jueves, 26 de junio de 2014

Caminar hacía los baños de Fuentesanta en Algeciras-Cádiz.

 

 “A una hora de distancia de la ciudad están los baños minerales llamados de la Fuentesanta, situados en la garganta del mismo nombre: el agua que con abundancia los surte, es hidro-sulfúrica y hepática, bastante cargada de mineral.
Consisten en una alberca de regular capacidad con las aguas corrientes.  En otros puntos de la falda de la sierra se hallan 5 o más fuentes mineralizadas, sin que se hayan analizado: algunas parecen ferruginosas, y los naturales beben el agua de todas ellas, porque son tradicionales sus buenos resultados para ciertas enfermedades.”

El balneario de la Fuentesanta debieron ser de uso frecuente y popular entre los algecireños del s. XIX. Una alberca de mediana. Una descripción que nos lleva a pensar que no fue éste un balneario ostentoso destinado sólo a clases pudientes, sino más bien un sencillo balneario al que acudirían sobre todo familias de mediano estatus, y en menor medida y ocasionalmente, algecireños de buena posición.
El siglo XIX fue el siglo de oro de la balneoterapia. A estos establecimientos terapéuticos no sólo se acudía para “tomar las aguas” y sanar el cuerpo. También eran centros de ocio, en realidad el germen de lo que hoy llamamos turismo. Otras poblaciones de la provincia contaron con estos baños, tal es el caso de Jerez de la Frontera con sus Baños de Gigonza y el balneario de Rosa Celeste, o el de Paterna de Rivera, donde se repetiría el topónimo de balneario de la Fuente Santa. Algeciras no iba a ser menos, y a una escala un tanto menos suntuosa, también trataría de aprovechar las cualidades benéficas de una garganta a la que los paisanos calificaban de “santa”.
A través de esta caminata reservar un par de plazas en la memoria de este desconocido balneario. Ahí estamos, mirando de frente a la garganta de la Fuentesanta, con la loca y quizá ingenua intención de localizar lo que quede de dicho balneario. Digo loca porque hay que estarlo un poco para salir al monte con estos calores del verano, y digo ingenua porque sobra decir que sabemos que no vamos a descubrir ninguna Troya, que sospechamos que nos esperan a lo sumo restos de muros, piedras amontonadas, quizá algún sorpresivo hallazgo, y ¿poco más?
¿Pero en qué si no consiste la aventura, aunque sea a pequeña escala? Hay que tener muy poco respeto al calor, los pinchos y el rasgueo monocorde de las cigarras. Nosotros tardamos unas 4 horas entre ida y vuelta. A ustedes sólo les costará 10 minutillos de lectura, y sin sudar ¿eh?
Nos encontramos con el cortijo de Matapuercos, aledaño al antiguo campo de tiro. Un par de pilares para el ganado como el de arriba, y fuentes como la de abajo, nos hablan de un próspero pasado agropecuario, hoy día venido a menos.
Hasta la década de los 80, las antiguas dependencias del cortijo fueron ocupadas por los mandos que dirigían las maniobras militares. La de tiros y morterazos que se ha llevado este pobre monte por nuestros también, pobres y obligados quintos.
Aún quedan vestigios de esta etapa militar, como se puede observar en el poyete donde ondearía supongo una bandera. Y lo más curioso, la huella dejada en el cemento por una placa correspondiente al cuerpo de infantería.
Poco después alcanzamos el conocido Huerto de los Mellizos, o del Gallego, como he leído en otra parte, y no Ventorrillo de la Trocha, como se obstina en señalarnos el mapa oficial. Otro cortijo decimonónico que nos habla de mejores tiempos para el agro algecireño.
Bajando por el senderillo que nos lleva al arroyo reparamos en algunas plantas que aprovechan el verano para fructificar y florecer, tal es el caso del majoleto  con sus frutos rojos, y el torvisco  con sus pequeñas flores blancas. Una vez en el paso del arroyo de la Fuentesanta aprovechamos para refrescarnos un poco. A la vuelta, ya a mediodía, poco nos faltó para meternos de cuerpo entero y así de paso beneficiarnos de sus cualidades. Curso abajo, dicho arroyo se une con el de Botafuegos, para desembocar juntos en el Palmones.    Las adelfas  salpican de rosa el manto verde que cubre al arroyo. Y la flor de este ojaranz, el único que vimos, que increíblemente sobrevive a su floración primaveral.
Dejamos atrás el arroyo y subimos el primer tramo empedrado de la Trocha, histórico camino que tantas satisfacciones y buenas caminatas nos han dado.
Culminada esta primera pendiente, y sudando ya la gota gorda, tomamos una pista que se abre a la izquierda. Si seguimos adelante llegamos, esta vez sí, al Ventorrillo de la Trocha.
Esta pista de tierra, que discurre en paralelo a la garganta, conduce a un pequeño claro, el cual siempre he supuesto que sea un patio de corcha. Sin embargo, aún son visibles restos de chozas y pavimentos de piedra. Dudo que formaran parte del balneario que estamos buscando; seguramente pertenezcan a la última ocupación humana de esta parte de la sierra, allá por los años cuarenta.
Ahora váyanse buscando una sombra en este claro que he de hacer un obligado inciso. De 2014 nos trasladamos a abril de 1935; así, por las buenas, por obra y gracia de la fotografía.
Efectivamente, las aguas sulfurosas de sus manantiales eran milagrosas, y según referencias eran muchísimos los algecireños que sobre todo en verano los visitaban. Respecto a las casas me consta que D. Vicente Bálsamo, entre otros, acostumbraba a veranear en una casa que poseía en sus cercanías”.
El balnerario, aunque se encuentra derruido en algunos tramos calculamos que pudo medir entre 20 y 30 metros en su estado original. Justo enfrente hay otro en la misma orilla del arroyo, aterrazándola también. Su función no podía ser otra que que la de evitar corrimientos de tierra y así servir de cimiento a estructuras de alguna edificación. A la orilla del arroyo está despejada y es accesible. Al contrario de lo que ocurre hoy día, donde un espeso túnel de vegetación impide muchas veces hasta ver la corriente.  Detrás de los muros de contención encontramos cientos de piedras desperdigadas por una gran superficie. No parecen ser la típica arenisca del aljibe, la roca mayoritaria en estos suelos. Por su color entre gris y azulado pensamos que se trata de pizarra, de la denominada en el Campo de Gibraltar como “losa o piedra de Tarifa” o “piedra jabaluna”. Es probable que fuera transportada allí desde alguna cantera cercana.      A pesar del caos se distinguen alineaciones de piedra a lo largo y a lo ancho, que se extienden también una treintena de metros. Y pies de muros que nos permiten apenas adivinar formas. Sin embargo, los árboles y arbustos que se han adueñado del lugar nos impiden tomar una perspectiva adecuada que nos aclare el asunto. Nota para la siguiente caminata: meter en la mochila un globo aerostático para sacar fotografías aéreas.
Tras los oportunos arañazos y pinchazos conseguimos hallar estructuras cuadrangulares, restos de construcciones invadidas totalmente por las zarzas. Otra nota: Meter también en la mochila una desbrozadora en condiciones.
¿Estarían aquí las 18 habitaciones con tejas de las que nos habla la reseña de Pascual Madoz? Digámoslo ya ¿Estamos en las ruinas del balneario de la Fuentesanta? Nosotros nos mojamos y contestamos afirmativamente. Dudamos que existan otros vestigios similares en toda la garganta.     En algunos de estos pies de muro todavía se aprecian huellas de enfoscado.
Y por doquier se ven numerosos restos de tejas y ladrillos tirados por el suelo.
El historiador Angel Sáez, en una nota a pie de página de su artículo sobre el camino de la Trocha comenta lo siguiente, citando también a Madoz al principio:   Constaba de una alberca, 18 habitaciones de teja y varias chozas para 20 familias…” Y añade de su cosecha:  Sus edificios darían más tarde cobijo a varias familias campesinas, hasta su total abandono en los años cuarenta. Las ruinas del balneario fueron convertidas en bancales de cultivo. Era el último núcleo habitado de este hermoso valle, junto a La Cabreriza, en la ladera norte. En la actualidad, unos pocos restos de viviendas sirven de porquerizas a orillas del arroyo”.
No obstante, el hallazgo que nos causó más emoción fue esta alberca situada en una vaguada cercana, en uno de los extremos del complejo terapéutico.
Tal como imaginábamos al principio de la caminata presentiamos que nos esperaban ruinas y vestigios, mucha piedra amontonada y algún que otro, para nosotros, emocionante hallazgo. Y así ha sido más o menos.


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