LOS FERROVIARIOS
Para los que somos profanos en esta Ciencia, la Historia con
mayúsculas, representa la descripción de aquellos hechos, que tuvieron
trascendencia en el presente y futuro de la sociedad contemporánea al momento
en que éstos acaecieron.
Por otra parte, la iconografía histórica nos tiene
acostumbrados a los simples aficionados a su estudio, a un modelo en el que
tales hechos trascendentes son protagonizados por personajes relevantes de su
tiempo; personajes que por circunstancias diversas, en la mayoría de las
ocasiones han detentando, tanto el poder de crear Historia, como en ciertos
momentos de alterar su curso, en virtud de una cierta capacidad de decisión que
en cierto momento éstos tuvieron.
El trabajo que presentamos tiene otro punto de vista; no
hemos pretendido investigar las razones y causas que se hallan detrás de los
diversos sucesos trascendentes en la Historia del Ferrocarril Español, tampoco
nos hemos propuesto analizar el papel que la aparición y desarrollo de este
medio ha podido tener desde una óptica social, económica o política. Por el
contrario, los protagonistas de nuestro trabajo han sido las personas que,
simplemente, se limitaron a vivir un día a día influido por las consecuencias,
tanto de estos aconteceres relativos a la evolución histórica del ferrocarril
en España, como de otras circunstancias, políticas y sociales, que conformaron
un escenario en el que se desarrolló su existencia profesional y humana, y
sobre el que no tenían capacidad alguna de actuación.
De esta manera, nuestro objetivo no ha sido ocuparnos de la
actividad de ilustres personajes como el Marqués de Salamanca, D. Miquel Biada
o los señores Subercasse y Santa Cruz, entre otros, cuyo papel en la Historia
ferroviaria española ha sido ampliamente estudiado y divulgado por reconocidos
especialistas en la materia, sino que hemos intentado mostrar cómo vivían y
trabajaban otros profesionales del ferrocarril, aquellos que como maquinistas,
fogoneros o jefes de tren hacían llegar a los trenes a sus destinos; como los
factores, jefes de estación, guardagujas y enganchadores que en las estaciones,
de día o de noche, formaban los convoyes y controlaban su circulación; como los
guardabarreras, obreros de vía, encendedores o caldereros, que en los tajos,
talleres o depósitos, hacían posible que vehículos e instalaciones estuviesen
en condiciones de ser utilizados.
Por otra parte, nuestra narración tampoco intentará reflejar
con absoluto rigor histórico la época en la que estos nuestros protagonistas
vivieron, sino que pretenderá reconstruir la visión que ellos tuvieron de
aquella realidad; por esta razón, el hilo conductor del relato se basará
fundamentalmente en la narración de las experiencias, anécdotas y vivencias que
aquellos, hoy treinta, cuarenta o cincuenta años después, recuerdan de una
época marcada en la mayoría de los casos por la necesidad de casi todo, pero
también por la juventud y la ilusión; narraciones que en ocasiones serán complementadas
por otra perspectiva diferente, la que de esa época tenemos los que hoy trabajan
en el ferrocarril.
Para ello y por razones obvias de proximidad histórica y
disponibilidad de testimonios directos, hemos centrado nuestro estudio en la
propia historia de RENFE, remontándonos en algunos casos a los primeros años de
su creación y llegando en ocasiones hasta prácticamente nuestros días. Por otro
lado, debido a las limitaciones de espacio establecidas para este trabajo,
nuestra narración se centrará sólo en dos de las actividades más cercanas a la
explotación ferroviaria, las que desarrollaban el personal adscrito al servicio
de Explotación o Movimiento (Trenes y Estaciones), y el de Tracción,
refiriéndonos en este caso solamente al trabajo de maquinistas y fogoneros.
2. EL TRABAJO DE LOS FERROVIARIOS
Siguiendo el planteamiento del profesor López Pita, el
sistema ferroviario en lo que respecta a la tecnología utilizada, está formado
por un conjunto de subsistemas distintos pero complementarios en lo que a la
actividad del ferrocarril se refiere, entre ellos pueden contarse, la
infraestructura viaria, las instalaciones fijas de vía, la señalización, la
comunicación, la electrificación, la tracción, el material remolcado, las
estaciones en sus dos variantes, viajeros y mercancías, etc.
Ello, desde el punto de vista de la explotación de las
líneas férreas, significó que este medio de transporte, desde su aparición,
precisó mantener personas cualificadas en la realización de tareas muy
diversas, configurándose entonces una estructura productiva con puestos de
trabajo con una especialización muy acusada. Especialización que a lo largo de
los años fue disminuyendo, al concentrarse en algunos de ellos tareas
realizadas por puestos distintos e incluso correspondientes a otras ramas
profesionales, pero que debido fundamentalmente a la introducción de avances tecnológicos,
fue posible su concentración en una sola persona.
Este es el caso del freno de los trenes, el cual hasta la
introducción del frenado automático controlado desde la locomotora por el
maquinista, exigía el concurso de guardafrenos y mozos de tren, los cuales,
accionando manualmente el freno del vehículo en el que viajaban prestando
servicio, proporcionaban el esfuerzo de frenado para la detención de los
convoyes en los puntos deseados.
Precisamente iniciaremos este trabajo refiriéndonos a la
actividad del llamado personal de Trenes, servicio que reunía algunos de los
oficios de mayor tradición ferroviaria, pero caracterizado también por unas
condiciones de trabajo, que desde el punto de vista actual son simplemente
inconcebibles.
2.1. EL PERSONAL DE TRENES.
Las tareas que desarrollaban los agentes ferroviarios
adscritos al servicio de Trenes eran de dos tipos; por un lado, quizá la de
mayor relevancia, el accionamiento manual del freno de los convoyes que no
estaban provistos de frenado automático, accionado desde la locomotora coche o
furgón dotado de dispositivos al efecto, y por otro, las de orden puramente
comercial, controlando las mercancías que transportaba el tren y colaborando en
las tareas de carga y descarga en las estaciones.
Respecto a la primera de las funciones mencionadas, habría
que precisar que los trenes con accionamiento manual del freno, eran la
práctica totalidad de los de mercancías, incluso según las épocas, algunos de
viajeros; en ellos para asegurar su detención cuándo y dónde se desease, se disponía
que a lo largo de la composición se situasen vagones dotados de “freno de mano”
o de
“tornillo”, cuyo accionamiento, totalmente manual, se
efectuaba desde una garita situada en la parte superior de uno de los extremos
del vagón, fuera de éste y ligeramente por encima de la altura de su techo;
accionamiento que consistía en el giro repetido de una manivela o volante
situado en dichas garitas y que mediante un sistema de tornillo apretaba o
aflojaba las zapatas del freno del vehículo en cuestión.
Para lo cual, en estas garitas debían viajar durante todo el
recorrido del tren, los agentes encargados de accionar este freno manual cuando
el maquinista, mediante señales
efectuadas con el silbato de la locomotora, así lo solicitaba o incluso por
iniciativa propia “en los casos de deriva o cuando se den cuenta de
un incendio o peligro” según señalaban la Instrucción General Núm. 10 de
Explotación y la Circular núm. 14 de Material y Tracción de RENFE, cuyo texto
era recogido en la “Recopilación de disposiciones vigentes en Materias de
Circulación que más afectan al personal que presta servicio en la línea”
publicada por la Academia Especial de Ferrocarriles
CALDERON DE LA BARCA en 1949.
La cantidad de personas que debían prestar servicio en cada
convoy variaba en función del número de los frenos de “tornillo” que
reglamentariamente deberían ser servidos en función del tipo de tren, de la
línea que tendría que recorrer e incluso de la locomotora que lo arrastraba. De
esta manera, por cada grupo de vehículos sin freno, debía circular uno dotado
del mismo y lógicamente al cargo de un agente. Estos trabajaban en “brigadas”,
adscribiéndose a ellas un grupo de mozos de tren y guardafrenos, los cuales
efectuaban juntos el mismo servicio.
La cantidad de vehículos por el que se exigía un freno
manual variaba enormemente en función del trazado de las distintivas líneas
férreas; así desde la necesidad de disponer de un vagón dotado de este
dispositivo por cada grupo de 21/2 carentes de él, en tramos correspondientes a
la línea de Linares a Almería, podían encontrarse otras como la de Sevilla
Plaza de Armas a Huelva, en donde se admitían hasta 10/12 carruajes sin frenar.
Como se puede imaginar las condiciones de trabajo de estas
personas eran durísimas; horas y horas encaramados en el interior de la garita,
la mayor parte de las veces sin puerta, con aberturas por todos lados (con
frecuencia estos agentes portaban maderas y clavos para reparar, momentos antes
de emprender el viaje, alguna de las muchas tablas rotas o desprendidas de sus
habitáculos), soportando las inclemencias del tiempo en recorridos
interminables; en invierno envueltos en una manta, sentados, con el farol de
petróleo entre las piernas como única fuente de calor; en verano sofocados por
el ambiente de las garitas recalentadas por el sol; al paso de los túneles,
asfixiados por el humo de las máquinas de vapor, y siempre con el oído atento a
las señales de ”apretar o aflojar frenos” que el maquinista pudiera efectuar en cualquier momento.
Las categorías
profesionales incluidas en este servicio eran las de
Jefe de Tren, Guardafrenos- Distribuidor y Mozo de Tren, permaneciendo sus
funciones a lo largo de los años inalteradas, de forma que la redacción que
podemos encontrar de las mismas en textos de la Reglamentación Nacional del
Trabajo de RENFE de 1944, el Reglamento de Régimen Interior de 1962 o el nuevo texto
del primero dado en 1971, se expresan en términos prácticamente idénticos,
salvo algún párrafo adicional incluido en este último. Jefe de Tren.- En
esta categoría se comprenden los que ejercen, fuera de las
Estaciones, la máxima autoridad en el tren, respondiendo de
la marcha de éste, así como de la conducción de mercancías, equipajes, pliegos,
cajas de recaudación y carteras de servicio a su cargo.
Guardafrenos-Distribuidor.- Se integran en esta categoría
aquellos que, en una parte de la composición del tren, llevan a su cuidado, con
responsabilidad propia, la recogida y distribución de mercancías, tanto de
grande como de pequeña velocidad; ejercen la vigilancia exterior de los vagones
de su grupo durante la marcha; responden de todos los bultos que se les
confíen, y sirven el freno que les está encomendado.
Mozo de Tren.- Corresponde esta categoría a los que prestan
servicio en los trenes para accionar los frenos de los vehículos, de acuerdo con
las señales establecidas, vigilan un número determinado de vagones y coadyuvan
con el personal de las Estaciones en los cargues y descargues de mercancías,
revisando los enganches y ejecutándolos en las Estaciones de tránsito, cuando
sean requeridos para ello.
Reglamentación Nacional del Trabajo de 1944
Dichas funciones y las propias categorías profesionales que
se encuadraban en este servicio permanecieron vigentes hasta 1983, cuando
dentro del texto del IV Convenio Colectivo de RENFE, aparece una nueva
clasificación profesional de este servicio, formado por las categorías de
Agente de Tren y Auxiliar de Tren, a las que se encomiendan ya una función
eminentemente comercial.
En esta fecha, mucho tiempo después de que en RENFE el
frenado de los trenes se efectuase de forma automática, desaparecieron las
primitivas profesiones encuadradas en el servicio de Trenes, en donde
trabajaron muchos agentes ferroviarios en condiciones de penosidad extrema y cuyo
testimonio queremos representar en la narración de uno de estos profesionales Don
Jesús Guerra Rodríguez; que ingresó en la Compañía de los Ferrocarriles de
Madrid,
Zaragoza y Alicante (MZA) como Mozo de Estación en 1943;
pasando en 1948 a Mozo de Tren en Betanzos y Curtis y en 1962 a Guardafrenos
con residencia en Curtis y La Coruña. Jubilado en 1982.
Don Jesús nos cuenta lo siguiente:
“... Las dificultades de la vida ferroviaria de antaño
fueron muchas e imposible ignorarlas: había muchas deficiencias en todo el
material, las condiciones del país no podían ofrecer otra alternativa.
De mi época como Mozo de Tren puedo rememorar el frío que
pasaba en las garitas, éstas sin puertas y además peligrosas. Pasaba muchas
horas subido en el tren y a veces sin comida.
Recuerdo una ocasión, en la línea de Zaragoza a Arcos;
salimos con unas mercancías de la estación de Ariza dirección Zaragoza sobre
las siete de la tarde. Empleamos toda la tarde, la noche, el día siguiente y a
la mañana del segundo día pudimos llegar a la estación de Ricla, sin comida y
prácticamente sin haber tomado nada desde la primeras horas de las noches en
que me acabe la cena preparada para el viaje. Estábamos detenidos en esta
estación y no sabíamos exactamente la hora de partida; que si en 10 minutos,
que si luego en 30... yo tenía tantísima hambre, aparte de cansancio, que ya no
veía, y le dije a un compañero:
Mira: como el pueblo está cerca de la estación, ¿te parece
que vayamos a comprar algo de carne y la asamos en la pala de la máquina?. ¡Si
se marcha el tren, que se marche!. ¡Yo no puedo aguantar más!.
No obstante, tuvimos la consideración de advertir al Jefe de
Estación que nos íbamos al pueblo a comprar comida. Efectivamente, empezamos a
andar, parecía que el pueblo se alejaba de nosotros, cada vez parecía más
lejos, no llegábamos nunca. Andar y andar, lo importante era comer como fuese.
Al fin llegamos, compramos nuestra carne y muy contentos deshicimos el camino
hacia la estación, pensando que tendríamos que pedirle permiso al maquinista para que nos
dejara asarla en la locomotora.
Sin embargo, y desafortunadamente, esto no fue necesario,
porque cuando ya divisábamos la estación vimos como el tren partía sin
nosotros. Ya nos daba todo igual, asamos la carne como pudimos en la estación y
nos la comimos.
Cuando llegamos después a Zaragoza, al parecer, nadie se
había dado cuenta de que habíamos perdido el tren, aunque eso no hubiera sido
lo peor, porque lo malo fue que la carne me sentó muy mal, estaría en malas
condiciones, lo cierto es que ya antes de llegar la cara se me lleno de granos,
me ardía, me encontraba tan mal que me tuve que dar de baja.
A las pocas horas se presentó el médico de la Red y me dijo:
- ¡Jesús, arriba y a trabajar!. ¡Tú no estás para estar de
baja!
- ¡Cómo que no!. ¡Yo no voy a trabajar!. Le respondí
convencido.
- Pues que sepas que yo no te voy a dar la baja.
Y no me dio la baja, falte al servicio, hable con el listero
y le dije que no iba a trabajar hasta que no mejorase y tampoco me dijeron
nada. Cuando mejore avise que ya estaba en condiciones para trabajar y que se
me nombrara servicio. Y así fue...
Yo en aquella época estaba siempre de reserva, es decir no
estaba incluido en una brigada, recuerdo otra ocasión en la que iba con un tren
frutero hacía Ariza que se caracterizaba porque no andaba casi nada, bueno como
la mayoría de aquellos trenes mercantes Llegabas a destino y prácticamente sin
descansar llegaba el Sr. Lozano, Jefe de Estación y te decía:
¡Hace falta un mozo para un mercante a Valladolid!
Dada mi circunstancia de reserva siempre me tocaba a mí. En
esa situación no te podías negar, y a veces incluso sin comida para llevar.
¡Esa línea de Ariza a Valladolid era terrible!.
Los inviernos eran crudísimos, las nevadas que allí caían
...y las pendientes de la vía.
Los trenes tenían que llevar doble tracción por cola hasta la
estación de Alentisque (a 34 kilómetros de Ariza). Allí cortábamos la máquina
que daba la doble, se pasaba a la placa para girarla, la teniamos que poner
nosotros en la placa y empujar ésta, darle la vuelta y otra vez para Ariza. Si
en otra ocasión llegabas a Valladolid, te ibas a descansar al dormitorio y lo normal
era que antes de cumplimentar tu descanso te estuvieran llamando otra vez”.
Como ya hemos señalado, la narración de D. Jesús Guerra es
un testimonio vivo de las condiciones en las que estos agentes ferroviarios
debían desarrollar sus funciones, y que pueden considerarse de dureza extrema;
sin embargo, a la penosidad de sus tareas se añadían otras circunstancias,
derivadas en gran medida del rudo ambiente en que se movían la mayoría de los profesionales
del ferrocarril y que en cierto modo, tenía como trasfondo el propio entorno
social y económico de la España de posguerra.
Nos referiremos en un primer momento a los llamados
dormitorios de agentes o lugares habilitados para la pernoctación de aquellos
empleados que debían efectuar el descanso entre jornadas fuera de su
residencia, D. Jesús a este respecto narra lo siguiente:
“....el dormitorio de Valladolid valía malamente para
dormir. Era penoso entrar allí, aunque el peor de todos los que conocí era el
de Arcos de Jalón. Dos naves en las que dormía mucha gente y por la noche allí
olía que ......Ya desde la entrada te daba el olor y no precisamente bueno,
cuando ibas a entrar después de respirar el aire de fuera, cuando abrías la
puerta el olor te hacía retroceder. Además no te dejaban casi dormir pues no
paraba de entrar gente nueva o si no, era el guarda a avisar a la gente que
tenía salir de viaje. Como ya he dicho, te avisaban con anterioridad a tu hora,
sin corresponderte, ante una incidencia o un tren especial, para así no tener
que avisar al personal de aquella residencia pues era más fácil hacerlo con
nosotros.
Así no se molestaba al avisador ni a los agentes de la
residencia, sobre todo si era de madrugada. Si te negabas, enseguida te decían
"Usted se niega" y entonces ya tenías lío....
Una vez, harto, le dije a un jefe de estación que no iba y
él me contestó:
- Usted se niega.
Y yo le respondí
-No me niego pero no voy
Muchas veces me levantaba de la cama para que me dejaran en
paz. .....
Sin embargo, recuerdo que cuando íbamos a Madrid-Atocha el
dormitorio era mucho mejor, parecía un hospital; una sala grande llena de camas
blancas; allí si había sábanas en las camas, en el resto de dormitorios nos las
teníamos que llevar nosotros y hacernos la cama antes de acostarnos...”
Los testimonios recogidos de otros veteranos profesionales
abundan en las carencias y deficiencias que presentaban muchos de los
dormitorios enclavados a lo largo de la Red; la primera referencia obligatoria
es que en aquellos tiempos, el personal que llegaba a descansar en estas dependencias
debía portar sus propias sábanas, haciéndose ellos mismos la cama antes de
iniciar su descanso y ello no sólo en los años 40 o 50, sino incluso bien
entrada la década de los sesenta.
Otra cuestión a resaltar era la falta de mínimas condiciones
higiénicas de los dormitorios, con 12, 14 o 16 personas durmiendo en el mismo
local, duchas y lavabos insuficientes o inexistentes y, obviamente, la
consiguiente falta de intimidad.
No obstante, la disponibilidad de estos locales debía
entenderse como una especie de salario en especie que era percibido por el
personal de Trenes y Conducción, (para las categorías de otros servicios no
estaba contemplada la utilización de los mismos) y que se remontaba a la
antiguas Compañías ferroviaria anteriores a RENFE. Concretamente la
“Reglamentación Nacional del
Trabajo en RENFE” de 1944 señalaba en su artículo 185 que:
“La RENFE está obligada a proporcionar dormitorios al
personal expresado en el artículo anterior (trenes y máquinas), debiendo reunir
aquellos las necesarias condiciones de limpieza, higiene y comodidad y estar
situados en las mismas Estaciones y Depósitos o bien en lugar inmediato a estas
dependencias.”
Precepto cuya redacción fue modificada en 1971 en la nueva
Reglamentación publicada en esta fecha:
Art. 278 La RED facilitará al personal de trenes, máquinas y
de intervención en ruta dormitorios que reúnan las debidas condiciones de
limpieza, higiene y comodidad, y que habrán de estar situados en las mismas
estaciones o depósitos o en lugar inmediato a estas dependencias. Estos dormitorios
reunirán las condiciones mínimas de higiene y comodidad exigidas por el
Reglamento General de Seguridad e Higiene del Trabajo.
Las camas se mantendrán en constante estado de higiene y
limpieza y las sabanas y fundas almohada se mudarán cuando deba pernoctar otro
agente en la misma cama. Cuando la RED no disponga de dormitorios propios podrá
recurrir a la contratación de habitaciones para uso del mencionado personal.
En otro sentido, los dormitorios eran con frecuencia una
especie de sucedáneo del hogar del que estas personas se veían alejados con
frecuencia durante días; en ellos se improvisaban comidas, bien compartiendo
con los demás compañeros los víveres propios de cada uno, bien comprando los ingredientes
en el mismo lugar; se entablaban entrañables amistades, como decían muchas de
las personas que nos han hecho llegar sus testimonios, “...se pasaba más
tiempo con los compañeros que con tu familia, a la fuerza tenían que
nacer amistades para toda la vida...” A veces incluso sucedían anécdotas
pintorescas, como la que refleja D. José Guerrero Zunzunegui.
D. José ingresó en RENFE en 1959, en la 19ª Promoción de
Tracción del Regimiento de Movilización y Prácticas de Ferrocarriles en
Zaragoza Delicias. En 1963 pasa como agente civil a la Red con la categoría de
Fogonero en la residencia de Tarragona; en 1967 Ayudante de Tracción Eléctrica
en Barcelona-Vilanova; en 1972 Maquinista en Barcelona Término, Jefe de Maquinistas
en 1996 también en Barcelona Término, pasa a la situación de Pre-jubilado en
RENFE en 1999, esta es su narración:
“.....Recuerdo un día, que después de un montón de horas
llegamos con un ruta a la estación de Benicarló. El dormitorio era nefasto, la
pintura de las paredes ni mencionarla, el caso es que dejamos el tren y nos
fuimos a tomar unos vinos hasta la hora de acostarnos, regresando al dormitorio
un poco “alegres”. A eso de las dos de la mañana me levante al servicio, y
¿cómo iría?, el caso es que en vez de meterme en mi habitación lo hice en la
contigua a la mía que era la de mi compañero. A oscuras me eche en la cama y
resulta que oigo decir:
¿Pero qué es esto?, ¿Quién anda ahí?...Salí corriendo y
dándome cuenta de mi error me metí ya en mi autentica habitación, al fin. Al día
siguiente el comentario era en el dormitorio el esperado: “Un individuo ha
intentado meterse en la cama de un compañero”. Yo me callé. Cualquiera decía
algo. Menuda podía haberse organizado si se hubiesen enterado de que aquél
había sido yo, aquí no hubiesen valido explicaciones del error. Al pasar algún
tiempo desde luego que se lo conté al compañero, pero cuando ya casi nadie se
acordaba de aquello.....
Recuerdo otro dormitorio, el de Lérida, en el cual dormíamos
diariamente dieciséis personas y en una sola habitación. Había solamente una
estufa en el centro de la sala. El guarda del cuarto se dedicaba a mantenerla
encendida y a preparar calderas de agua para que no faltara el oxigeno en la
habitación (año 66)...”
2.2. MAQUINISTAS Y FOGONEROS
A continuación nos referiremos a aquellas profesiones
ferroviarias, que sin lugar a dudas, en mayor medida han sido mitificadas por
el entorno ajeno al ferrocarril, los maquinistas y fogoneros.
La literatura y el cine han retratado a estos profesionales
a bordo de sus inmensas locomotoras, hombres duros, valientes, bregados en una
tarea de rudeza sin par, rodeados de humo y vapor, con sus rostros tiznados por
el polvillo del carbón. El maquinista
conduciendo con la mitad de su cuerpo fuera de la cabina al objeto de ver el
trecho de vía que quedaba por delante, el fogonero inclinado sobre el hogar de
la caldera, alimentando el fuego paletada tras paletada (una de las mejores representaciones
cinematográficas de los hombres del vapor, quizá sea la imagen del actor americano
Burt Lancaster, como esforzado ferroviario de la SNCF francesa durante la
ocupación alemana en la película “El Tren”).
A este respecto puede asegurarse, sin temor a error, que la
realidad, no sólo encajaba totalmente con el arquetipo que estos medios nos han
trasmitido, sino que incluso en ocasiones la superaba. Pilotar la Santa Fe, las
Montaña, las Mikado, las Confederación y tantas otras, requerían de la pareja
que las manejaba un esfuerzo ímprobo. Así las inclemencias del tiempo era la
primera de las duras condiciones de trabajo con las que debían enfrentarse
estos hombres, en invierno el frío, la lluvia y la nieve hacia de los viajes
nocturnos una tarea penosa, en verano el calor ambiental junto con el que
desprendía la caldera hacían de las cabinas un autentico infierno.
Pero con todo, ésto no era lo más importante, en el trabajo de maquinistas y fogoneros
todavía había otras circunstancias que hacía de su tarea una labor de enorme
dureza. El maquinista, a lo largo
del recorrido, debía permanecer atento al tramo de vía que encontraba por
delante, siendo el conocimiento de la línea por la que transitaba una cuestión
elemental para efectuar su viaje en óptimas condiciones de seguridad; saber en
dónde debía reducirse la marcha del tren utilizando sólo el freno de su
locomotora o aplicando el contravapor, o por el contrario efectuar la señal de
“pedir frenos” a los guardafrenos de la brigada de Trenes que viajaban
encaramados en las garitas de los vagones de la composición, era indispensable
para respetar las señales o efectuar las paradas prescritas en su itinerario.
Además conocer el recorrido que efectuaba permitía estar
atento a la indicación de las señales correspondientes a las estaciones que
debían atravesar en su marcha, y lo más importante, permitía optimizar el
rendimiento de la máquina, adecuando su marcha al perfil del tramo de vía que
en cada momento atravesaban. De esta manera abrir o cerrar el regulador en su
justa medida, permitía alcanzar la velocidad precisa en cada momento,
disminuyendo la aplicación del freno y el consumo de combustible.
En cuanto a labor del fogonero, es fácil imaginar la
penosidad de su tarea; antes de iniciar la marcha debía limpiar y ayudar al maquinista a engrasar la
locomotora, preparar el carbón partiendo las briquetas y trozos más grandes
para facilitar su combustión en el interior de la caldera; en su jornada tres o
cuatro mil kilogramos de carbón debían pasar, a fuerza de las paletadas que
éste efectuaba, desde el tender hasta la caldera y cuando llegaban a destino,
antes de dejar el servicio, recargar el tender y la locomotora de carbón y
agua, de forma que ésta quedará lista para el próximo servicio.
Relato de D. Jesús Lapastora Montón: ingresó
en 1944 en la todavía existente Compañía ferroviaria MZA en 1944, en los
Talleres de Barcelona, en 1945 se incorpora a la Agrupación de Movilización y
Prácticas de Ferrocarriles en la 5º Promoción de Tracción Vapor, Fogonero en 1949
en Madrid-Atocha, Maquinista de Diesel en 1954, Jefe de Maquinistas en 1967,
Subjefe de Depósito en 1973, Jefe de Depósito en 1976, Jefe de Servicio en
1981, jubilado en 1986.
“....Antes de empezar el viaje acudíamos al Depósito hora y
media o dos horas antes de iniciar el servicio, allí la máquina estaba ya encendida,
para ello el equipo de Encendedores tenían nota de la hora en la que ésta debía
iniciar el servicio, y éstos utilizando carbón grueso y leña hacían el fuego en
la caldera de forma que el agua iba calentándose y ya la encontrábamos con
presión.
El Maquinista engrasaba las
bielas, los cojinetes y los patines y el fogonero barría la cabina, limpiaba
los cristales, abrillantaba los dorados y ayudaba al maquinista a
engrasar, también colocaba el carbón en el tender, partiendo los trozos más
grandes o rompiendo las briquetas que eran grandes bloques de carbón prensado
que no se podía echar tal y como lo cargaban en el tender a la caldera.
Después a la hora que estaba fijada salíamos del Depósito
para la estación, allí nos ponían en cabeza de tren, el fogonero hacía el
enganche y cuando nos pitaban salíamos. Yo cuando me licencié me destinaron
como fogonero al Depósito de Madrid-Atocha, la costumbre era que la misma pareja, maquinista y
fogonero, tuviesen asignada una máquina fija, haciendo con frecuencia el
mismo servicio.
En mi caso, durante mucho tiempo estuve haciendo trenes
entre Madrid y Zaragoza, casi siempre de viajeros, solíamos salir con el
expreso de Barcelona por la noche, llegamos sobre las tres de la mañana a
Zaragoza, allí se cambiaba la maquina descansábamos y al día siguiente volvíamos
a Madrid con el tren que venía en sentido contrario.
En un viaje echábamos tres o cuatro toneladas de carbón, y
eso que los trenes de viajeros como casi no paraban eran buenos trenes.
Cuando llegábamos a destino nos lavábamos con el agua de la
máquina porque en los dormitorios no había agua caliente, en muchos no había ni
siquiera duchas, teníamos que hacernos la cama con nuestras sábanas que
traíamos de casa. El dormitorio era el sitio donde vivíamos, allí también nos
hacíamos las comidas, ya que con frecuencia pasábamos cinco o seis días fuera
de casa, por lo que íbamos al mercado comprábamos de todo y nos hacíamos allí mismo
la comida. Con todo, cuando salíamos de viaje teníamos que llevar lo que
llamábamos el arca, que era un baúl bastante grande donde llevábamos la ropa de
trabajo, comida para dos o tres veces, las sábanas y todo lo demás que
pudiéramos necesitar.
Si volvíamos con el expreso de Barcelona llegábamos a Madrid
sobre las ocho de la mañana, de la estación al Depósito, allí antes de dejar la
máquina había que esperar para que se quedara cargada de carbón, casi siempre
había que esperar que te tocase el turno, y eso que en el Depósito de Atocha
había tolva para cargarlo, en otros sitios lo hacían brigadas de peones a base
de acarrear espuertas, limpiábamos un poco la maquina y nos íbamos, entre unas
cosas y otras rara era la vez que llegábamos a casa antes de las dos de la
tarde "
La máquina era el elemento principal en la vida de maquinistas y fogoneros; así, cada
pareja de conducción tenía asignada de forma regular una locomotora
determinada, siempre la misma, formando entonces ambos una unidad indisociable,
salvo que por algún tipo de incidencia o cuando ésta debía pasar por los
Talleres para realizar las correspondientes revisiones y reparaciones, sus tripulantes
recibiesen otra distinta.
Efectivamente, para
maquinistas y fogoneros la diferencia de emolumentos que suponía la realización
de servicios remolcando trenes, de viajeros o mercancías, frente a la
asignación a turnos de maniobras o reserva era enorme, al igual que en los
casos en los que la locomotora, durante el recorrido del tren, quedaba inútil y
debía regresar al depósito, entonces la llamada “prima de conducción”
quedaba ostensiblemente mermada. Prima de Conducción que en el caso de la Tracción
vapor-carbón, según recogía el Reglamento de Régimen Interior, respondía a la
siguiente fórmula:
I= (ic+ig+ir+t)+iv
Siendo sus componentes los siguientes conceptos:
Ic = Prima por economía de combustible (carbón)
ig = Prima por economía de grasa
ir+ t = Prima por recorrido y carga
iv = Prima por velocidad (balance de minutos)
Valor de dichos componentes para los que a su vez existía un
procedimiento matemático de cuantificación, harto complejo por cierto, pero que
en definitiva, junto a otras percepciones devengadas en la prestación de
servicios comerciales, marcaban notables diferencias entre la cuantía final de
la nómina para el personal de Tracción frente a su salario base a percibir
cuando su trabajo se limitaba a otras funciones.
Obviamente, ante este panorama puede deducirse que el estado
de conservación y funcionamiento de la locomotora era una cuestión de primera
importancia para maquinistas y fogoneros.
Por esta utilidad como herramienta básica de su trabajo e incluso por el
puntillo profesional que suponía, los bronces de las máquinas se abrillantaban,
los cristales de faroles y cabina se limpiaban, el engrase de cojinetes de
bielas y ejes se cuidaba, en definitiva la locomotora se mimaba; ello, la mayor
parte de las veces, en sus propias jornadas de descanso. A todo lo cual había
que añadir, que la potestad para asignar o retirar una determinada máquina a maquinistas o fogoneros la tenía el
jefe de la dependencia (Jefes de Depósito o Reserva), siempre a criterio del mismo.
En definitiva, maquinista
y fogonero debían formar un equipo de trabajo solidario, dado que si bien
las funciones a desarrollar por cada uno de ellos, e incluso su posición
jerárquica en la referente al control de la locomotora, establecía diferencias
ostensibles entre ambos, de la habilidad y compenetración entre uno y otro se
conseguían enormes beneficios en la conducción de la misma y por tanto un
considerable menor esfuerzo a realizar por ambas partes.
De esta forma, si el fogonero sabía obtener un fuego
uniforme, manteniendo el ritmo adecuado de suministro de carbón a la caldera y
acumulando más cantidad de éste en los puntos del cajón de fuego donde la
locomotora más consumía, obtenía un grado de presión óptimo, que facilitaba que
el maquinista dispusiese de vapor en
los momentos en los que precisaba un mayor esfuerzo.
En sentido inverso, cuando el maquinista era conocedor, tanto de la máquina que pilotaba, como
del trayecto que recorría y adecuaba la conducción de la misma a su perfil de
vía, abriendo y cerrando el regulador de forma que permitiese aprovechar al
máximo el vapor producido, hacía del trabajo del fogonero una tarea menos
fatigosa.
A ello había que unir que la duración de los viajes, la
cantidad de tiempo que maquinista y fogonero
debían pasar en el reducido espacio de la cabina, los a veces difíciles trances
que debían soportar, hacía imprescindible una convivencia, sino cordial sí
armónica entre ellos, dado que no sólo debían trabajar juntos, sino comer,
dormir y en definitiva vivir con el compañero.
Esta vida errante les obligaba a portar en sus arcas las
herramientas y utensilios que en cualquier momento podían necesitar, tales como
sartenes y pucheros que les permitiesen cocinar un cocido en el domo seco de la
máquina (para lo que previamente había sido practicado un orificio al efecto en
la chapa de la misma) o incluso aprovechar una parada prolongada para asar
carne en la propia pala, previamente recalentada en el fuego, y con la que
momentos antes había sido acarreados muchos kilos de carbón desde el tender.
En definitiva, la visión imagen romántica de los hombres del
vapor, nos ha trasladado una imagen en la que éstos aparecen les presenta
unidos indefectiblemente a sus monturas de hierro, las cuales representan para
sus tripulantes y a éstas como algo más que seres inanimados, percibiendo en
ellas, . En ellas se perciben incluso reacciones propias de entes dotados de
vida propia.
Las máquinas, bajo
esta perspectiva, eran locomotoras que han sido comparadas con a fieles y
esforzados animales que resoplaban en el ascenso de las pendientes arrastrando
tirando de los trenes a plena carga y que marchaban alegres en los tramos
llanos o remolcando composiciones para los no precisaban grandes esfuerzos.
Añadiendo además, que del trato que éstas recibían, de su cuidado, del acierto
en su manejo, del conocimiento de las peculiaridades de su funcionamiento, dependía
en gran medida el comportamiento de las mismas.
Sin embargo, casi siempre, en ocasiones, para maquinistas y fogoneros los tripulantes
de estos ingenios de acero, su vida estaba exenta de romanticismo, la máquina
era una obsesión, una herramienta de la que dependía el bienestar propio y de
sus familias, con frecuencia una pesada obligación de la que en el momento más
propicio conseguían librarse, conservando su condición de maquinistas, pero pasándose a la conducción de
automotores y locomotoras diesel o eléctricas, de menor belleza plástica, pero
mucho más cómodas en lo referente a sus condiciones de trabajo.
D. José Guerrero Zunzunegui, al que ya nos hemos referido
anteriormente, a este respecto, narra lo siguiente: “ El trabajo estaba
organizado muy precariamente. Teníamos gráficos de trabajo pero no se seguían
muy estrictamente porque las hojas de servicio, que había que consultarlas a
diario, se exponían sobre las seis de la tarde, a lo mejor te
encontrabas con que te habían cambiado totalmente el turno en
relación con el que te tocaba según el gráfico. Y tampoco podías reclamar.
¿A los enlaces?. Estos únicamente podían actuar sobre cuestiones sociales, pero
casi nunca laborales.
La jornada laboral era muy dura. Había veces que llegabas a
destino con un “tren ruta” (los que iban cogiendo y dejando vagones por todas
las estaciones, casi siempre haciendo maniobras en ellas) después de 16 horas
de servicio, te ibas a casa y sin haber disfrutado tu descanso, te llamaban
para reincorporarte al trabajo, a lo mejor tras solamente 4 ó 5 horas de descanso
y de haber estado con los tuyos. Te podías negar pero entonces estabas mal
visto, pues ésa no era la tónica de comportamiento y además el jefe de
depósito, en esas circunstancias, tenía potestad para retirarte la máquina y
entregarte otra posiblemente peor.
Eras un esclavo del trabajo y había que ser muy cumplidor o
si no, no te hacías con la “máquina”. Yo como ferroviario y como maquinista me debía a la
máquina, y es que ésta era el corazón de mi casa. Si yo no trabajaba con ella,
llevándola en perfectas condiciones de limpieza y funcionamiento, me la retiraban,
con lo que ello suponía, sobre todo a final de mes.
Así que los días de descanso bajábamos a limpiarla, a llevar
los cojinetes a reparar para que la máquina estuviese en las mejores
condiciones de prestar servicio........
.......Una nueva historia que quiero evocar es aquella que
me ocurrió en la estación de Jérica, provincia de Teruel, línea de
Zaragoza-Valencia, estando de fogonero militar. Trabajábamos en la renovación
de vía en el tramo Jérica-Caudiel, con una máquina suiza, yo iba con un maquinista
que se apellidaba Muñoz. Debido a las condiciones de trabajo, nos entregaban
unas caretas para protegernos del calor producido por la máquina en un túnel
que había que atravesar a velocidad muy reducida.
Como las normas higiénico-sanitarias eran entonces escasas,
por no decir que nulas, la careta era siempre la misma para todo el mundo, nada
de un solo uso. Esta era de esponja y nos la daban bajo firma. Tampoco se
entregaban esterilizadas ni nada similar.
El maquinista se negó a cogerla
pues decía que estaba baboseada de otros, y yo por aquello de secundar a mi
compañero tampoco la quise. Al iniciar el trabajo, el maquinista se
preparó un cubo de agua y cuando entremos en el túnel metió la cabeza en él.
Yo, por mi falta de experiencia, no preparé cubo alguno y al entrar en el
interior de aquel, notaba que la cara me ardía, debido a las temperaturas que
el fuego de la máquina creaba al atravesar el referido túnel a muy escasa
velocidad.
Le grité al
maquinista ¡Me quemo!, ¡Me quemo!. Levanté la tapa del tender para meter la cabeza,
no lo conseguí, fue inútil, cuando salimos del túnel me había quemado la cara y
las orejas, quemaduras de las que tuve que ser asistido en Caudiel, gracias a
mi “compañero”, el cual debería de haberme prevenido dada mi inexperiencia.”
2.3. ESTACIONES
Si el mundo de los maquinistas
y fogoneros es la representación mítica y romántica del esfuerzo individual
de los hombres del ferrocarril, el de las estaciones es sin embargo el marco
por excelencia en el que se refleja la imagen externa proyectada por el tren.
Las estaciones, especialmente las grandes estaciones, eran
(y son) un microcosmos en donde el mundo del ferrocarril entraba en contacto
con la realidad; en ellas, viajeros, acompañantes, simples curiosos e incluso
“parásitos sociales” por llamarles de alguna forma (inolvidable la interpretación
de Tony Leblanc en la película “Los Tramposos” como timador en el patio
de coches de la antigua estación de Madrid-Atocha) se acercaban, a veces por
breves instantes, a ese elemento conocido popularmente como el tren. Fruto de
esta relación fue obviamente la repetición de situaciones, a veces graciosas, a
veces grotescas e incluso en ocasiones trágicas (el descubrimiento de un
cadáver descuartizado dentro de un baúl en la recepción de equipajes también de
la antigua estación de Madrid Atocha, causó conmoción en la España de los años
20).
Sobre este mundo de las estaciones D. José Molina García nos
ha hecho llegar una curiosa anécdota:
D. José ingresó en RENFE en 1960 en Barcelona, en la 20ª
Promoción del Regimiento de Movilización y Prácticas de Ferrocarriles, Factor
en 1964 en Valencia y después en Barcelona Vilanova, Interventor en Ruta en
1980 en Barcelona Término, Jefe de Interventores en Barcelona Sants y San
Andrés. Jubilado en 1999. “ Fecha; un día cualquiera del año 1973; lugar,
Estación de Barcelona Término, hoy
Barcelona Estación de França; servicio, dependencia de
Entrega de Equipajes.
Estaba mi compañero en llegadas, un servicio que era un
desastre, muy mal acondicionado.
Llegó un tren procedente de Sevilla y facturado un perro. Un
animal precioso, un dálmata, joven con una estampa bonita. Cuando lo vimos nos
gustó. Pobre animal estará muerto de sed, le pusimos agua y algo de comida que
nos agenciamos. Traía una correa en el cuello para tenerlo controlado.
Lo ató a una columna un poco apartado de donde estábamos
nosotros, el animal después de su nerviosismo natural se calmó y se echó. El
trabajó continuó normal; llegó la hora del relevo, el compañero que iniciaba su
servicio a las 14 horas pregunta si existe alguna novedad:
-"No todo normal, bueno ha llegado un perro de esos
blancos con manchas negras, un dálmata creo que es, está atado en la
columna.", contesta el agente saliente de servicio.
-"De acuerdo luego lo veré" contesto yo.
Nos fuimos a comer, yo volví por la tarde, fui a ver al
perro, allí estaba la correa y la cadena junto a la lata, pero el animal había
desaparecido, se lo digo al compañero encargado del servicio.
- "¡Qué dices, pero si lo he visto antes!,
Bueno, espera que termino esto y vamos a buscarlo, contesto.
Salimos de la estación y nos dirigimos hacia el mercado del
Borne, próximo a ésta, vimos un perro callejero, canijo y pulgoso, ni de cerca
se parecía al dálmata. Lo llevamos a la estación, le pusimos la correa y
esperamos a que vengan a recogerlo.
No tardó mucho en aparecer el dueño, un señor extranjero,
inglés por su acento, con su resguardo en regla. El compañero le preguntó en un
inglés de playa por qué no lo había recogido antes, contestó que había ido a
visitar a unos amigos y después a buscar hotel, o algo así le entendimos. En
definitiva le llevamos a donde estaba el perro, casi se desmaya del susto:
- NOO, NOO, ESTE NO SER PERRO MIO. dice el inglés.
-Cómo que no, este es el perro que ha llegado esta mañana.
-NOO, NOO ESTE NO
- Bueno aquí está el perro, si lo quiere se lo lleva y si no
lo deja.
Llamamos al Jefe de Estación, vino un interprete, el
resguardo de entrega del perro no especificaba raza del perro, ni color, ni
nombre, sólo un perro y lo curioso es que el animal parecía que conocía al
atribulado viajero, el cual resignado acabó llevándoselo.
Cuando el señor con el perro desaparecieron por la puerta el
Jefe de Estación nos llama y en tono no demasiado cordial nos dice:
-Este señor se ha llevado el perro porque es inglés, si
llega a ser de Córdoba monta un espolio que os enteráis, y yo os meto un puro
del que os estaríais acordando todo lo que os quede de vida, largo de aquí.”
Sin embargo las estaciones para la explotación ferroviaria
eran algo más, eran el punto de atención a sus clientes, en ellas se ofrecían a
sus potenciales usuarios los distintos servicios de este medio de transporte,
se recaudaban los ingresos derivados de la prestación de los mismos, se efectuaban
las operaciones de logística necesarias para garantizar la circulación de los
trenes, etc. En definitiva, en las estaciones confluía el trabajo de la mayoría
de las profesiones ferroviarias.
Estas circunstancias, unidas a otros aspectos como una
enorme disparidad del tamaño de estos centros ferroviarios, su gran dispersión
a lo largo de las líneas férreas, e incluso en ocasiones el aislamiento de
éstas producido por la distancia que les separaba de las poblaciones más
cercanas, trajo consigo la generación de unas maneras peculiares, no sólo de
trabajar, sino incluso de vivir de las personas que realizaban su tarea laboral
en ellos. Así, junto a las grandes y pequeñas estaciones ubicadas dentro o
cerca de núcleos de población a los que daban servicio, otras por exigencias de
la dinámica de la explotación debían ser situadas en lugares deshabitados,
dando lugar incluso a la generación de pequeñas poblaciones como Algodor,
Moreda, Arroyo-Malpartida, Bobadilla o Palazuelo, en donde su razón de existir
era la vinculación de la mayoría de sus habitantes con la actividad
ferroviaria, bien de la propia estación, bien con la de los Talleres,
Depósitos, Puestos de Material Remolcado, Subestaciones, Equipos de Línea,
radicados allí.
Miguel Jiménez señala que estas poblaciones, de indudable
sabor ferroviario, nacía dotadas de todo tipo de equipamientos, casi siempre
sufragados por las Compañías ferroviarias; los productos de primera necesidad
se adquirían con frecuencia en los “trenes economatos”, se levantaban escuelas
regentadas por maestros en nómina del ferrocarril, e incluso existían iglesias
en donde además de los distintos oficios religiosos se celebraban bodas y
bautizos (Palazuelo, según este autor, llego a contar con una población de 760
habitantes en 1960, aunque ya en sus primeros momentos de existencia, allá por
los años 20, vivían en este punto 200 personas; Arroyo- Malpartida, según el
censo de 1960, tenía 1060 habitantes).
En otras ocasiones, estos núcleos ferroviarios eran de menor
tamaño, con frecuencia compuestos sólo por la propia estación, pero igualmente
alejados de cualquier población, en ellas no sólo trabajaban, sino que también
vivían los empleados del ferrocarril, obviamente acompañados por sus familias,
dado que según señalaba el artículo 199 de la Reglamentación Nacional de
Trabajo de 1944, determinados Agentes de la Red tenían el derecho de disfrute
de vivienda como consecuencia del cargo que ostentaban A lo que había que sumar
que otros agentes podían tener acceso a las mismas, dado que tal como recogía
la Circular General 90 de 31 de diciembre de 1945, además del personal a los
que se reconocía tal derecho, como la Empresa disponía “...otras viviendas
en distintos puntos de la Red, las facilitará graciablemente y a petición de
los interesados por un módico alquiler, de acuerdo con el propio artículo 199,
a otro personal no incluido expresamente en la Reglamentación siempre que no
hay agentes con derecho a la misma y sea conveniente para el servicio..”.
En consecuencia, se concentraban en estas pequeñas
estaciones un reducido número de familias, cuyas relaciones sociales se
limitaban de forma prácticamente exclusiva entre ellas mismas, generándose por
tanto vínculos que sobrepasaban los normalmente existentes en comunidades vecinales
convencionales.
Por supuesto, en este pequeño repaso de los vínculos
sociales relacionados o generados por la profesión ferroviaria, es preciso
hacer mención a las poblaciones que, preexistentes a la llegada del ferrocarril,
sufrieron una profunda transformación en sus estructuras económicas y sociales,
de tal forma que aun hoy, su topónimo se relaciona inconfundiblemente con el
tren; Alcázar de San Juan, Venta de Baños, Miranda de Ebro, Monforte de Lemos o
Linares, fueron nudos ferroviarios de enorme importancia, pero también
poblaciones cuyos habitantes en una gran proporción vivían para o del
ferrocarril, y por tanto, al igual que en el resto de las anteriormente
citadas, constituían pequeños mundos en donde la vida diaria estaba presidida
por éste y en los que, con frecuencia, la vida familiar de sus agentes se
solapaba con las obligaciones de la actividad laboral, de forma que surgían
peculiares usos o costumbres sociales.
Art. 199.- Sin perjuicio de la labor que con la ayuda y
colaboración de los Organismos oficiales pueda realizar la RENFE para que el
personal disponga, por un módico alquiler, de casas higiénicas, decorosas y
capaces, está obligada a proporcionar vivienda gratuita a los Agentes sobre los
cuales pesa la responsabilidad del buen servicio ferroviario, que les impone el
deber de vivir en constante relación y en contacto directo con la explotación.
Las categorías a las cuales se reconoce este derecho son la
de: Jefe de Estación, Factores de Circulación que esté al frente de Apeaderos,
Apartaderos y Cargaderos; Jefes de Deposito o de Reserva,
Capataz de Vía y Obras, Obrero primero y encargado de
Subestación......
D. Ricardo Comino, nos ha hecho llegar
algunas de estas experiencias. D Ricardo ingreso en la todavía Compañía de
Andaluces como Factor en 1942 en Granada. En 1968 paso a ostentar la categoría
de Oficial de Oficio, primero en Huelva y luego en Granada. Fue Jefe de
Negociado en 1987 en Granada, actualmente jubilado.
“Mi padre era ferroviario, vivíamos en Linares, allí nos
pillo la Guerra. Recuerdo que cerca de la estación estaba la escuela en la que
aprendí a escribir, era el año 32. Mi casa estaba en un barrio de ferroviarios,
casi todos los vecinos eran compañeros o conocidos de mi padre que trabajaban
en la estación. La verdad es que había amistad, aunque después cada uno iba a
lo suyo claro, con sus problemas y sus cosas de las familias.
Cuando acabó la Guerra a mi padre le trasladaron a Alquife,
una población en donde existían una minas desde donde salían trenes de mineral.
Allí hacía mucho frío, a mi padre le dieron una de las casillas que había en la
estación, cuando llegamos allí era el mes de junio. La vivienda tenía una
planta baja con cocina, un dormitorio y un salón, una escalera que daba a una
planta más alta en donde pusieron más camas.
Mientras paso el verano, bueno pues no se estaba mal, lo
malo fue al llegar el invierno, allí hacía un frío terrible, yo no sé de donde
pero llegue a ver dentro de la vivienda estalactitas como en las cuevas. Con
frecuencia a mi padre le llamaban para que saliera a retirar la nieve de la vía
y pudieran pasar los trenes..”.
En cuanto al trabajo que era realizado en las estaciones,
quizá unos de sus rasgos más característicos fuese la extraordinaria diversidad
de las tareas que eran efectuadas en las mismas, y que hacía que en ellas pudiesen
encontrarse tanto aspectos coincidentes con el de otras profesiones ferroviarias,
como otros totalmente propios y diferenciadores de éstas.
En este sentido las labores de maniobras para la formación y
clasificación de los trenes, a cargo de las brigadas formadas por capataces y
enganchadores o las de carga, descarga o transbordo de mercancías, efectuadas
en factorías de Equipajes y Mercancías de Gran y Pequeña Velocidad por mozos de
estación y sus capataces, en ocasiones, presentaban condiciones de trabajo de
la misma dureza y penosidad que las de maquinistas, fogoneros o personal de
trenes, con jornadas a turnos, a veces a la intemperie bajo la lluvia, la nieve
o el calor, y casi siempre peor pagados que aquellos.
Pero también existían otras de carácter más burocrático,
encomendadas a categorías profesionales para las que se exigía una acusada
cualificación profesional y con una carga de responsabilidad para sus
ejecutores notable. Este era el caso de lo que en el argot de la profesión se llamaba
Circulación, o en otras palabras, las funciones de control del tráfico
ferroviario, en donde la diversidad de normativas y reglamentaciones hacían de
su conocimiento una labor ímproba para factores de circulación y jefes de
estación responsables de la utilización de enclavamientos y bloqueos.
De forma similar, las funciones comerciales que también
debían efectuar el personal de estaciones no estaban exentas de una notable
complejidad, derivada de la existencia de una voluminosa reglamentación
compuesta por tarifas, General y Especiales, de Viajeros y de
Mercancías, Circulares, Instrucciones, etc. en las que se
intentaba recoger las normas y procedimientos, tanto de admisión de viajeros y
mercancías, como de tasación y contabilización de los ingresos percibidos.
Las razones de esta intensa normalización de los
procedimientos se remontaban ya a la primitivas Compañías ferroviarias, y
tenían su raíz, sin duda, en la enorme dispersión de los centros de trabajo que
constituían las estaciones, ello añadido a la dificultad de las comunicaciones
de la época, básicamente telégrafo y correo. Necesidad de normalización de
procedimientos que con la integración de tales Compañías en una sola
corporación, RENFE, se hace del todo imprescindible, dado que si bien los
procesos que componían la explotación en ellas eran similares, presentaban con frecuencia
diferencias sustanciales; valga como ejemplo el hecho de que en la Compañía del
Norte las señales se situaban al lado izquierdo de la vía, mientras que en MZA,
Andaluces y Oeste eran al derecho.
Esta notable complejidad en los conocimientos necesarios
para desarrollar las funciones del personal de estaciones, los cuales requerían
su continúa puesta al día, traía consigo la
necesidad de mantener una formación constante de éstos agentes, la cual la
mayoría de las veces se realizaba por cuenta y riesgo de ellos mismos, dado
que, con independencia de otras cuestiones que comentaremos más adelante, la
promoción profesional de éstos se basaba en la superación de concursos u
oposiciones, los cuales les habilitaban para ocupar puestos de mayor categoría
salarial, y para los que era ineludible una intensa preparación previa.
A este respecto, la narración que nos hizo D. Manuel
Navarro García es ilustrativa. D. Manuel ingresó en RENFE en 1952 (12ª
Promoción del Regimiento de Movilización y Prácticas de Ferrocarriles en
Barcelona-Término), en 1956 Factor en Coruña; en 1970 Factor de Circulación en la
Coruña; 1980 Jefe de Estación en La Coruña. Jubilado.
“A mí nunca me gustó el ferrocarril, ni ser ferroviario. Mi
padre era Jefe de Estación, que desgraciadamente falleció y motivado por ello
intente mi ingreso en la empresa, pues ésta era un medio de subsistencia para
mi familia ya que mi madre quedó viuda con una pensión muy baja.
Me presente como Práctico de Ferrocarriles (Soldado
Voluntario en Prácticas) y tuve la mala suerte de no hacer bien el examen, o no
sé qué, el caso es que no aprobé. Yo había hecho el bachillerato hasta 5º
grado, aún con ello no me admitieron. Al poco tiempo me informan de que han
ampliado el número de plazas y los que habíamos quedado al borde del aprobado
nos llamaron para ingresar en Barcelona.
Para mí fue un cambio muy grande, pues la inmensidad de
Barcelona frente a mi pueblo de Meirama, donde mi paisaje era el campo y las
ovejas unido al hecho de estar solo, fuera de mi casa y familia, se me
planteaba un mundo completamente distinto, abierto y lleno de incertidumbres.
La escuela de Barcelona era dura, las condiciones de las
comidas, vestuario, etc.,eran precarias, pero en cambio la formación era
extraordinaria. Fue la base de mi ego ferroviario.
En esa escuela yo aprendí a ser ferroviario, a trabajar
posteriormente de forma correcta, y por supuesto a no olvidar a mis compañeros
factores de Barcelona que mucho me enseñaron. Allí aprendí el sentido del orden
y del trabajo. En aquella ciudad se trabajaba de otro modo, la organización era
totalmente distinta. En fin salimos después de cuatro años totalmente formados....
Cuando ascendí a Factor de Circulación los concursos no eran
como ahora, pues había concursos oposición. Tú tenías que estudiar, examinarte
concursar. Y en función de la puntuación te concedían la plaza y la residencia
solicitada. En mi caso, cuando terminé mi periodo militar, pase ya como agente
civil a RENFE con la categoría de Factor en Barcelona.
Por el hecho de estar casado y vivir con mis suegros, con un
hijo a punto de nacer, mi mayor deseo en ese momento era el de independizarme y
tener mi propia casa. Ello suponía disponer de un mayor poder económico y la
solución era aspirar a un ascenso en la empresa: Factor de Circulación. Allí me
tenéis estudiando hasta las tantas de la madrugada. Saqué nota suficiente como
para conseguir la única plaza que salió en Meirama. Año 1959.”
La profusión y exhaustividad en la reglamentación de la
mayoría de los procesos que comprendían la explotación ferroviaria, tenían como
fin conseguir la mayor uniformidad posible en el desarrollo de las tareas
encomendadas a cada uno de los agentes ferroviarios, objetivo que coincidió, no
ya sólo en los primeros años de existencia de RENFE, sino durante un largo
tiempo con otro factor, la intensa jerarquización de la Empresa. El resultado
de la conjunción de ambas cuestiones fue la articulación de unos intensos
mecanismos de control desde unos escalones jerárquicos a otros, así como una
serie de medidas dirigidas a sancionar las conductas o actuaciones que suponía
la infracción de la Normativa en vigor.
A este respecto tenía una especial importancia el sistema de
faltas y sanciones, que castigaba con multas cuantificadas en días o fracciones
de días de salario a los agentes hallados responsables de algún tipo de
infracción a la normativa en vigor, infracciones y castigos que por otra parte
se hallaban claramente tipificados en la Reglamentación Laboral.
No obstante existían también otros mecanismos, que sin
presentar el carácter punitivo de la normativa mencionada, servían como
procedimientos de control de la conducta el personal ferroviario; este era el
caso de las “Cartillas Profesionales” establecidas por Circular Nº 189 de 1952,
y que consistían en pequeños extractos de aquellas normas que incumbían a cada
una de las categorías profesionales de RENFE, y que debían portar físicamente
cada agente en el desarrollo de su cometido, siendo posible en cualquier
momento el control por parte de sus superiores jerárquicos del conocimiento que
de ellas tenían sus titulares.
Otro elemento eran las llamadas “Notas anuales de
Concepto” implantadas en RENFE por la Circular General Nº 147 de fecha 10
de agosto de 1948, en cuya exposición de motivos se menciona lo siguiente: “
...Establecidos por la Reglamentación Nacional del Trabajo en RENFE los
sistemas de concurso, concurso-examen o concurso-oposición, como
norma general para el ascenso a categoría superior, se hace
preciso arbitrar un procedimiento para que, al aplicarse dichos sistemas,
se cuente con los necesarios elementos de juicio para hacer una valoración
imparcial y objetiva de los méritos, dotes, conocimientos y demás
características de cada uno de los aspirantes, ..”
Las normas para la confección de esta hojas de concepto
señalaban que con periodicidad anual, todos y cada uno de los agentes incluidos
en Reglamentación serían evaluados por sus superiores jerárquicos, anotándose
también los premios o castigos que durante este tiempo pudieran merecer cada
uno de ellos, lo cual confería al sistema una evidente subjetividad, además de
cierta aleatoriedad derivada de la gran cantidad de situaciones que la
explotación ferroviaria podía ocasionar pero que la Norma no contemplaba. Sobre
estos aspectos es ilustrativa la narración que hace D. Pedro Gutiérrez
Martín.
Don Pedro ingresó en RENFE en 1949 (9ª Promoción de
Movilización y Prácticas de Ferrocarriles en Madrid-Delicias), en 1953 Factor
en la Inspección de Movimiento de Palencia. Factor de Circulación en 1957 en
Quintanilla, de las Torres, 1959 Reinosa y 1969 La Coruña. Jubilado en 1992.
“La vida laboral era muy dura. Había cosas injustas e
ilógicas: Una de ellas era la Hoja de
Conceptos en la que te calificaban tus superiores diferentes
aspectos. No se podía comparar la hoja de un agente que estaba en una estación
pequeña a la de otro en una grande. La cantidad de incidencias y sanciones que
podía tener el de la grande no se podía comparar con el otro y con la
repercusión en el citado documento, el cual influía notablemente a la hora de
un ascenso o simplemente traslado. A unos favorecía y a otros perjudicaba, en
muchos casos de manera subjetiva e injusta.
Por ejemplo un agente que prestase servicio en Venta de
Baños, con la cantidad de circulaciones que soportaba y con los medios tan
precarios e inseguros con los que se trabajaba, tenía muchas más posibilidades
de tener una Hoja de Conceptos “manchada” frente a otro de una pequeña. Para
estos últimos “ancha es Castilla”, mientras que en Venta de Baños se acumulaban
los pliegos de cargo que era un gusto y que traían sanciones que podían ir
desde la carta de censura como mínimo, hasta 1 o 2 días de haber normalmente,
dependiendo de la gravedad de la sanción.
Todo ello puedo contarlo con conocimiento de causa por el
tiempo que estuve en la Inspección de Movimiento de Palencia, allí recuerdo el
caso de un subjefe de estación, Gaspar Santos, un profesional admirable, que
tanto hacía un enganche, aunque no le correspondía por su categoría, como daba
la salida a un tren o ayudaba en cualquiera otra tarea. Con este hombre la
tenían tomada, los pliegos de cargo y las sanciones las tenía a montones, hubo
que añadir a su Hoja de Conceptos hojas extraordinarias para dejar constancia
de tanto como le ocurría. Se era muy injusto y la empresa “agradecía” a estos
buenos profesionales su interés de una forma muy peculiar. Como estaría ya este
hombre de aburrido con las sanciones que cuando recibía un pliego de cargos lo
contestaba con sorna diciendo: “Ustedes tienen la tijera. Yo tengo el traje.
Corten por donde quieran” y además nunca le dijeron nada por enviar estas contestaciones.”
3.- CONCLUSIONES
Como decíamos en la introducción, en estas líneas hemos
pretendido reflejar, muy someramente y en palabras de sus protagonistas,
algunos de los rasgos que caracterizaron el trabajo diario de miles de
profesionales del ferrocarril durante un largo periodo de tiempo. Obviamente,
su actividad, además de mostrar la dureza propia de unos oficios que se basaban
en gran medida en el esfuerzo físico de las personas que los desarrollaban,
estuvo influida por otros condicionantes de orden económico, social y político,
propios de un momento histórico muy concreto de la vida de nuestro país,
coincidente en el tiempo con el régimen surgido al finalizar la Guerra Civil.
De la confluencia de unas y otras cuestiones se generaron unos usos o rutinas
de trabajo determinados, los cuales caracterizaron la actividad del conjunto de
la práctica totalidad de integrantes de la empresa ferroviaria.
En definitiva nos estamos refiriendo a la existencia de un
marco intangible, pero de enorme poder coercitivo en lo referente a la
normalización de la conducta de los miembros de una organización, que hoy
denominamos cultura de empresa, y que en esencia consiste en un conjunto de
valores y creencias que son asumidos por la gran mayoría de aquellos. En el
caso de RENFE, fruto tanto, de las características inherentes a la propia
explotación ferroviaria, como del marco histórico en el que se produjo el
nacimiento de la Empresa.
Con independencia de lo anterior, la lectura de las
narraciones que estos veteranos del ferrocarril han expuesto, para los que hoy
desarrollamos sus mismos oficios, impresionan enormemente, y ello no solamente
por las condiciones en las que aquellos desarrollaban su tarea, sino por la
propia naturaleza de las mismas.
Efectivamente, podemos pensar; ¿cómo era posible que una
persona pudiese jornada tras jornada acarrear dos, tres o cuatro toneladas de
carbón desde el tender a la caldera de la máquina?, ¿cómo podía resistirse
noche tras noche viajar encaramado a una garita soportando las inclemencias del
tiempo?; pero es que hay más, no nos hemos referido a otros oficios y
profesiones, como los obreros de vía y obras, con un trabajo totalmente a la
intemperie y en donde debían caminar antes y después de su jornada un buen
trecho para llegar hasta donde se hallaba el tajo, o los operarios de los
talleres en donde se reparaban las máquinas de vapor, los cuales, con
frecuencia, se introducían en las calderas aun calientes para efectuar algún
tipo de intervención que no admitía demora.
La conclusión que puede obtenerse de la comparación entre la
situación actual y la que estos miles de hombres sufrieron es que, el nuestro,
es otro ferrocarril. Más tecnificado, más cómodo, pero indudablemente con menos
corazón, porque es que además, sorprendentemente, estos ferroviarios estaban
orgullosos de su oficio. No había políticas de motivación, pero su puntillo profesional
estaba vivo, el buen maquinista,
factor, fogonero, guardagujas o capataz de maniobras, era reconocido como tal
por el resto de la profesión; nada sabían de cuestiones como la rentabilidad del
transporte ferroviario, o de la calidad del servicio prestado, pero sí sabían
que su misión como profesionales de este medio era hacer que los trenes llegasen a su destino.
No obstante, debemos argumentar que al ferrocarril actual se
le exigen otras prestaciones, hoy ya no hay usuarios, hay clientes, que esperan
encontrar en el tren el mismo nivel de comodidad y utilidad que en el resto de
modos de transporte; hoy además el ferrocarril no es el medio hegemónico, hoy
debemos luchar, sobre todo, con el símbolo de nuestros tiempos, el vehículo privado,
que abarrota calles y plazas y que con frecuencia nos traslada a la misma
velocidad que los antiguos coches de caballos, cuando no a la eternidad; hoy la
sociedad competitiva en la que vivimos exige también que los servicios públicos
sean prestados con los máximos niveles de eficacia, a fin de que los recursos
que aquella destina a su mantenimiento sean aprovechados de la forma más eficiente
posible.
Por ello la gestión del ferrocarril bajo estos parámetros
precisa, por un lado disponer, de tecnologías que mejoren la competitividad del
tren como medio de transporte, como la Alta Velocidad, que ha permitido a éste
resurgir, proporcionándole un proyecto de futuro; por otro, efectuar la
prestación del servicio ferroviario al mínimo coste posible, implantándose equipamientos
que permiten una explotación más racional, variándose marcos jurídicos y
económicos que han encorsetado la misma, pero que en contrapartida han dado
lugar a escenarios en los que el factor humano ocupa cada vez un lugar menos
destacado.
Este quizá sea la diferencia más apreciables entre el
ferrocarril del ayer y el de hoy; aquel basaba su existencia en el esfuerzo de
los profesionales que trabajaban en él, pero también en su buen juicio, en su
responsabilidad, en su habilidad para resolver situaciones dispares; el de hoy
se fundamenta en el método, en la técnica, en la previsión de cualquier
contingencia mediante la aplicación de procesos mecánicos que impiden el error
humano, obviamente también en la actualidad , siempre complementados con la necesaria
profesionalidad y buen juicio de las personas que manejan máquinas e
instalaciones.
Y es que quizá la
sociedad actual no quiere héroes, solamente piezas de un engranaje perfectamente
ajustado del cual se obtenga siempre el mismo producto, sin altibajos que
puedan ocasionar algún tipo de disfunción a la cómoda y apacible vida que
creemos hemos logrado conseguir.
Por último, como final de estas líneas dedicadas al trabajo
de los ferroviarios de un ayer, que si bien no está aún demasiado lejos en el tiempo,
sí lo está en lo referente a la evolución que la profesión ha sufrido, no queda
nada más que expresar nuestro recuerdo y admiración por estos profesionales que
vivieron y trabajaron en tan difíciles condiciones, pero que fueron un ejemplo
de entrega y dedicación a unos oficios duros, con indudable vocación de
servicio, pero también, con frecuencia, escasamente reconocidos por el entorno
ajeno al ferrocarril.
Srta. Mildred, no me queda mas remedio que felicitarla por el excelente trabajo aquí expuesto.
ResponderEliminarSoy Maquinista, en la actualidad Maquinista-Jefe de Tren, con 32 años ya acumulados en esta empresa, pero aun así he leido aquí cosas que desconocía. El mundo ferroviario es demasiado amplio y el gran desconocido para una gran parte de la sociedad.
No he vivido la época del vapor, gracias a Dios, pero por mi ascendencia familiar conozco bastantes temas de aquella época. Mi abuelo, el maestro Martín, fue Jefe de Depósito aquí en Málaga. Tíos, primos que han y pertenecen a la misma empresa. Una gran familia ferroviaria.
Pero aun asi, desde mi ingreso como militar en prácticas he vivido situaciones bastante duras y he sufrido lo que se define como desarraigo familiar y social. Es la parte oscura de este trabajo.
Pero tal y como les he dicho a mis hijas en mas de una ocasión, sois lo que sois gracias a esta empresa. Percibiamos ínfimos emolumentos para el trabajo realizado, pero aun así sacamos nuestras familias adelante e incluso hoy en dia nos hemos permitido el lujo de darles buenas carreras a nuestros hijos. Pero no debemos olvidar que mejor o peor, todo ha salido del mismo sitio.
Considero que la formación recibida durante todos estos años, mas tu propio aprendizaje de la vida, pues tanto tiempo fuera de casa requería de ese aprendizaje, han conformado lo que hoy en día soy y de lo que me siento muy orgulloso.
Lamentablemente o no, las condiciones laborales han cambiado de manera espectacular en los últimos años. Pero no por ello me siento menos orgulloso de ser ferroviario y maquinista.
Hoy en día conduzco trenes de Cercanías, donde se me exige una profesionalidad diferente a la que se exigía en épocas pasadas. La seguridad prima por encima del resto de los temas.
En fin, reitero mi felicitación por el trabajo realizado e intentaré promocionarlo a compañeros que seguro estarán encantados de leer lo que usted a expuesto.
Es un placer leerla.
Saludos.
Jose Manuel Subiri Martín.
Este trabajo no podría haberse realizado sin los conocimientos adquiridos con todas aquellas personas que han formado parte de la historia; aportándome todas sus vivencias, las nociones necesarias para llevar a cabo esta curiosidad.
EliminarLa realización del presente trabajo es fruto de las orientaciones, sugerencias y estímulo de un gran ferroviario, quien me ha conducido durante estos días con un talante abierto y generoso, guiándome sin ser directivo y mostrando en cada momento una inmejorable disposición ante las dudas que durante la realización del mismo me surgieron, aportando valiosas observaciones que en todo momento guiaron esta investigación.
Deseo agradecer profundamente la oportunidad que la curiosidad radicada dentro de mí me brindó de conocer sobre la vida ferroviaria de la Investigación, que seguro se habrá quedado mucho en el tintero del bolígrafo, ya que pude aprender a elaborar un gran proyecto de investigación, así como a usted, D. José Manuel Subiri Martín por haberme enseñado a investigar en profundidad sobre este tema muy humano al alcance de muy pocos pero dispuesto para todos.
Y, por supuesto a mi familia que supieron respetar durante este tiempo mis horas de “aislamiento”, aunque, a decir verdad, yo nunca me sentí aislada en el ciberespacio.
Atte.
Mildred Ostaiza Z