Muy
cerca de casa de Amparito había un vendedor de castañas asadas y cocidas, que
anunciaba su mercancía en alta voz entonando de paso algunas canciones. Le
escuchaba la niña desde el balcón, veía humear el puchero en que hervían las
castañas, y sentía llegar hasta ella su delicada y suavísimo olor.
Entró
en tentación de comprar algunas, y se dijo:
-Las
castañas cocidas con anís son muy ricas: yo tengo todavía dinero, y si mamá lo
permite, voy a comprarlas.
Pidió
permiso a su mamá, ésta se lo dio y marchó corriendo por las castañas.
Pocos
momentos después volvió.
-¿Dónde
tienes las castañas cocidas?-le pregunto su mamá.
La
niña se puso muy encarnada, y dijo:
-No
las he comprado.
-Ya
sabes que te he dado mi permiso: anda y cómpralas.
Amparito
se puso más encarnada, y contesto:
-No
tengo dinero.
¿Pues
qué has hecho de él? ¿Lo has perdido?
-No,
mamita; pero a la puerta había dos niños casi desnudos y con mucha hambre:
pensé que para mí las castañas eran un lujo…y les di las monedas.
Al
oír esto la mamá abrazó a Amparito, la subió sobre sus rodillas y la llenó de
besos.
Lo
que para Amparito y sus papás es un gran acto de generosidad, para el ignorante
y necio, se traduce en ser tonta.
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