¡Cuánto
no puede el hombre! ¿Verdad? No hay obstáculo que resista a su mano poderosa,
ni fuerza que no dominen su ingenio y su talento. ÉL perfora las montañas,
salva las distancias con velocidades asombrosas, aprisiona el rayo, cruza los
mares, se eleva hasta las nubes y domina a los animales más feroces.
Pero, si
esto es ciertísimo/certísimo, no lo es menos –queridos míos- que el hombre es, en su
infancia, el ser más débil de la creación. No bien abre los ojos a la luz, el
tierno infante necesita cuidados tan asiduos y prolijos, que el menor descuido
puede ser causa de su muerte.
¿Cuántas
atenciones no necesitan vuestros hermanitos? El calor, el frío, el hambre, la
sed y mil enfermedades y peligros, no parece sino que acechan constantemente
para arrebatarles la vida su existencia preciosísima. Y ved a vuestros padres
en lucha continua contra esa legión de males, no pensando siquiera en su propia
salud, trabajando incesantemente para conseguir la realización de sus dos
únicas aspiraciones: Salvar vuestra vida, asegurar vuestro porvenir.
Y los
afanes de vuestros padres para con vosotros, han sido los afanes de vuestros
abuelos para con vuestros padres, y
serán también, un día, los afanes vuestros.
¡Vuestros
abuelos, vuestro padre, vuestra madre, vuestros hermanos, vosotros! Cadena de
amor inmenso, de abnegación, de respeto y de gratitud, que tiene un nombre
sublime que nos recuerda todo lo que conmueve el corazón del hombre ¡FAMILIA!
Recordadlo
bien: la abnegación y el sacrifico de los padres, convierten al ser más débil
de la creación en el ser más poderoso de la creación misma. Las piedras
angulares sobre que descansa el templo santo de la familia, realizan este
milagro.
Sin la
familia, pues no existiría la patria, ni existiría la humanidad redentora y
redimida.
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