Cuando existe una concentración
considerable de radón en el ambiente, este gas penetra a los pulmones por inhalación.
Dicha incorporación supone una contaminación radiactiva.
Las partículas alfa emitidas por el Radón
son altamente ionizantes, pero tienen poco poder de penetración, tan poco que
no son capaces de atravesar la piel o una simple mascarilla. Sin embargo, al
ser inhalado el gas, ese escaso poder de penetración se convierte en un
problema, ya que las partículas no consiguen escapar del organismo, y depositan
toda su energía en él, pudiendo ocasionar lesiones o patologías de muy diversa
gravedad según sea la cantidad de radón inhalado. Se ha documentado la
aparición de cáncer de pulmón a causa de la exposición
prolongada a este elemento.[5]
La OMS calcula que el
radón causa entre 3% y 14% de los cánceres
pulmonares, lo que depende de la concentración promedio de este gas en cada
país.[6]
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