martes, 7 de mayo de 2013

La manía, la versión «económica», la de un yo en rebelión, ávido por investir...



Sin embargo, el hecho de que la manía libere al yo de su sumisión completa al objeto de aflojar los vínculos identificatorios que mantenía hasta entonces, y de que, por esto mismo, relaje la vigilancia del súper-yo, al hacer coincidir al yo con su instancia ideal, no resuelve en nada -a diferencia del duelo- la patología narcisista de la que deriva ese modo de funcionamiento psíquico. En efecto, lejos de permitir que el sujeto encuentre verdaderos objetos de investidura, la manía, por el contrario, pone de manifiesto la dificultad que el sujeto experimenta para mantener una relación con el mundo exterior que no sea de pura forma y de pura instantaneidad. Los autores fenomenólogos, principalmente Binswanger, han insistido en la alteración de la temporalidad propia de la manía, que consiste en la imposibilidad de integrar los momentos de retención y pretensión organizadores de la «historia biográfica» (Lebengeschichte) del individuo. Además el sujeto maníaco vive en una especie de presente desprendido de toda historia, al punto de que las cosas, desinteresan de su contexto, se le presentan sin la significación y la consistencia que rigen su «presentificación» (Vergegenwürtigung), para retomar un término husserliano a menudo utilizado por Binswanger. La disolución de la relación con el objeto y de la vivencia temporal en la manía, lejos entonces de resolverse en el sentimiento único de exaltación del yo, continúa, indicando muy pronto, bajo una forma invertida, la permanencia del conflicto psíquico propio de la melancolía, cuya génesis metapsicológica hay que reconstruir entonces, en torno de un trauma originario definitivamente recubierto: el de la deserción de deseo del otro en un tiempo preespecular en el que el sujeto se iniciaba en el mundo exterior. En consecuencia, si se quiere adaptar a la manía la metapsicología de la melancolía (la cual, más acá de la puesta al día de los procesos inconscientes, remite a la «elección de la enfermedad»), se concebirá la manía como una «neurosis narcisista» en el sentido freudiano, una neurosis narcisista que pone en escena el mismo mecanismo regresivo de introyección/ expulsión relativo al acuerdo o desacuerdo entre el yo y su ideal. Sin duda, paralelamente con el estudio de la manía, habrá que considerar otras figuras psíquicas también derivadas de la dinámica instancial yo/súper-yo, en particular la del humor, sobre la que Freud publicó un artículo en 1927. Pero si el humor, igual que la manía, le permite al sujeto ahorrarse un gasto afectivo al dirigir a la realidad desfavorable una especie de desmentida (Abweisung), el dominio no vuelve al yo, sino al propio súper-yo, que llega a tratar al yo como un niño, y a la realidad como un dato desdeñable. La actitud humorística «...consistiría en que el humorista ha retirado de su yo el acento psíquico y lo ha trasladado al súper-yo», escribe Freud; siguiendo su pensamiento, la distribución del «acento psíquico» (en otras palabras, de la libido narcisista) permitiría entrever, sobre la base de esa relación privilegiada yo/súper-yo, toda una serie de fenómenos de la vida psíquica normal. Considerada como una afección por derecho propio, no necesariamente atada a la melancolía (según lo atestiguan Abraham y, de una manera aún más neta, algunos psiquiatras que ya no creen en los «estados mixtos» maníaco-depresivos, como por ejemplo Kurt Scheider [1959]), la manía representaría la versión «económica» de la melancolía, la de un yo en rebelión, ávido por investir, aunque ningún objeto pueda fijar su interés. El hecho de que la fuga de los objetos, como la fuga de ideas, dependa de un comportamiento defensivo primario que consiste en mantener a distancia los afectos y, con ellos, el retorno eventual del trauma originario, concordaría bien con el comportamiento defensivo melancólico, a saber: el negativismo, que consiste en desmentir que la realidad pueda concernir en nada al sujeto. La manía, como la melancolía, devuelve entonces la imagen de una realidad desvitalizada que, si en la melancolía padece la afirmación de la castración, en la manía padece su rechazo o desmentida, aquella misma desmentida que Freud entreveía en la figura del humor. Quedaría sin duda por determinar, con relación a la categoría freudiana de las neurosis narcisistas y el proceso de «desmentida», de qué posición del sujeto con relación a la castración se trata. En este sentido, un primer enfoque, adoptado por Deutsch en un artículo de 1930, titulado «Sur la psychologie des états maniaco-dépressifs, et en particulier l'hypomanie chronique», sitúa la manía en la fase fálica, en la renegación (Verleugnung) de la castración. Quizás en la manía se trate incluso de la forma inversa de la «renegación de intención» característica de la melancolía, y que, inversamente a lo que ocurre en esta última, le haga creer al enfermo que toda la realidad se ofrece a sus intereses. En todo caso, la seguridad renovada tanto por Freud como por Abraham acerca de la posibilidad de tratar con psicoanálisis la afección maníaco-depresiva en la fase intercurrente, y de revertir el conflicto poniéndolo a cuenta del registro neurótico, indica claramente la especificidad de la relación con la castración en la manía y la melancolía, y esto con independencia de la neurosis o la psicosis. «En lo que concierne a las formas periódicas y cíclicas de la melancolía, puedo decirles algo que seguramente les interesará», afirma Freud en la conferencia 26 de 1916. «En condiciones favorables es especialmente posible impedir (y yo he hecho esta experiencia en dos oportunidades), gracias al tratamiento analítico aplicado en los intervalos libres de crisis, el retorno del estado melancólico, sea de la misma tonalidad afectiva, sea de una tonalidad contrapuesta. Se verifica entonces que en la melancolía y en la manía se trata de la solución particular de un conflicto cuyos elementos son exactamente los mismos que los de otras neurosis.» Por lo tanto, al privilegiar el punto de vista metapsicológico, y con él la originalidad del proceso inconsciente, Freud remite la manía al complejo melancólico, y en consecuencia se considera autorizado a buscar sus modelos entre las figuras de triunfo del yo de la vida cotidiana.

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