Poníanse a pescar en el mismo río
y cerca uno de otro, Julián y Martín, dos antiguos camaradas.
Y ved cómo hacía la suerte que
Martín se levantara, al cabo de algunas horas, con pesca abundante, y cómo la
desgracia, que Julián se aburriera sin coger pececillo alguno.
Martín vendía ricamente su
provisión, y lograba vivir con holgura; en cambio, Julián era tan miserable
que, muchas veces, debía pedir prestado a su amigo hasta cebo para el anzuelo.
Y en vano tanteaba este sitio o
el otro, río arriba, ría abajo.
Inútilmente se ponía en el mismo
punto de Martín, antes o después de presentarse su compañero: los endiablados
peces no aparecían.
¿Consistiría en la hora? ¿En la
caña?
-Martín-dijo un día Julián-he
llegado al colmo de la desventura. Hace dos días que no hay en mi casa ni siquiera un mendrugo de pan. Si
fueras tan bueno que me dejases pescar con tu mismo aparejo un cuarto de hora solamente,
te quedaría eternamente agradecido, y no habría cosa que yo no hiciera en tu
obsequio.
Martín, que era noble y generoso,
accedió en seguida y de muy buena voluntad a los deseos de su infortunado
camarada.
¡Virgen santa, qué modo de
pescar! No hacía más que cebar, tirar el hilo, y ya sentía los coleteo rabiosos
y codiciados.
Tal era su entusiasmo, que Julián
pasó no un cuarto de hora, sino una, y bien larga, sacando peces y más peces.
Martín le dejaba hacer complacido
y sintiendo honda satisfacción por la
suerte de su amigo.
-Lo dicho, Martín, y
gracias-exclamó recogiendo su fortuna.
Que fortuna fue, en efecto;
porque el pececillo dorado lo compro, a gran precio, un naturalista, y el
saquito contenía una perla negra preciosísima, de muy subido valor.
Ello es que Julián se vio rico,
en forma que pudo comprar todo el terreno, por ambas orillas, correspondiente
remanso donde pescaba Martín.
¿Y qué hizo? Prohibir en
absoluto, a su compañero, que tirase la caña. ¡Ingrato!
En cambio, él seguía pescando una
horita cada día, enriqueciéndose más y más.
Pronto se cambiaron los papeles:
el pobre y arruinado Martín.
Entonces, éste le dijo un día:
-Julián, apiádate de mis hijos,
que no han comido desde ayer; déjame pescar un cuarto de hora solamente.
Y Julián, sin acordarse del favor
recibido, se negó a complacerle.
Pero ved que esto ocurría en el
tiempo en que los campos y los bosques estaban habitados por las hadas, y el
hada lo hizo así para probar el corazón de Julián.
Con lo que, viéndolo tan duro y
desagradecido, dispuso que la pesca faltar en el remanso y fuera, siempre,
abundantísima donde se ponía Martín.
Además, sobrevinieron calamidades
en las fincas de Julián, y éste que no cogía ni un ruin pececillo, no tardó en
verse arruinado.
-¿Y no le perdonó el hada?
-Sí, porque era muy buena. Le
perdonó viéndole sinceramente arrepentido; pero con la condición de que pescase
como criado de Martín, durante el resto de su existencia.
Debemos agradecer los favores que
os hacen. El agradecimiento es virtud de las almas nobles.
El que no sabe agradecer no merece
la protección de nadie, ni los favores de la fortuna.
Preceptos morales:
¿Julián y Martín eran amigos y
compañeros de trabajo? ¿Qué les sucedía?
¿Qué favores hizo Martín a
Julián? ¿Merecía el segundo los favores recibidos? ¿Por qué no?
Explica la conducta de Julián con
aquel a quien todo lo debía. ¿Qué era, pues, Julián? ¿Qué castigo recibió?
Lo sucedido en una fábula: ¿Qué
es una fábula?
¿Qué fin tiene esta fábula?
Lenguaje:
¿Vivir con holgura? ¿Lo contrario
de holgura?
¿Cebo? ¿Sebo?
¿Coleteos?
¿Qué son las perlas?
¿Naturalista?
¿Remanso?
¿Hada?
¿Calamidades?
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