viernes, 30 de agosto de 2013

Parte de la vida IV-La humanidad-La Sociedad-La paciencia.



Desde sus primeros años, fue Pablo muy admirado de cuantos le conocían, por la singular resignación con que sufría todas las contrariedades y por el ahínco con que afrontaba, hasta vencerlos, todos los obstáculos.

Su inteligencia no era muy despejada, que digamos, y, por esta causa necesitaba presta, en la escuela, mayor atención que casi todos sus compañeros a las explicaciones de los maestros. Estos, que conocían la firmeza de su voluntad y la bondad de su carácter, le querían entrañablemente y le animaban para que no desmayase en su noble empeño.

Cierto día en la clase de Aritmética, no supo  descubrir la relación que existía entre un producto y los factores que lo formaban. Esforzóse el Profesor en guiarle llevándole, con hábiles preguntas, al conocimiento de la deseada relación, y… ¡No hubo medio!

Pablo, que era pundonoroso como el que más, sufría en silencio, la ceguera de su inteligencia, y el maestro, que no ignoraba la lucha interior de aquel espíritu, sufría, sufría también.

-¡Cuánta torpeza! Masculló un atrevido grandullón.

Pablo no pudo más. Tapándose la cara con ambas manos y deshecho en lágrimas, se arrojó a los brazos del profesor.

Éste le estrechó amorosamente, imprimió un beso dulcísimo en la frente sudorosa del pobre niño, y después de dirigir una mirada de desdén profundo al grosero y mal amigo, hablo así:

-Perdona-mi querido Pablo-al impertinente mal criado que tanto tiene que aprender de tu aplicación y de tus virtudes. No olvides cuántas veces nos encargó Jesús que perdonáramos, y no olvides tampoco el encargo que voy a hacerte y la profecía que pronunciarán mis labios, en este instante supremo:

¡No desmayes jamás! ¡Ten paciencia! ¡Tú serás hombre de provecho!

A la edad de 15 años, Pablo dejaba la escuela poseyendo una instrucción sólida, muy superior a la que habían adquirido casi todos sus compañeros, y ocupando un lugar de predilección en el alma de sus maestros.

Colocóse de aprendiz en una muy acreditada carpintería.

Las mismas dificultades que le ofreció la adquisición de conocimientos, se le presentaron en el aprendizaje de su oficio, hasta el extremo de que algunos trabajadores le motejaban con palabras mortificantes, augurando que jamás llegaría a poseer el oficio ni siquiera regularmente. Pero Pablo recordaba las palabras de su maestro inolvidable: ¡No desmayes jamás! ¡Ten paciencia! ¡Tú serás hombre de provecho!

Y eran de ver los esfuerzos que hacía para aprender, aquella alma abnegada por el trabajo. Y aprendió bien el oficio. ¡Vaya si lo aprendió! Al cabo de cuatro años, no había mejor oficial en el taller. Su honradez acrisolada: la atención con que hacía las cosas; su laboriosidad; su prudencia; su fe, en fin, en el porvenir, allanaron, nuevamente, todos los obstáculos y le conquistaron el alma entera de su patrono.

Algún tiempo después, el principal llamóle a su despacho y le habló de esta manera:

¿No has pensado en establecerte por tu cuenta, Pablo?

-Sí, señor, si algún día me es permitido, pero...yo vivo de mi jornal. ¡Yo soy pobre!-le contestó el buen obrero.

-¡Pobre! ¡Tú, pobre! No, hijo mío; tú eres rico. ¿Qué mayor riqueza que tu honradez acrisolada, tu laboriosidad y tu constancia en vencer las dificultades?

Poseo lo necesario para vivir con desahogo, y necesito quien me substituya. Eres el dueño de mi taller y pongo a tu disposición cuanto, además, necesites para tus empresas. Ya pagarás cuando puedas.

Tan viva fue la emoción de Pablo, que ni siquiera pudo abrir los labios para pronunciar una sola palabra. Su diestra estrechó, con efusión, la del buen anciano, mientras que, con la izquierda, recogía una lágrima de gratitud que no pudieron contener sus ojos.

El vaticinio de aquel bondadoso maestro se había cumplido: Pablo tenía asegurado el más brillante porvenir.

Sé paciente, pues la paciencia es señal de sabiduría.

La paciencia es un árbol de raíz amarga, pero de frutos muy dulces.

Preceptos morales:

¿Qué se nota en Pablo desde sus primeros años? ¿Poseía felices disposiciones para el estudio? ¿Cómo vencía su falta de disposición?

Explíquese qué ocurrió, cierto día, en la clase de Aritmética. ¿Cómo se condujo el maestro? ¿Qué dijo a Pablo para animarle?

¿Cómo y cuándo dejó este niño la escuela?

¿Qué oficio aprendió? ¿Qué le paso al empezar el aprendizaje? ¿Qué conducta siguió?

¿Cómo llego a ser dueño del taller? ¿Lo merecía? ¿Por qué?

Lenguaje:

¿Ahínco? ¿Lo contrario de ahínco?

¿Preguntas hábiles? ¿Lo contrario de hábil?

¿Pundonor…pundonoroso?

¿Mascullar?

¿Desdén?

¿Impertinente?

¿Predilección?

¿Predilecto?

¿Augurar…augur?

¿Abnegación…abnegado?

¿Honradez acrisolada?

¿Vivir con desahogo?

¿Vaticinar…vaticinio?

                                                      

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