Hay muchas formas de mentir. Están las
mentiras piadosas que son para no herir susceptibilidades, aunque siempre es
mejor pecar por omisión antes de caer en una mentira.
También hay mentiras colectivas, como las
noticias de los diarios, las revistas, la radio o la televisión que la mayoría
de las veces responden a intereses espurios.
Hay mentiras familiares, que son las que
sostienen a algunas familias, que aunque mientan todos por lo general
igualmente se desmoronan.
Leemos mentiras históricas en muchos
libros porque lamentablemente nadie puede ser objetivo contando un hecho del
pasado con absoluta fidelidad, porque no puede evitar agregarle datos de su
propia experiencia o ideología.
Y por supuesto hay muchas mentiras
políticas que todos hemos podido comprobar después de las elecciones.
En realidad, vivimos en una sociedad
mentirosa donde todos nos manejamos con tacto, que en última instancia
significa mentir.
Siempre se puede cambiar este modo de ser,
comenzando por emprender la maravillosa aventura de ser sincero y aprender a
valorarse.
El mentiroso cree muy en el fondo que es
despreciable y desde esa baja autoestima surgen las mentiras; que en definitiva
son inútiles porque la verdad siempre se filtra por algún lado.
El que miente es como un barco que hace
agua hasta que se hunde irremediablemente en lo más profundo, a veces perdiendo
lo que más quiere.
El que quiere cambiar puede hacerlo sea
quien sea, lo importante es querer hacerlo, porque querer cambiar es ya haber
cambiado.
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