No
es sólo caridad dar un pedazo de pan a un pobrecito que fallece de hambre: lo
es también ocultar a los pobres el bien que nosotros disfrutamos; y a más de
caridad, es delicadeza.
Cuando
Amparito se reunía con niñitas pobres, les contaba todo lo que tenía en su
casa, los juguetes que sus papás le compraban, lo que había hecho y comido.
Pero su mamá la reprendió cariñosamente al saberlo, y le dijo:
-Mira, Amparito: no está bien que digas
que has comido un dulce o un manjar exquisito a una pobre niña que no ha comido
más que un pedazo de pan negro, o acaso padece hambre. Al decir esas cosas
haces sufrir a la pobrecita, que no tiene alimentos buenos que llevarse a la
boca ni juguetes con que divertirse. No está bien alardear de las cosas que se
tienen, ni de los que se goza, habiendo delante infelices a quienes nuestra
relación pueda causar envidia. Si puedes dar parte de tus bienes a los pobres,
debes hacerlo; si no puedes ocúltalos a sus ojos para que no sufran. Esto es
caridad de delicadeza, y no ejercitarla es crueldad.
La buena Amparito retuvo siempre en la
memoria las prudentes palabras de su mamá, y en adelante se guardó de
atormentar a las niñas pobres con el relato de las comodidades de que ella
disfrutaba.
Si aspiras al galardón en tus obras de
piedad, no ejerzas la caridad con soberbia y ostentación. Viajarás y conocerás
otras culturas. Pero la vida le ha enseñado a Amparito, que la envidia es una
de las mayores desgracias del ser humano. Aplicando este principio las personas
se sienten despreciadas porque no les muestras la casa y lo que hay dentro. No
respetan. Sin embargo, se atreven a maquinar una y otra razón por la que no les
muestres tu santuario. Se atreven a juzgar, por tal actitud y principio de
caridad.
En
estas nuevas culturas a los necios se les suele aplicar el refranero “El que quiera
saber, mentiras con él”.
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