¿Qué pasa cuando una empresa quiebra? automáticamente los
perjudicados se enfadan y gritan "ladrones", "se lo habrán
llevado", pero la verdad es que por causas de la vida hay ocasiones en que
simplemente un proyecto fracasa.
Lo que mucha gente no es consciente, hasta que lo vive de cerca en sus
carnes es que, en España, los administradores de empresas, tenemos
una responsabilidad personal contra todo nuestro patrimonio cuando algo va mal.
Si tú inviertes en una empresa en bolsa una cantidad, tu riesgo es perder eso
que has invertido, pero cuando eres el empresario administrador, tu riesgo
es perder todo lo invertido y, además, todo el resto de tu patrimonio: tú
casa, tus ahorros, lo que te dejasen tus padres, todo.
Por eso no es extraño que buena parte de los emprendedores que hay
en España sean extranjeros. Tienen la ventaja que, si las cosas van mal,
nadie puede quitarles lo que tienen en china. En España, la
"responsabilidad limitada", que es la base del desarrollo
económico, para que puedan desarrollarse empresas grandes, simplemente no
existe ni siquiera en las mal llamadas sociedades limitadas. Tu
responsabilidad como administrador de una sociedad limitada es: ilimitada. Por
eso no es de extrañar tampoco la gran cantidad de españoles que deciden montar
sus empresas fuera de nuestro país.
Según está hecha la ley se esperaría que un empresario tenga siempre
en la cabeza cual sería el coste de despido de todos tus trabajadores y cuando
te vas quedando sin dinero, utilizar la caja de la compañía para liquidarla
pagando al menos a trabajadores y al Estado.
Pero claro ¿Quién es el guapo que cuando aún tiene dinero en la cuenta
del banco piensa, voy a liquidar mi negocio con este dinero? nadie. Tenemos una
ley que va contra la forma de actuar y pensar de cualquier ser humano.
La tendencia natural de todos nosotros es intentar sacar la empresa
adelante, utilizar ese dinero para seguir pagando sueldos, esperar que las
cosas mejoren, conseguir una ampliación de capital, un nicho de mercado
nuevo. La tendencia natural de cualquiera que lo ha dado todo por su negocio es
seguir intentándolo hasta que se queda sin dinero.
Esa trampa lleva a que cuando llegan al final y ven el embolado en
que se han metido, muchos intentan, ya tarde, poner a salvo algo de tu
patrimonio. No perder tu casa porque la empresa quiebre. Por eso salen esas
historias de empresarios que, cuando quiebran sus negocios, intentan poner su
patrimonio a salvo poniéndolo a nombre de su mujer y cosas así.
Esta ley es una de las bases del paro que tenemos en España. Si las cosas van mal las
consecuencias son tan nefastas para el empresario que hace a todos nuestros
empresarios extremadamente cautos con no probar cosas nuevas, no arriesgar
mucho y no dar ningún paso de más. Te juegas tanto que no puedes arriesgar como
harían otros empresarios en otras legislaciones. En España no puedes permitirte
un paso en falso. Sin experimentación y prueba y error tenemos una economía
generadora de paro e incapaz de pagar sueldos altos.
Pero además es una ley que no es igual para todos. Un empresario
quiebra su empresa y lo pierde todo, le demonizan, le ponen una fianza más
alta que al peor de los terroristas o asesinos, los medios que antes se
enriquecían con su publicidad ahora le atacan sin piedad y sacan artículos con
saña a diario en su contra. Todo lo que decía, aunque fuese lógico y sensato,
se usa como si fuese locuras. Los amigos que tenía, ahora ni le conocen. Sin
embargo, un político consejero o a cargo de una caja da igual lo que haya
hecho. Haga lo que haga, se va de rositas. Ahí tenemos los casos de Rato,
Blesa, Amorós, Agustín González de caja de Ávila y tantos otros. Miles de
millones de euros perdidos, que ahora toca pagar del bolsillo de todos y nada. No
arriesgaron un duro de su bolsillo, se enriquecieron, quiebran y para ellos no
pasa nada. Ni siquiera devuelven lo que se han llevado. De nuevo, el empresario
es el malo y el chivo expiatorio de una crisis.
Al tipo que arriesga su dinero y su vida para crear una empresa cuando
cae lo único que oye en su caída son los gritos de: ¡crucifícale!
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