Desde sus
primeros años, fue Pablo muy admirado de cuantos le conocían, por la singular
resignación con que sufría todas las contrariedades y por el ahínco con que
afrontaba, hasta vencerlos, todos los obstáculos.
Su
inteligencia no era muy despejada, que digamos, y, por esta causa necesitaba
presta, en la escuela, mayor atención que casi todos sus compañeros a las
explicaciones de los maestros. Estos, que conocían la firmeza de su voluntad y
la bondad de su carácter, le querían entrañablemente y le animaban para que no
desmayase en su noble empeño.
Cierto
día en la clase de Aritmética, no supo
descubrir la relación que existía entre un producto y los factores que
lo formaban. Esforzóse el Profesor en guiarle llevándole, con hábiles
preguntas, al conocimiento de la deseada relación, y… ¡No hubo medio!
Pablo,
que era pundonoroso como el que más, sufría en silencio, la ceguera de su
inteligencia, y el maestro, que no ignoraba la lucha interior de aquel
espíritu, sufría, sufría también.
-¡Cuánta
torpeza! Masculló un atrevido grandullón.
Pablo no
pudo más. Tapándose la cara con ambas manos y deshecho en lágrimas, se arrojó a
los brazos del profesor.
Éste le
estrechó amorosamente, imprimió un beso dulcísimo en la frente sudorosa del
pobre niño, y después de dirigir una mirada de desdén profundo al grosero y mal
amigo, hablo así:
-Perdona-mi
querido Pablo-al impertinente mal criado que tanto tiene que aprender de tu
aplicación y de tus virtudes. No olvides cuántas veces nos encargó Jesús que
perdonáramos, y no olvides tampoco el encargo que voy a hacerte y la profecía
que pronunciarán mis labios, en este instante supremo:
¡No
desmayes jamás! ¡Ten paciencia! ¡Tú serás hombre de provecho!
A la edad
de 15 años, Pablo dejaba la escuela poseyendo una instrucción sólida, muy
superior a la que habían adquirido casi todos sus compañeros, y ocupando un
lugar de predilección en el alma de sus maestros.
Colocóse
de aprendiz en una muy acreditada carpintería.
Las
mismas dificultades que le ofreció la adquisición de conocimientos, se le
presentaron en el aprendizaje de su oficio, hasta el extremo de que algunos
trabajadores le motejaban con palabras mortificantes, augurando que jamás
llegaría a poseer el oficio ni siquiera regularmente. Pero Pablo recordaba las
palabras de su maestro inolvidable: ¡No desmayes jamás! ¡Ten paciencia! ¡Tú
serás hombre de provecho!
Y eran de
ver los esfuerzos que hacía para aprender, aquella alma abnegada por el
trabajo. Y aprendió bien el oficio. ¡Vaya si lo aprendió! Al cabo de cuatro
años, no había mejor oficial en el taller. Su honradez acrisolada: la atención
con que hacía las cosas; su laboriosidad; su prudencia; su fe, en fin, en el
porvenir, allanaron, nuevamente, todos los obstáculos y le conquistaron el alma
entera de su patrono.
Algún
tiempo después, el principal llamóle a su despacho y le habló de esta manera:
¿No has
pensado en establecerte por tu cuenta, Pablo?
-Sí,
señor, si algún día me es permitido, pero...yo vivo de mi jornal. ¡Yo soy
pobre!-le contestó el buen obrero.
-¡Pobre!
¡Tú, pobre! No, hijo mío; tú eres rico. ¿Qué mayor riqueza que tu honradez
acrisolada, tu laboriosidad y tu constancia en vencer las dificultades?
Poseo lo
necesario para vivir con desahogo, y necesito quien me substituya. Eres el
dueño de mi taller y pongo a tu disposición cuanto, además, necesites para tus
empresas. Ya pagarás cuando puedas.
Tan viva
fue la emoción de Pablo, que ni siquiera pudo abrir los labios para pronunciar
una sola palabra. Su diestra estrechó, con efusión, la del buen anciano,
mientras que, con la izquierda, recogía una lágrima de gratitud que no pudieron
contener sus ojos.
El
vaticinio de aquel bondadoso maestro se había cumplido: Pablo tenía asegurado
el más brillante porvenir.
Sé
paciente, pues la paciencia es señal de sabiduría.
La
paciencia es un árbol de raíz amarga, pero de frutos muy dulces.
Preceptos
morales:
¿Qué se
nota en Pablo desde sus primeros años? ¿Poseía felices disposiciones para el
estudio? ¿Cómo vencía su falta de disposición?
Explíquese
qué ocurrió, cierto día, en la clase de Aritmética. ¿Cómo se condujo el
maestro? ¿Qué dijo a Pablo para animarle?
¿Cómo y
cuándo dejó este niño la escuela?
¿Qué
oficio aprendió? ¿Qué le paso al empezar el aprendizaje? ¿Qué conducta siguió?
¿Cómo
llego a ser dueño del taller? ¿Lo merecía? ¿Por qué?
Lenguaje:
¿Ahínco?
¿Lo contrario de ahínco?
¿Preguntas
hábiles? ¿Lo contrario de hábil?
¿Pundonor…pundonoroso?
¿Mascullar?
¿Desdén?
¿Impertinente?
¿Predilección?
¿Predilecto?
¿Augurar…augur?
¿Abnegación…abnegado?
¿Honradez
acrisolada?
¿Vivir
con desahogo?
¿Vaticinar…vaticinio?
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