Sin
embargo, el hecho de que la manía libere al yo de su sumisión completa al
objeto de aflojar los vínculos identificatorios que mantenía hasta entonces, y
de que, por esto mismo, relaje la vigilancia del súper-yo, al hacer coincidir
al yo con su instancia ideal, no resuelve en nada -a diferencia del duelo- la
patología narcisista de la que deriva ese modo de funcionamiento psíquico. En
efecto, lejos de permitir que el sujeto encuentre verdaderos objetos de
investidura, la manía, por el contrario, pone de manifiesto la dificultad que
el sujeto experimenta para mantener una relación con el mundo exterior que no
sea de pura forma y de pura instantaneidad. Los autores fenomenólogos,
principalmente Binswanger, han insistido en la alteración de la temporalidad
propia de la manía, que consiste en la imposibilidad de integrar los momentos
de retención y pretensión organizadores de la «historia biográfica»
(Lebengeschichte) del individuo. Además el sujeto maníaco vive en una especie
de presente desprendido de toda historia, al punto de que las cosas, desinteresan
de su contexto, se le presentan sin la significación y la consistencia que
rigen su «presentificación» (Vergegenwürtigung), para retomar un término
husserliano a menudo utilizado por Binswanger. La disolución de la relación con
el objeto y de la vivencia temporal en la manía, lejos entonces de resolverse
en el sentimiento único de exaltación del yo, continúa, indicando muy pronto,
bajo una forma invertida, la permanencia del conflicto psíquico propio de la
melancolía, cuya génesis metapsicológica hay que reconstruir entonces, en torno
de un trauma originario definitivamente recubierto: el de la deserción de deseo
del otro en un tiempo preespecular en el que el sujeto se iniciaba en el mundo
exterior. En consecuencia, si se quiere adaptar a la manía la metapsicología de
la melancolía (la cual, más acá de la puesta al día de los procesos
inconscientes, remite a la «elección de la enfermedad»), se concebirá la manía
como una «neurosis narcisista» en el sentido freudiano, una neurosis narcisista
que pone en escena el mismo mecanismo regresivo de introyección/ expulsión relativo
al acuerdo o desacuerdo entre el yo y su ideal. Sin duda, paralelamente con el
estudio de la manía, habrá que considerar otras figuras psíquicas también
derivadas de la dinámica instancial yo/súper-yo, en particular la del humor,
sobre la que Freud publicó un artículo en 1927. Pero si el humor, igual que la
manía, le permite al sujeto ahorrarse un gasto afectivo al dirigir a la
realidad desfavorable una especie de desmentida (Abweisung), el dominio no
vuelve al yo, sino al propio súper-yo, que llega a tratar al yo como un niño, y
a la realidad como un dato desdeñable. La actitud humorística «...consistiría
en que el humorista ha retirado de su yo el acento psíquico y lo ha trasladado
al súper-yo», escribe Freud; siguiendo su pensamiento, la distribución del
«acento psíquico» (en otras palabras, de la libido narcisista) permitiría
entrever, sobre la base de esa relación privilegiada yo/súper-yo, toda una
serie de fenómenos de la vida psíquica normal. Considerada como una afección
por derecho propio, no necesariamente atada a la melancolía (según lo
atestiguan Abraham y, de una manera aún más neta, algunos psiquiatras que ya no
creen en los «estados mixtos» maníaco-depresivos, como por ejemplo Kurt
Scheider [1959]), la manía representaría la versión «económica» de la
melancolía, la de un yo en rebelión, ávido por investir, aunque ningún objeto
pueda fijar su interés. El hecho de que la fuga de los objetos, como la fuga de
ideas, dependa de un comportamiento defensivo primario que consiste en mantener
a distancia los afectos y, con ellos, el retorno eventual del trauma
originario, concordaría bien con el comportamiento defensivo melancólico, a
saber: el negativismo, que consiste en desmentir que la realidad pueda
concernir en nada al sujeto. La manía, como la melancolía, devuelve entonces la
imagen de una realidad desvitalizada que, si en la melancolía padece la
afirmación de la castración, en la manía padece su rechazo o desmentida,
aquella misma desmentida que Freud entreveía en la figura del humor. Quedaría
sin duda por determinar, con relación a la categoría freudiana de las neurosis
narcisistas y el proceso de «desmentida», de qué posición del sujeto con
relación a la castración se trata. En este sentido, un primer enfoque, adoptado
por Deutsch en un artículo de 1930, titulado «Sur la psychologie des états
maniaco-dépressifs, et en particulier l'hypomanie chronique», sitúa la manía en
la fase fálica, en la renegación (Verleugnung) de la castración. Quizás en la
manía se trate incluso de la forma inversa de la «renegación de intención»
característica de la melancolía, y que, inversamente a lo que ocurre en esta
última, le haga creer al enfermo que toda la realidad se ofrece a sus
intereses. En todo caso, la seguridad renovada tanto por Freud como por Abraham
acerca de la posibilidad de tratar con psicoanálisis la afección
maníaco-depresiva en la fase intercurrente, y de revertir el conflicto
poniéndolo a cuenta del registro neurótico, indica claramente la especificidad
de la relación con la castración en la manía y la melancolía, y esto con
independencia de la neurosis o la psicosis. «En lo que concierne a las formas
periódicas y cíclicas de la melancolía, puedo decirles algo que seguramente les
interesará», afirma Freud en la conferencia 26 de 1916. «En condiciones
favorables es especialmente posible impedir (y yo he hecho esta experiencia en
dos oportunidades), gracias al tratamiento analítico aplicado en los intervalos
libres de crisis, el retorno del estado melancólico, sea de la misma tonalidad
afectiva, sea de una tonalidad contrapuesta. Se verifica entonces que en la
melancolía y en la manía se trata de la solución particular de un conflicto
cuyos elementos son exactamente los mismos que los de otras neurosis.» Por lo
tanto, al privilegiar el punto de vista metapsicológico, y con él la
originalidad del proceso inconsciente, Freud remite la manía al complejo
melancólico, y en consecuencia se considera autorizado a buscar sus modelos
entre las figuras de triunfo del yo de la vida cotidiana.
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