martes, 14 de abril de 2015

Caridad con delicadeza.



No es sólo caridad dar un pedazo de pan a un pobrecito que fallece de hambre: lo es también ocultar a los pobres el bien que nosotros disfrutamos; y a más de caridad, es delicadeza.

Cuando Amparito se reunía con niñitas pobres, les contaba todo lo que tenía en su casa, los juguetes que sus papás le compraban, lo que había hecho y comido. Pero su mamá la reprendió cariñosamente al saberlo, y le dijo:

        -Mira, Amparito: no está bien que digas que has comido un dulce o un manjar exquisito a una pobre niña que no ha comido más que un pedazo de pan negro, o acaso padece hambre. Al decir esas cosas haces sufrir a la pobrecita, que no tiene alimentos buenos que llevarse a la boca ni juguetes con que divertirse. No está bien alardear de las cosas que se tienen, ni de los que se goza, habiendo delante infelices a quienes nuestra relación pueda causar envidia. Si puedes dar parte de tus bienes a los pobres, debes hacerlo; si no puedes ocúltalos a sus ojos para que no sufran. Esto es caridad de delicadeza, y no ejercitarla es crueldad.

        La buena Amparito retuvo siempre en la memoria las prudentes palabras de su mamá, y en adelante se guardó de atormentar a las niñas pobres con el relato de las comodidades de que ella disfrutaba.

        Si aspiras al galardón en tus obras de piedad, no ejerzas la caridad con soberbia y ostentación. Viajarás y conocerás otras culturas. Pero la vida le ha enseñado a Amparito, que la envidia es una de las mayores desgracias del ser humano. Aplicando este principio las personas se sienten despreciadas porque no les muestras la casa y lo que hay dentro. No respetan. Sin embargo, se atreven a maquinar una y otra razón por la que no les muestres tu santuario. Se atreven a juzgar, por tal actitud y principio de caridad.

En estas nuevas culturas a los necios se les suele aplicar el refranero “El que quiera saber, mentiras con él”.


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