martes, 14 de abril de 2015

No hagas daño a los animales.



        Niños, no privéis de la libertad a los pájaros, no los martiricéis, y no les destruyáis sus  nidos.

        Los niños deben proteger a los pájaros. La ley prohíbe que se los cace, se destruyan sus nidos y se les quiten las crías.

        Un día Amparito estaba en el jardín pisoteando la tierra al pie de un árbol. La vio su mamá, y le dijo:

        -¿Qué haces ahí, niña?

        -Estoy pisando hormigas; hay aquí millares de ellas.

        -Pero dime: ¿Por qué las pisas? ¿Qué daño te han hecho?

        -¿Daño? Ninguno; pero ¡son tan feas…!

        -¿Y qué importa? Son obra de Dios, y debes respetarlas. El que destruye la obra de Dios, le ofende.

        -¡Pero si son animales!

        -¿Y qué? Tú no eres dueña ni siquiera de una sola de esas hormigas. El hombre puede usar, pero no abusar, de los animales y de las cosas. Así, por ejemplo, el hombre puede servirse del caballo; pero si le pone demasiada carga, se le golpea sin necesidad o cruelmente, o si no le da de comer, obra fuera de razón, peca contra la Providencia: -El hombre puede matar a los animales, pero sólo por necesidad y para su sustento; como mata los bueyes, los carneros o las gallinas. Pero es innoble martirizar a los pobres animalitos, o matarlos sin necesidad.

        -Pero ¿Son útiles las hormigas?-dijo Amparito.

        -Tú no lo sabes-respondió su mamá.-Dios no las ha creado inútilmente, porque no hace cosas inútiles. Nosotros conocemos la utilidad de algunas cosas, pero no la de todas.

        -Entonces, mamá, ¿también debemos dejar tranquilas a las moscas?

        -Si, hija mía; también a las moscas.

        -Pues ¿Por qué las espantamos con mosqueros?

        -Porque cuando los animales nos hacen daño o son molestos, podemos librarnos de ellos. Así, por ejemplo, si tuviéramos las hormigas en casa y entrasen en la despensa y anduvieran por los manjares, haríamos bien en destruirlas.

        Sí, echándoles agua caliente, como hizo una vez la criada.

        -E hizo bien. Pero tú no debes, si no te molestan, matar una siquiera. Ten presente que quien es cruel con los animales, no puede ser piadoso con las personas.

        Desde aquel día Amparito aprendió a respetar a los animales, considerándolos como obra de Dios. Tenía siempre presente que matar una sola hormiga sin necesidad es un acto de desprecio a Dios y revela perversidad de ánimo. Además, observó que aun en los animalillos más insignificantes hay siempre algo que aprender; por ejemplo: en las hormigas, la asiduidad en el trabajo; en el gallo, la vigilancia; en la paloma, la sencillez; en la serpiente, la prudencia; en la chocha, el afecto maternal; en el perro, la lealtad; en el carnero, la mansedumbre; y en el asno, la docilidad.

        Un rapazuelo inexperto mataba sin compasión de hormigas un batallón que asaltó un rosal.

        ¿No ves -le dijo un anciano- Que la hormiga bienhechora, el pulgón que le devora destruye? ¡No, no hagas tal! Pero fue demasiado tarde. No destruyas a quien bien te hace. Aléjate de quien te maltrata. Porque es inexcusable los motivos que se quiera argumentar. Sencillamente no se puede hacer daño a quien se quiere y necesita.  

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¡Muchas gracias!



       

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