martes, 7 de mayo de 2013

Tensión entre el yo y el ideal...



«Cuando algo en el yo coincide con el ideal del yo (Ich-ideal), siempre se crea una sensación de triunfo», escribe Freud en Psicología de las masas y análisis del yo. «Asimismo, el sentimiento de culpa (y el sentimiento de inferioridad) puede comprenderse como expresión de la tensión entre el yo y el ideal.» Esta deducción metapsicológica invocada por el autor para tratar de explicar las oscilaciones maníaco-depresivas del humor aparece como la clave de bóveda de todas las patologías narcisistas en cuanto, precisamente, y desde la «Introducción del narcisismo», de 1914, la instancia ideal del yo proviene de la necesidad del niño de abandonar la omnipotencia narcisista que lo había beneficiado hasta ese momento. Entonces, el amor que el niño se dirigía a sí mismo como a su propio ideal, antes de que interviniera el juicio de los otros, queda desplazado hacia un modelo derivado de las representaciones parentales (ideal del yo), al que en adelante el niño no dejará de querer asemejarse. En ese mismo movimiento, Freud atribuye al superyó la función de velar para que el yo no se aparte demasiado de su modelo ideal. Esta construcción metapsicológica de la génesis de la instancia del ideal del yo y de la función específica del súper-yo permitiría comprender las inversiones del humor, según sea que el superyó ejerza una severidad más o menos grande con respecto al yo, o que el ideal del yo le devuelva al yo una imagen más o menos accesible. En los dos casos que justifican la manía -el de la reconciliación del yo con el súper-yo, y el de la coincidencia del yo con su instancia ideal (súper-yo e ideal del yo no fueron siempre explícitamente distinguidos por Freud)-, se produce para el sujeto una liberación de la energía antes invertida en el intenso conflicto entre las dos instancias psíquicas. Este desenlace se traduce en un aflujo de libido de nuevo disponible, que incita al sujeto maníaco a erotizar toda nueva impresión para rechazarla de inmediato y pasar a otra. Desde luego, no se puede concebir el proceso maníaco que acabamos de describir sin apelar a las características de la organización psíquica ya sacadas a luz por la melancolía, y que remiten en particular a la fijación en el estadio oral canibalístico, en el cual la relación con el objeto tiene el carácter de incorporación; también remiten a la ambivalencia fundamental vinculada a ese estadio, que hace posibles los cambios de apreciación del sujeto ante su propio yo. Pero, si se extiende el análisis de la melancolía a la manía (como lo autoriza Freud desde 1917), resulta más difícil identificar las causas de la inversión del humor, sabiendo que ésta no siempre se observa en el cuadro clínico. En efecto, hay estados melancólicos no seguidos de fases maníacas, y también estados maníacos que no suceden a estados melancólicos. Estos últimos casos de manía «pura» repetirían, para un autor como Abraham, el rechazo de una «disforia» original provocada por ciertos traumas psíquicos de la infancia. En lo concerniente a las inversiones del humor, Freud evoca también una causa «económica», que tendría que ver con la imposibilidad del niño, al salir de la fase narcisista, de soportar sin rebelión las coacciones nuevas de su ambiente; la manía, en este sentido, retomaría por su cuenta esta rebelión del yo, dirigiéndola esta vez contra las exigencias excesivas del ideal del yo, a las cuales el superyó aporta toda su fuerza. «Sería perfectamente pensable que la escisión del ideal del yo respecto del yo no sea, tampoco ella, perdurablemente soportada, y que se vea obligada a borrarse temporariamente», sugiere Freud en Psicología de las masas y análisis del yo. Desde este punto de vista, relaciona la significación de la manía con la vocación de las fiestas instituidas en numerosas sociedades (desde las saturnales de los romanos hasta los carnavales actuales), que no tienen otra finalidad que permitir a los individuos la transgresión periódica de las leyes, para poder seguir respetándolas en tiempos comunes. La instauración de la fiesta se basaría entonces en la evaluación de la tolerancia a la frustración de los individuos, necesaria para la estabilidad del orden social, así como el pasaje a la fase maníaca resultaría del necesario reequilibramiento de las fuerzas intrapsíquicas presentes, bajo pena de condena definitiva del yo.

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