En
consecuencia, la manía provoca a la instancia crítica (ley o súper-yo) de una
manera tal que el individuo cae en acuerdo con sus instintos, y el yo se une a
su ideal. Hay a continuación alegría o exaltación, y la única diferencia que
separa la fiesta de la manía es que la primera salvaguarda un marco simbólico,
mientras que la segunda convoca al sujeto a una deriva imaginaria. Esta
diferencia, esencial para la comprensión de la manía, convierte en suficiente
la explicación exclusiva por la rebelión de un yo inclinado a la nostalgia de
su narcisismo perdido. De modo que Freud recurrirá incluso al análisis de la
melancolía, y en particular al proceso que la caracteriza principalmente, es
decir, la introyección del objeto perdido, para abordar la fase de liberación
maníaca; si vuelve a hablar de la crueldad del súper-yo y de la intangibilidad
del ideal del yo, lo hace con relación al objeto perdido, del que anteriormente
el sujeto había hecho su modelo. Ahora bien, pronto convertido en objeto de
odio por gravitación de la ambivalencia que define la organización melancólica,
el objeto perdido, reintroyectado en el yo, sólo puede constituir un perpetuo
reproche para el ideal del yo, e incitar al súper-yo a un rigor y una crueldad
incluso mayores con el yo, en parte identificado con aquél. «El yo será
estimulado a la rebelión por las sevicias, provenientes de su ideal, que sufre
cuando se identifica con un objeto rechazado», concluye Freud en Psicología de
las masas y análisis del yo. Se podría imaginar que el yo se rebela en función
de la intimidad más o menos grande que conserva con el objeto perdido, y en
función de la más o menos grave severidad del súper-yo que sale al encuentro de
esa disposición. Pero esto sólo equivale a reforzar la hipótesis de la rebelión
del yo a expensas de un enfoque más original de la manía, y si Freud reserva a
ésta los análisis a los que lo conduce la melancolía, uno tiene el derecho de
preguntarse si el modelo «normal» que él había utilizado hasta entonces, es
decir, el duelo, no podría valer también para la manía, en cuanto, con un modo
de trabajo específico, le ofrece igualmente al yo la oportunidad de liberarse.
Al no observar al final del período de duelo una fase de triunfo como la que
puede presentarse en la melancolía, Freud no prolongó el análisis de la manía
en función del duelo ni, en particular, en función del trabajo que éste
requiere.
Fue
Abraham quien verificó que el duelo tampoco se completa sin una fase de
liberación del yo, y le devolvió al modelo todo su alcance, al comparar el
cambio brusco maníaco con el desapego progresivo del yo con relación al objeto
perdido.
«Usted
deplora, querido profesor -le escribió Abraham a Freud en una carta del 13 de
febrero de 1922-, en el desarrollo normal del duelo, la ausencia de un fenómeno
que correspondería a la transformación brusca de la melancolía en manía. Sin
embargo, yo creo poder señalar su presencia, aunque sin saber si esta reacción
es algo regular.»
Abraham
invoca entonces, el incremento de libido que observa en muchas personas a
continuación de un duelo, y que a menudo conduce a la generación de hijos poco
después de la pérdida dolorosa. En «Un breve estudio de la evolución de la
libido, considerada a la luz de los trastornos mentales» (1924), añade que ese incremento
de la libido puede incluso tomar la forma sublimada de un deseo de iniciativa o
de una ampliación de los intereses intelectuales. En consecuencia, el episodio
maníaco, para Abraham, indicaría la puesta en obra de un proceso de exclusión
del objeto que, como todo duelo, atestiguaría un modo de resolución o de
trabajo específico destinado a liberar al yo de su servidumbre. «La evolución
de comienzo agudo, intermitente y recidivante de los estados maníaco-depresivos
corresponde a una expulsión del objeto de amor que se repite a intervalos», es
su conclusión; al continuar el análisis freudiano del duelo, cuya resolución
conduce al yo a renunciar al objeto declarándolo muerto, o bien «hiriéndolo de
muerte», y a procurarse así la «prima de placer» de seguir vivo, compara la
manía con la perpetración de un crimen varias veces repetido, cuyo modelo
remitiría a la comida totémica de los primitivos.
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