la
lavaba, volvía a vestirla, la adornaba, le hablaba, la besaba, le hacía mimos,
la cuidaba si está enferma, la consolaba si lloraba, la llevaba en sus brazos,
la ponía a caballo sobre sus rolillas, la sentaba en su sillita, le daba papilla, la acostaba y la
despertaba, la mecía en sus brazos
cantándole el Mambrú, a la limón, dos y dos son cuatro, y otras canciones de
niñas; en una palabra, hacía con ella como hacen las buenas mamás con sus
hijas.
Amparito, con permiso de su mamá, cosía
los camisolines y las enagüitas de su muñeca. Pero tenía mucho cuidado de no
pincharse con las agujas, de no cortarse con las tijeras o hacerse daño de
cualquier otro modo. Nunca se ponía los alfileres ni las agujas en la boca.
Si con permiso de su mamá jugaba al
corro, a las cuatro esquinas, al escondite o, a otro juego semejante, nunca
corría a todo correr, como muchas niñas corren, ni daba saltos, ni se ponía en
peligro de hacerse daño o de hacérselo a sus compañeras.
Quien robustez anhela y hermosura y
conservar mejilla sonrosadas, destierra los perfumes y pomadas, y se lava con
agua fresca y pura.
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