“A una hora de distancia de la ciudad están los
baños minerales llamados de la Fuentesanta, situados en la garganta del mismo
nombre: el agua que con abundancia los surte, es hidro-sulfúrica y hepática,
bastante cargada de mineral.
Consisten
en una alberca de regular capacidad con las aguas corrientes. En otros puntos de la falda de la sierra se
hallan 5 o más fuentes mineralizadas, sin que se hayan analizado: algunas
parecen ferruginosas, y los naturales beben el agua de todas ellas, porque son
tradicionales sus buenos resultados para ciertas enfermedades.”
El balneario de la Fuentesanta debieron ser de uso
frecuente y popular entre los algecireños del s. XIX. Una alberca de mediana. Una
descripción que nos lleva a pensar que no fue éste un balneario ostentoso
destinado sólo a clases pudientes, sino más bien un sencillo balneario al que
acudirían sobre todo familias de mediano estatus, y en menor medida y
ocasionalmente, algecireños de buena posición.
El siglo XIX fue el siglo de oro de la balneoterapia. A estos
establecimientos terapéuticos no sólo se acudía para “tomar las aguas” y sanar
el cuerpo. También eran centros de ocio, en realidad el germen de lo que hoy
llamamos turismo. Otras poblaciones de la provincia contaron con estos baños,
tal es el caso de Jerez
de la Frontera con
sus Baños de Gigonza y el balneario de Rosa Celeste, o el de Paterna de Rivera, donde
se repetiría el topónimo de balneario de la Fuente Santa. Algeciras no iba a
ser menos, y a una escala un tanto menos suntuosa, también trataría de
aprovechar las cualidades benéficas de una garganta a la que los paisanos
calificaban de “santa”.
A través de esta caminata reservar un par de plazas en la
memoria de este desconocido balneario. Ahí estamos, mirando de frente a la
garganta de la Fuentesanta, con la loca y quizá ingenua intención de localizar
lo que quede de dicho balneario. Digo loca porque hay que estarlo un poco para
salir al monte con estos calores del verano, y digo ingenua porque sobra decir
que sabemos que no vamos a descubrir ninguna Troya, que sospechamos que nos
esperan a lo sumo restos de muros, piedras amontonadas, quizá algún sorpresivo
hallazgo, y ¿poco más?
¿Pero en
qué si no consiste la aventura, aunque sea a pequeña escala? Hay que tener muy
poco respeto al calor, los pinchos y el rasgueo monocorde de las cigarras.
Nosotros tardamos unas 4 horas entre ida y vuelta. A ustedes sólo les costará
10 minutillos de lectura, y sin sudar ¿eh?
Nos encontramos
con el cortijo de Matapuercos,
aledaño al antiguo campo de tiro. Un par de pilares para el ganado como el de
arriba, y fuentes como la de abajo, nos hablan de un próspero pasado
agropecuario, hoy día venido a menos.
Hasta la
década de los 80, las antiguas dependencias del cortijo fueron ocupadas por los
mandos que dirigían las maniobras militares. La de tiros y morterazos que se ha
llevado este pobre monte por nuestros también, pobres y obligados quintos.
Aún quedan vestigios de esta etapa militar, como se puede
observar en el poyete donde ondearía supongo una bandera. Y lo más curioso, la
huella dejada en el cemento por una placa correspondiente al cuerpo de infantería.
Poco después alcanzamos el conocido Huerto de los Mellizos,
o del Gallego, como he leído en otra parte, y no Ventorrillo de la Trocha, como
se obstina en señalarnos el mapa oficial. Otro cortijo decimonónico que nos
habla de mejores tiempos para el agro algecireño.
Bajando por el senderillo que nos lleva al arroyo reparamos en
algunas plantas que aprovechan el verano para fructificar y florecer, tal es el
caso del majoleto con sus frutos rojos, y el torvisco con sus pequeñas flores blancas. Una
vez en el paso del arroyo
de la Fuentesanta aprovechamos
para refrescarnos un poco. A la vuelta, ya a mediodía, poco nos faltó para
meternos de cuerpo entero y así de paso beneficiarnos de sus cualidades. Curso
abajo, dicho arroyo se une con el de Botafuegos, para desembocar juntos en el
Palmones. Las adelfas salpican de rosa el manto verde que
cubre al arroyo. Y la flor de este ojaranz,
el único que vimos, que increíblemente sobrevive a su floración primaveral.
Dejamos atrás el arroyo y subimos el primer tramo
empedrado de la Trocha,
histórico camino que tantas satisfacciones y buenas caminatas nos han dado.
Culminada esta primera pendiente, y sudando ya la
gota gorda, tomamos una pista que se abre a la izquierda. Si seguimos adelante
llegamos, esta vez sí, al Ventorrillo de la Trocha.
Esta pista de tierra, que discurre en paralelo a la garganta,
conduce a un pequeño claro, el cual siempre he supuesto que sea un patio de
corcha. Sin embargo, aún son visibles restos de chozas y pavimentos de piedra.
Dudo que formaran parte del balneario que estamos buscando; seguramente
pertenezcan a la última ocupación humana de esta parte de la sierra, allá por los
años cuarenta.
Ahora váyanse buscando una sombra en este claro
que he de hacer un obligado inciso. De 2014 nos trasladamos a abril de 1935;
así, por las buenas, por obra y gracia de la fotografía.
Efectivamente, las aguas sulfurosas de sus
manantiales eran milagrosas, y según referencias eran muchísimos los
algecireños que sobre todo en verano los visitaban. Respecto a las casas me
consta que D. Vicente Bálsamo, entre otros, acostumbraba a veranear en una casa
que poseía en sus cercanías”.
El balnerario, aunque se encuentra derruido en
algunos tramos calculamos que pudo medir entre 20 y 30 metros en su estado original.
Justo enfrente hay otro en la misma orilla del arroyo, aterrazándola también.
Su función no podía ser otra que que la de evitar corrimientos de tierra y así
servir de cimiento a estructuras de alguna edificación. A
la
orilla del arroyo está despejada y es accesible. Al contrario de lo que ocurre
hoy día, donde un espeso túnel de vegetación impide muchas veces hasta ver la
corriente. Detrás de los muros de contención encontramos cientos de
piedras desperdigadas por una gran superficie. No parecen ser la típica
arenisca del aljibe, la roca mayoritaria en estos suelos. Por su color entre
gris y azulado pensamos que se trata de pizarra,
de la denominada en el Campo de Gibraltar como “losa o piedra de Tarifa” o
“piedra jabaluna”. Es probable que fuera transportada allí desde alguna cantera
cercana. A pesar del caos se distinguen alineaciones de piedra a lo largo y a lo ancho, que se
extienden también una treintena de metros. Y pies de muros que nos permiten
apenas adivinar formas. Sin embargo, los árboles y arbustos que se han adueñado
del lugar nos impiden tomar una perspectiva adecuada que nos aclare el asunto.
Nota para la siguiente caminata: meter en la mochila un globo aerostático para
sacar fotografías aéreas.
Tras los oportunos arañazos y pinchazos conseguimos hallar
estructuras cuadrangulares, restos de construcciones invadidas totalmente por
las zarzas. Otra nota: Meter también en la mochila una desbrozadora en
condiciones.
¿Estarían aquí las 18
habitaciones con tejas de
las que nos habla la reseña de Pascual Madoz? Digámoslo ya ¿Estamos en las
ruinas del balneario de la Fuentesanta? Nosotros nos mojamos y contestamos
afirmativamente. Dudamos que existan otros vestigios similares en toda la
garganta. En algunos de estos pies de muro todavía se
aprecian huellas de enfoscado.
Y por doquier se ven numerosos restos de tejas y ladrillos
tirados por el suelo.
El historiador Angel
Sáez, en una nota a pie de página de su artículo sobre el
camino de la Trocha comenta lo siguiente, citando también a Madoz al principio: “ … Constaba
de una alberca, 18 habitaciones de teja y varias chozas para 20 familias…” Y añade de su cosecha: “… Sus
edificios darían más tarde cobijo a varias familias campesinas, hasta su total
abandono en los años cuarenta. Las ruinas del balneario fueron convertidas en
bancales de cultivo. Era el último núcleo habitado de este hermoso valle, junto
a La Cabreriza, en la ladera norte. En la actualidad, unos pocos restos de
viviendas sirven de porquerizas a orillas del arroyo”.
No obstante, el hallazgo que nos causó más
emoción fue esta alberca situada en una vaguada cercana, en uno
de los extremos del complejo terapéutico.
Tal como imaginábamos al
principio de la caminata presentiamos que nos esperaban ruinas y vestigios,
mucha piedra amontonada y algún que otro, para nosotros, emocionante hallazgo. Y
así ha sido más o menos.
El balneario de la Fuentesanta debieron ser de uso
frecuente y popular entre los algecireños del s. XIX. Una alberca de mediana. Una
descripción que nos lleva a pensar que no fue éste un balneario ostentoso
destinado sólo a clases pudientes, sino más bien un sencillo balneario al que
acudirían sobre todo familias de mediano estatus, y en menor medida y
ocasionalmente, algecireños de buena posición.
El siglo XIX fue el siglo de oro de la balneoterapia. A estos
establecimientos terapéuticos no sólo se acudía para “tomar las aguas” y sanar
el cuerpo. También eran centros de ocio, en realidad el germen de lo que hoy
llamamos turismo. Otras poblaciones de la provincia contaron con estos baños,
tal es el caso de Jerez
de la Frontera con
sus Baños de Gigonza y el balneario de Rosa Celeste, o el de Paterna de Rivera, donde
se repetiría el topónimo de balneario de la Fuente Santa. Algeciras no iba a
ser menos, y a una escala un tanto menos suntuosa, también trataría de
aprovechar las cualidades benéficas de una garganta a la que los paisanos
calificaban de “santa”.
A través de esta caminata reservar un par de plazas en la
memoria de este desconocido balneario. Ahí estamos, mirando de frente a la
garganta de la Fuentesanta, con la loca y quizá ingenua intención de localizar
lo que quede de dicho balneario. Digo loca porque hay que estarlo un poco para
salir al monte con estos calores del verano, y digo ingenua porque sobra decir
que sabemos que no vamos a descubrir ninguna Troya, que sospechamos que nos
esperan a lo sumo restos de muros, piedras amontonadas, quizá algún sorpresivo
hallazgo, y ¿poco más?
¿Pero en
qué si no consiste la aventura, aunque sea a pequeña escala? Hay que tener muy
poco respeto al calor, los pinchos y el rasgueo monocorde de las cigarras.
Nosotros tardamos unas 4 horas entre ida y vuelta. A ustedes sólo les costará
10 minutillos de lectura, y sin sudar ¿eh?
Nos encontramos
con el cortijo de Matapuercos,
aledaño al antiguo campo de tiro. Un par de pilares para el ganado como el de
arriba, y fuentes como la de abajo, nos hablan de un próspero pasado
agropecuario, hoy día venido a menos.
Hasta la
década de los 80, las antiguas dependencias del cortijo fueron ocupadas por los
mandos que dirigían las maniobras militares. La de tiros y morterazos que se ha
llevado este pobre monte por nuestros también, pobres y obligados quintos.
Aún quedan vestigios de esta etapa militar, como se puede
observar en el poyete donde ondearía supongo una bandera. Y lo más curioso, la
huella dejada en el cemento por una placa correspondiente al cuerpo de infantería.
Poco después alcanzamos el conocido Huerto de los Mellizos,
o del Gallego, como he leído en otra parte, y no Ventorrillo de la Trocha, como
se obstina en señalarnos el mapa oficial. Otro cortijo decimonónico que nos
habla de mejores tiempos para el agro algecireño.
Bajando por el senderillo que nos lleva al arroyo reparamos en
algunas plantas que aprovechan el verano para fructificar y florecer, tal es el
caso del majoleto con sus frutos rojos, y el torvisco con sus pequeñas flores blancas. Una
vez en el paso del arroyo
de la Fuentesanta aprovechamos
para refrescarnos un poco. A la vuelta, ya a mediodía, poco nos faltó para
meternos de cuerpo entero y así de paso beneficiarnos de sus cualidades. Curso
abajo, dicho arroyo se une con el de Botafuegos, para desembocar juntos en el
Palmones. Las adelfas salpican de rosa el manto verde que
cubre al arroyo. Y la flor de este ojaranz,
el único que vimos, que increíblemente sobrevive a su floración primaveral.
Dejamos atrás el arroyo y subimos el primer tramo
empedrado de la Trocha,
histórico camino que tantas satisfacciones y buenas caminatas nos han dado.
Culminada esta primera pendiente, y sudando ya la
gota gorda, tomamos una pista que se abre a la izquierda. Si seguimos adelante
llegamos, esta vez sí, al Ventorrillo de la Trocha.
Esta pista de tierra, que discurre en paralelo a la garganta,
conduce a un pequeño claro, el cual siempre he supuesto que sea un patio de
corcha. Sin embargo, aún son visibles restos de chozas y pavimentos de piedra.
Dudo que formaran parte del balneario que estamos buscando; seguramente
pertenezcan a la última ocupación humana de esta parte de la sierra, allá por los
años cuarenta.
Ahora váyanse buscando una sombra en este claro
que he de hacer un obligado inciso. De 2014 nos trasladamos a abril de 1935;
así, por las buenas, por obra y gracia de la fotografía.
Efectivamente, las aguas sulfurosas de sus
manantiales eran milagrosas, y según referencias eran muchísimos los
algecireños que sobre todo en verano los visitaban. Respecto a las casas me
consta que D. Vicente Bálsamo, entre otros, acostumbraba a veranear en una casa
que poseía en sus cercanías”.
El balnerario, aunque se encuentra derruido en
algunos tramos calculamos que pudo medir entre 20 y 30 metros en su estado original.
Justo enfrente hay otro en la misma orilla del arroyo, aterrazándola también.
Su función no podía ser otra que que la de evitar corrimientos de tierra y así
servir de cimiento a estructuras de alguna edificación. A
la
orilla del arroyo está despejada y es accesible. Al contrario de lo que ocurre
hoy día, donde un espeso túnel de vegetación impide muchas veces hasta ver la
corriente. Detrás de los muros de contención encontramos cientos de
piedras desperdigadas por una gran superficie. No parecen ser la típica
arenisca del aljibe, la roca mayoritaria en estos suelos. Por su color entre
gris y azulado pensamos que se trata de pizarra,
de la denominada en el Campo de Gibraltar como “losa o piedra de Tarifa” o
“piedra jabaluna”. Es probable que fuera transportada allí desde alguna cantera
cercana. A pesar del caos se distinguen alineaciones de piedra a lo largo y a lo ancho, que se
extienden también una treintena de metros. Y pies de muros que nos permiten
apenas adivinar formas. Sin embargo, los árboles y arbustos que se han adueñado
del lugar nos impiden tomar una perspectiva adecuada que nos aclare el asunto.
Nota para la siguiente caminata: meter en la mochila un globo aerostático para
sacar fotografías aéreas.
Tras los oportunos arañazos y pinchazos conseguimos hallar
estructuras cuadrangulares, restos de construcciones invadidas totalmente por
las zarzas. Otra nota: Meter también en la mochila una desbrozadora en
condiciones.
¿Estarían aquí las 18
habitaciones con tejas de
las que nos habla la reseña de Pascual Madoz? Digámoslo ya ¿Estamos en las
ruinas del balneario de la Fuentesanta? Nosotros nos mojamos y contestamos
afirmativamente. Dudamos que existan otros vestigios similares en toda la
garganta. En algunos de estos pies de muro todavía se
aprecian huellas de enfoscado.
Y por doquier se ven numerosos restos de tejas y ladrillos
tirados por el suelo.
El historiador Angel
Sáez, en una nota a pie de página de su artículo sobre el
camino de la Trocha comenta lo siguiente, citando también a Madoz al principio: “ … Constaba
de una alberca, 18 habitaciones de teja y varias chozas para 20 familias…” Y añade de su cosecha: “… Sus
edificios darían más tarde cobijo a varias familias campesinas, hasta su total
abandono en los años cuarenta. Las ruinas del balneario fueron convertidas en
bancales de cultivo. Era el último núcleo habitado de este hermoso valle, junto
a La Cabreriza, en la ladera norte. En la actualidad, unos pocos restos de
viviendas sirven de porquerizas a orillas del arroyo”.
No obstante, el hallazgo que nos causó más
emoción fue esta alberca situada en una vaguada cercana, en uno
de los extremos del complejo terapéutico.
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