Un día llamó a Amparito su mamá y la
asomó al balcón. Desde allí le enseño una niña que con mucho trabajo estaba
sacando agua de la fuente para llenar un cántaro, y le dijo:
-¿Ves
aquella niña que está en la fuente? Es más pequeñita que tú, y, sin embargo, el
pan que come lo gana con su trabajo. La pobrecita no tiene padres: es una
huérfana. Tiene que servir a una familia para ganar el sustento. Y los amos no son
como papá y mamá. Compara a esa niña contigo: tú tienes a tus padres, que te
mantienen, te visten, te educan, te instruyen, te prodigan mil amorosos
cuidados; estás aquí en tu casa, mientras esa pobrecita no tiene a nadie que la
cuide. Es una extraña en la casa de otros, que la sufren por el trabajo que
hace y por caridad. Piensa bien en eso, y comprende qué bueno ha sido contigo y
Señor y la fortuna.
-¡Muy
bueno, muy bueno!- respondió Amparito con los ojos empapados en lágrimas, que
corrían como perlas por sus rosadas mejillas.
-Agradece
a Dios; a tus papás hija mía, tanta merced. Puesto que tus padres atienden a
todas tus necesidades, no debes descuidar nunca la labor y el estudio. En ello
radicará tu fortuna.
-Sí,
querida mamita: yo seré siempre buena, trabajaré con mucho gusto, y no dejaré
de estudiar para aprender pronto; y cuando sepa leer, escribir, y contar, te
ayudaré en todo, y también enseñaré a esa pobre huerfanita.
-Muy
bien dicho, hija mía. Hazlo así, y Dios te lo premiará.
Toda
la vida Amparito ha realizado estos grandes principios y valores. No importa el
cómo. Solo Dios y Amparito sabe todo cuanto han hecho y esforzado por conseguir
aprender, aprender y aprender.
Y me deje un comentario en mi blog, para seguir encontrando ideas entre todos, para ayudarles a acrecer en este mundo tan convulsionado.
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