martes, 11 de diciembre de 2012

Extranjeros tienen la ventaja que, si las cosas van mal, nadie puede quitarles lo que tienen


 

¿Qué pasa cuando una empresa quiebra? automáticamente los perjudicados se enfadan y gritan "ladrones", "se lo habrán llevado", pero la verdad es que por causas de la vida hay ocasiones en que simplemente un proyecto fracasa.

Lo que mucha gente no es consciente, hasta que lo vive de cerca en sus carnes es que, en España, los administradores de empresas, tenemos una responsabilidad personal contra todo nuestro patrimonio cuando algo va mal. Si tú inviertes en una empresa en bolsa una cantidad, tu riesgo es perder eso que has invertido, pero cuando eres el empresario administrador, tu riesgo es perder todo lo invertido y, además, todo el resto de tu patrimonio: tú casa, tus ahorros, lo que te dejasen tus padres, todo.

Por eso no es extraño que buena parte de los emprendedores que hay en España sean extranjeros. Tienen la ventaja que, si las cosas van mal, nadie puede quitarles lo que tienen en china. En España, la "responsabilidad limitada", que es la base del desarrollo económico, para que puedan desarrollarse empresas grandes, simplemente no existe ni siquiera en las mal llamadas sociedades limitadas. Tu responsabilidad como administrador de una sociedad limitada es: ilimitada. Por eso no es de extrañar tampoco la gran cantidad de españoles que deciden montar sus empresas fuera de nuestro país.

Según está hecha la ley se esperaría que un empresario tenga siempre en la cabeza cual sería el coste de despido de todos tus trabajadores y cuando te vas quedando sin dinero, utilizar la caja de la compañía para liquidarla pagando al menos a trabajadores y al Estado.

Pero claro ¿Quién es el guapo que cuando aún tiene dinero en la cuenta del banco piensa, voy a liquidar mi negocio con este dinero? nadie. Tenemos una ley que va contra la forma de actuar y pensar de cualquier ser humano.

La tendencia natural de todos nosotros es intentar sacar la empresa adelante, utilizar ese dinero para seguir pagando sueldos, esperar que las cosas mejoren, conseguir una ampliación de capital, un nicho de mercado nuevo. La tendencia natural de cualquiera que lo ha dado todo por su negocio es seguir intentándolo hasta que se queda sin dinero.

Esa trampa lleva a que cuando llegan al final y ven el embolado en que se han metido, muchos intentan, ya tarde, poner a salvo algo de tu patrimonio. No perder tu casa porque la empresa quiebre. Por eso salen esas historias de empresarios que, cuando quiebran sus negocios, intentan poner su patrimonio a salvo poniéndolo a nombre de su mujer y cosas así.

Esta ley es una de las bases del paro que tenemos en España. Si las cosas van mal las consecuencias son tan nefastas para el empresario que hace a todos nuestros empresarios extremadamente cautos con no probar cosas nuevas, no arriesgar mucho y no dar ningún paso de más. Te juegas tanto que no puedes arriesgar como harían otros empresarios en otras legislaciones. En España no puedes permitirte un paso en falso. Sin experimentación y prueba y error tenemos una economía generadora de paro e incapaz de pagar sueldos altos.

Pero además es una ley que no es igual para todos. Un empresario quiebra su empresa y lo pierde todo, le demonizan, le ponen una fianza más alta que al peor de los terroristas o asesinos, los medios que antes se enriquecían con su publicidad ahora le atacan sin piedad y sacan artículos con saña a diario en su contra. Todo lo que decía, aunque fuese lógico y sensato, se usa como si fuese locuras. Los amigos que tenía, ahora ni le conocen. Sin embargo, un político consejero o a cargo de una caja da igual lo que haya hecho. Haga lo que haga, se va de rositas. Ahí tenemos los casos de Rato, Blesa, Amorós, Agustín González de caja de Ávila y tantos otros. Miles de millones de euros perdidos, que ahora toca pagar del bolsillo de todos y nada. No arriesgaron un duro de su bolsillo, se enriquecieron, quiebran y para ellos no pasa nada. Ni siquiera devuelven lo que se han llevado. De nuevo, el empresario es el malo y el chivo expiatorio de una crisis.

Al tipo que arriesga su dinero y su vida para crear una empresa cuando cae lo único que oye en su caída son los gritos de: ¡crucifícale!

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