viernes, 22 de noviembre de 2013

Creo preferible callar.


No busco, ni quiero, nada, y lo busco y lo quiero todo. Esa contradicción es parte esencial y permanente de mi condición, porque quizás aquélla persona que creo que soy, no sea, en realidad, yo misma, sino solo la imagen añorada de la que me hubiera gustado ser.
Todos proyectamos contra el vidrio tras el que nos exponemos la mejor versión de nosotros mismos, pero ignorando -tal vez- que la publicidad más exitosa no está en los colores con los que adornamos nuestro envoltorio, por más que nos repitan que el medio es el mensaje. Porque, ¿Quién no se sentirá tentado de mentir para empezar con ventaja? De los que aquí recíprocamente nos mostramos, son legión los/las que alardean de sedicentes sinceros, y advierten a su desconocido destinatario que deberá desnudar su interior como tributo a la sinceridad que inapelablemente le reclaman, pero pocos se habrán interrogado sobre el significado de esa palabra. 

En mi opinión, solo mentimos cuando ocultamos a nuestro interlocutor aquello que, en conciencia, estaríamos obligados a revelarle. 
A veces incurrimos en excesos de sinceridad que causan un daño desproporcionado, si lo comparamos con el beneficio que la revelación de nuestra verdad les/nos procura. 
Creo preferible callar que arriesgarme a decir a quien me escucha aquello que -por la razón que fuere- aún no está preparado para oír o comprender.
No sé tu nombre y ni siquiera imagino tu verdadero aspecto. Durante mucho tiempo has permanecido oculto; espero que ahora, dondequiera que te encuentres, te muestres en todo tu esplendor. Aunque estoy hambriento, no te quiero por tu físico, y sin embargo ansío aturdirme en el vértigo de tu hermosura.




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