No
tenía Inesilla más allá de trece años, y como la salud de su madre era, tiempo
hacía delicadísima, la niña debía atender a todos los quehaceres de la casa.
Era
Inés una mujercita, y daba gusto verla tan diligente, tan afanosa para con sus
padres y sus hermanitos.
Éstos
eran chiquitines, y naturalmente, necesitaban cuidados especiales y un caudal
inagotable de cariño, que sólo, parece, puede atesorar el corazón de una madre.
Sin embargo, cuantos conocían a la buena Inés, sabían que sus hermanos poseían
el inapreciable tesoro de una segunda
madrecita.
Los
cuidados de la ciencia no pudieron contener los progresos de la enfermedad, y
la desgraciada señora falleció, sumiendo a su familia en pesar amargo.
-Inés,
hija mía- le dijo su papá sin poder contener las lágrimas que brotaban de sus
ojos- por la memoria de esta santa que nos deja para siempre, sé una verdadera
madre para tus hermanos; que yo no deba pensar jamás en que otra mujer les
atienda y acaricie.
-Yo
sabré cumplir con mis deberes, padre mío- le contestó Inés arrojándose a sus
brazos.
Pasaron
tres años sin que Inés desmayase un solo instante, sin que la niña dejase de cumplir,
con creces, la promesa que hizo a su papá ante el frío cadáver de su madre.
Jamás se vio a una familia mejor atendida; jamás niña alguna ha sabido prodigar
a sus hermanitos tanto cariño, tantos cuidados y consuelos. Inés era la
admiración de todo el pueblo, sobre todo desde que fue público y notorio que
sus hermanos eran ingratos con su afanosa madrecita, a pesar de las
amonestaciones de su papá.
Cierto
día, Alfonso, el mayor de ellos, tuvo el atrevimiento de golpear a la joven, de
quien tantos beneficios recibía. El padre, indignado, hubiera descargado sobre
él un castigo ejemplar, si la buena Inés no hubiese intercedido a favor del
culpable.
-¡Ingrato!
¡Ingrato!- le dijo el padre. –No tienes perdón de Dios si tu alma no siente el
remordimiento.
-¡Agradece
a tu santa hermana que no haya debido daros una madrastra!
¿No
recuerdas a tu madre? ¿No la quieres todavía? ¿Quieres que te maldiga desde el
cielo?
-¡Perdón,
perdón, Inés!- sollozó Alfonso abrazando a su bondadosa hermana.
Y la
buena niña castigó al arrepentido, depositando en su frente un beso
amorosísimo.
La
ingratitud es una falta aborrecible que nunca queda sin castigo.
Nada más indigno de alabanza que el
arrepentimiento firme y sincero.
Preceptos
morales:
¿De qué
niña hemos hablado? ¿Cuáles eran sus ocupaciones? ¿Por qué?
¿Qué
desgracia experimento la familia?
¿Qué
suplico su padre a Inés? ¿Qué demostró su padre con esta súplice? ¿Correspondió
la niña a los deseos de su papá? ¿Por qué?
Los
hermanos de Inés ¿eran agradecidos? ¿Qué sucedió cierto día? ¿Qué dijo el padre
del ingrato Alfonso? ¿Cómo obro, entonces, Alfonso? ¿Y la buena Inés?
Lenguaje:
¿Caudal
de cariño?
¿Qué
significa, aquí, la palabra caudal?
¿Acaudalado?
¿Tesoro…tesorero…tesorería?
¿Atesorar?
¿Lo contrario de atesorar?
¿Interceder?
¿Madrastra?
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