martes, 7 de mayo de 2013

La manía, un crimen varias veces repetido...



En consecuencia, la manía provoca a la instancia crítica (ley o súper-yo) de una manera tal que el individuo cae en acuerdo con sus instintos, y el yo se une a su ideal. Hay a continuación alegría o exaltación, y la única diferencia que separa la fiesta de la manía es que la primera salvaguarda un marco simbólico, mientras que la segunda convoca al sujeto a una deriva imaginaria. Esta diferencia, esencial para la comprensión de la manía, convierte en suficiente la explicación exclusiva por la rebelión de un yo inclinado a la nostalgia de su narcisismo perdido. De modo que Freud recurrirá incluso al análisis de la melancolía, y en particular al proceso que la caracteriza principalmente, es decir, la introyección del objeto perdido, para abordar la fase de liberación maníaca; si vuelve a hablar de la crueldad del súper-yo y de la intangibilidad del ideal del yo, lo hace con relación al objeto perdido, del que anteriormente el sujeto había hecho su modelo. Ahora bien, pronto convertido en objeto de odio por gravitación de la ambivalencia que define la organización melancólica, el objeto perdido, reintroyectado en el yo, sólo puede constituir un perpetuo reproche para el ideal del yo, e incitar al súper-yo a un rigor y una crueldad incluso mayores con el yo, en parte identificado con aquél. «El yo será estimulado a la rebelión por las sevicias, provenientes de su ideal, que sufre cuando se identifica con un objeto rechazado», concluye Freud en Psicología de las masas y análisis del yo. Se podría imaginar que el yo se rebela en función de la intimidad más o menos grande que conserva con el objeto perdido, y en función de la más o menos grave severidad del súper-yo que sale al encuentro de esa disposición. Pero esto sólo equivale a reforzar la hipótesis de la rebelión del yo a expensas de un enfoque más original de la manía, y si Freud reserva a ésta los análisis a los que lo conduce la melancolía, uno tiene el derecho de preguntarse si el modelo «normal» que él había utilizado hasta entonces, es decir, el duelo, no podría valer también para la manía, en cuanto, con un modo de trabajo específico, le ofrece igualmente al yo la oportunidad de liberarse. Al no observar al final del período de duelo una fase de triunfo como la que puede presentarse en la melancolía, Freud no prolongó el análisis de la manía en función del duelo ni, en particular, en función del trabajo que éste requiere.
Fue Abraham quien verificó que el duelo tampoco se completa sin una fase de liberación del yo, y le devolvió al modelo todo su alcance, al comparar el cambio brusco maníaco con el desapego progresivo del yo con relación al objeto perdido.
«Usted deplora, querido profesor -le escribió Abraham a Freud en una carta del 13 de febrero de 1922-, en el desarrollo normal del duelo, la ausencia de un fenómeno que correspondería a la transformación brusca de la melancolía en manía. Sin embargo, yo creo poder señalar su presencia, aunque sin saber si esta reacción es algo regular.»
Abraham invoca entonces, el incremento de libido que observa en muchas personas a continuación de un duelo, y que a menudo conduce a la generación de hijos poco después de la pérdida dolorosa. En «Un breve estudio de la evolución de la libido, considerada a la luz de los trastornos mentales» (1924), añade que ese incremento de la libido puede incluso tomar la forma sublimada de un deseo de iniciativa o de una ampliación de los intereses intelectuales. En consecuencia, el episodio maníaco, para Abraham, indicaría la puesta en obra de un proceso de exclusión del objeto que, como todo duelo, atestiguaría un modo de resolución o de trabajo específico destinado a liberar al yo de su servidumbre. «La evolución de comienzo agudo, intermitente y recidivante de los estados maníaco-depresivos corresponde a una expulsión del objeto de amor que se repite a intervalos», es su conclusión; al continuar el análisis freudiano del duelo, cuya resolución conduce al yo a renunciar al objeto declarándolo muerto, o bien «hiriéndolo de muerte», y a procurarse así la «prima de placer» de seguir vivo, compara la manía con la perpetración de un crimen varias veces repetido, cuyo modelo remitiría a la comida totémica de los primitivos.

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